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Iria Suárez y Raquel Carlés Torrejón, de 16 y 17 años respectivamente, asesinaron a su compañera del Instituto IES Isla de León (San Fernando), Klara García Casado, también de 16 años. Lo hicieron a sangre fría y sin un motivo aparente. Su único propósito era experimentar en carne propia qué se siente al matar, además de ganar notoriedad por cometer el crimen.

"Cuando confesaron, para ellas, era una especie de vanagloria, una exaltación de sus capacidades delictivas. Tanto el procurador como la fiscal y yo, el día del juicio, nos quedamos a cuadros con la declaración. No tenían problemas mentales, simple y llanamente mataron porque querían y puede que estuvieran influenciadas por esa idea que tenían del satanismo", dice el que fuera el abogado de la familia, José Ignacio Quintana, en conversación con EL ESPAÑOL.

Tras el juicio, se les examinó y las conclusiones fueron sorprendentes: Iria tenía un cociente intelectual de 242 y Raquel de 136, según el abogado.

Klara García.

Klara García. Cedida

Esa fatídica noche del viernes 26 de mayo del año 2000, Klara había quedado con su novio Manuel, pero ante la insistencia de sus amigas, que estaban molestas por haberlas 'abandonado' para estar con él, decidió acompañarlas a un descampado de su pueblo conocido como El Barrero. Esa sería la última vez que se vio a Klara con vida. Al día siguiente, Manuel encontró el cuerpo sin vida de su novia con el cuello abierto 45 grados en canal.

Klara, tras recibir dos golpes en la cabeza con un ladrillo y 32 puñaladas, algunas por la espalda, murió degollada en la madrugada del viernes al sábado, según el informe forense. "Klara era una chica muy confiada y que hablaba con todo el mundo. Fue a tomarse algo con sus dos amigas y acabó degollada. El apuñalamiento por la espalda lo empezó Raquel, fue una salvajada. Cuando ya la tenían más o menos colapsada por los golpes, la emprendieron frontalmente y, de hecho, tenía navajazos en los pechos", cuenta José Ignacio.

Después de perpetrar el asesinato, Iria –fue quien ideó el plan– y Raquel –la que la apuñaló mientras Iria la sujetaba– escondieron la navaja con la que mataron a su amiga en una maceta en la casa de Raquel. Se dieron una ducha, limpiaron su ropa para borrar cualquier rastro de sangre y salieron a tomar algo durante la madrugada de ese viernes.

Dos semanas antes del crimen, Iria y Raquel ya intentaron asesinar a una mujer embarazada en el centro comercial de San Fernando, pero el plan falló y la mujer logró huir.

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"La actitud de Iria y Raquel era de personas totalmente frías, no derramaron ni una lágrima y no se les veía arrepentidas". En el momento de su detención, en el furgón, "los agentes las escucharon canturrear", como si el crimen que habían cometido no hubiese sucedido jamás. La misma situación se dio en el juzgado de Instrucción. Según Quintana, minutos antes de declarar, las escuchó cantar.

"Yo creo que estaban haciendo un papel. Ellas aterrizaron en la vida real cuando fueron conscientes de la situación en la que estaban. Cuando terminó de declarar Iria, el juez le dijo que le echara un vistazo a lo que había dicho y ella empezó a negar los hechos. Hubo que rehacer el escrito y el juez estaba molesto".

"El juez le preguntó: 'Bueno, Iria, ¿y había algún motivo para el asesinato? Y dijo Iria, literalmente: No, no, no hubo nada. De hecho, a mí, Klara, no me importó ni me importa'".

Recreación del asesinato con Iria tapándole los ojos a la Policía.

Recreación del asesinato con Iria tapándole los ojos a la Policía. Cedida

Nunca pidieron perdón, a pesar de que tuvieron la oportunidad perfecta para hacerlo en el juicio oral. Esa disculpa no iba a cambiar el sentido del fallo de la sentencia, pero "era un detalle humano, perdieron la ocasión de reconocer la barbarie que habían hecho", teniendo en cuenta que una semana antes del perpetrar el crimen cenaron y durmieron en la casa de la familia García Casado.

Desde ese día, el pueblo enmudeció ante la inexplicable crueldad que ejercieron sobre Klara y denominó el caso como 'Las Brujas de San Fernando', por el interés que tenían ambas en temas esotéricos, por su vestimenta gótica, afición a la brujería y todo lo relacionado con ritos satánicos. Tras el juicio, según varios vecinos, se les 'expulsó' del pueblo, nadie las quería cerca de sus hijos.

"Cuando salieron del juzgado directas a prisión hubo manifestaciones y golpes a la furgoneta de la Policía", aclara el abogado isleño.

Iria y Klara saliendo del furgón de la Policía.

Iria y Klara saliendo del furgón de la Policía. Cedida

Iria, al tener familia gallega, pudo decidir en qué centro internar y se mudó junto a su familia a Galicia, donde cumplió sus tres años en el centro de menores, mientras que Raquel se trasladó a Madrid.

Iria y Raquel venían de familias totalmente opuestas. Raquel era hija de una madre adolescente, pero se crió con su tía abuela, que murió cuando ella tenía tan sólo 14 años. Por otro lado, el padre de Iria Suárez era "un militar de honor que estuvo destinado en Bosnia", y cayó en depresión cuando se enteró de que su hija había cometido tal atrocidad.

"El padre se vino abajo, que estaba en Bosnia en el momento del asesinato, y me pareció muy coherente por parte del juez itir su no presencia. No hace falta hacer más sangre de la necesaria", comenta José Ignacio Quintana a este diario.

Ley del Menor ix50

A Iria y a Raquel la suerte les sonrió muy pronto. Gracias a la reforma de la Ley del Menor en el año 2000, no cumplieron los 25 años de condena por asesinato con alevosía y premeditación. Raquel tenía 17 años en ese momento y estaba a pocos meses de cumplir la mayoría de edad.

El juez las condenó a ocho años de internamiento en un centro cerrado para menores y cinco años de libertad vigilada tras la salida del centro. Es la pena máxima que permite la ley española para menores de edad, en aplicación de la Ley Orgánica 5/2000 de Responsabilidad Penal del Menor.

Mientras entraba en vigor la nueva ley, las dos adolescentes permanecieron en la cárcel durante siete meses, hasta el 31 de diciembre del año 2000. "El 1 de enero de 2001 entró en vigor la ley y fueron trasladadas a un centro de menores".

En 2004, sólo tres años después de la condena, ambas salieron en régimen semiabierto, es decir, salidas programadas o semilibertad. "El padre cuando se enteró sólo soltaba insultos, recibió un mazazo, pero lo llevó más o menos bien, pero María, la madre, se hundió literalmente, no se lo creía".

Conocedor de lo que suponía este hecho para esos padres, Enrique, el juez que llevó el caso, llamó a los padres de Klara para comunicárselo en primera persona. No tenía necesidad de ello, pero prevaleció la parte humana. "Los padres lo entendieron perfectamente y se lo agradecieron, pero claro, habían pasado ya varios años y el tiempo es un bálsamo para todos. El juez cumplió con una tarea muy desagradable y no tenía la obligación. Me consta que fue con mucho cariño".

Nadie de la familia de Klara entendía que las penas fueran tan leves a pesar de que su hija recibió 32 puñaladas. "No lo vieron justo y lucharon para cambiar la ley, pero acabaron rindiéndose". En nombre de su hija constituyeron la Fundación Klara, ya inactiva en la actualidad.

Gracias a la recogida de firmas por parte de los padres de Klara, José Antonio Garcia y María Casado, lograron endurecer la pena por asesinato a manos de menores y pasó de cinco a ocho años de internamiento. "Un caso puede cambiar la legislación y, aunque ocho años como máximo es ridículo, la verdad que esos años en la vida de un menor de 18 es la mitad de su vida", explica José Ignacio.

Nueva vida en Chiclana 6g3p3z

Tras recibir la indemnización –246.415 euros–, de obligación solidaria, de la que se hizo cargo íntegramente la familia de Iria por imposibilidad económica de los padres de Raquel, los García Casado decidieron cambiar de aires y mudarse a Chiclana de la Frontera, Cádiz. Compraron un terreno y se construyeron un chalet para comenzar una nueva vida alejados del terror que vivieron a 14 kilómetros.

"Lo que pretendían era alejarse de San Fernando porque ahí estaban los recuerdos de la hija, el colegio, las amigas, su Instituto... toda su vida estaba aquí. Y entonces en esa unidad familiar faltaba un elemento importante que era Klara", afirma José Ignacio.

Desde el punto de vista del trabajo de José Antonio, Chiclana era el lugar ideal. Aunque era un ex militar, siempre ha sido un apasionado de la cocina y encontró un trabajo como segunda actividad como cocinero en el restaurante Atlanterra, muy cerca de Chiclana.

Para sorpresa del abogado, hace tres años se encontró con José Antonio, quien le comentó que su mujer había fallecido. A pesar de todas las desgracias "lo vi bien, siempre ha sido un hombre muy positivo, muy asertivo, comunicativo y bastante solidario. Esa forma de vida le ayudó a sobrellevar un palo tan gordo y cuidar tan bien a su otro hijo, que entonces tenía ocho años".

Escultura en honor a Klara, por su pasión por los unicornios.

Escultura en honor a Klara, por su pasión por los unicornios. Cedida

Aunque San Fernando es zona maldita para esa familia, La Isla nunca olvidará a Klara. En 2007, el escultor Manuel Sánchez, ejecutó una escultura de un unicornio en recuerdo a la joven en el lugar del asesinato. "No fue un encargo, sino una propuesta mía. Tenía la necesidad de hacer algo por la rabia contenida, el dolor... haciéndolo tuve la sensación de estar aportando algo para frenar esta lacra de violencia".

Por su parte, el Instituto IES Isla de León también rindió homenaje a Klara García, quien fuera alumna del centro, hasta el año 2010. Según relatan antiguos estudiantes, cada 26 de mayo se conmemoraba el Día de la Amistad con actividades como presentaciones, representaciones teatrales relacionadas con los valores de la amistad y recitales de poesía.

Durante el acto, los padres de Klara eran recibidos con ramos de flores y se realizaba una suelta simbólica de palomas blancas en su memoria. Con el tiempo, "la familia decidió dejar de participar, al considerar que era una jornada demasiado dolorosa en un lugar que, para ellos, resultaba emocionalmente difícil. A partir de entonces, el homenaje dejó de celebrarse".

Iria Suárez y Raquel Carlés se encuentran integradas en la sociedad lejos de San Fernando. Iria trabajó durante diez meses como pedagoga infantil en el colegio West Oxford, en Reino Unido, hasta que se le acabó el contrato. En octubre de 2017, una denuncia anónima puso en conocimiento de las autoridades británicas su historial. En ese momento, ya no trabajaba en la escuela.

Fue detenida y enfrentó cargos por fraude debido a que no reveló su condena, pero el 10 de junio de 2019 estos cargos fueron desestimados, ya que, de acuerdo con la ley española, su condena se consideraba "extinguida". Mientras tanto, Raquel permaneció en Madrid tras su salida del centro de menores El Madroño, trabajó como celadora y en un centro de belleza en la capital española.