
Donald Trump, con un traje Mao, en una ilustración creada con inteligencia artificial. 443x1g
¿Es una locura comparar los Estados Unidos de Trump con la China de Mao? Sólo hasta que te metes a fondo en los detalles d1v5g
El movimiento MAGA, como la fiebre maoísta, busca una “segunda Revolución Americana” con la que erradicar cualquier rastro de progresismo, liberalismo y secularismo de la sociedad. 1hz6u
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Cuando Donald Trump ganó sus primeras elecciones en 2016, el arquitecto y satírico libanés Karl Sharro ironizó escribiendo “los dictadores de Oriente Medio están preocupados de que Trump les haga la competencia en el arte de gobernar sin restricciones”, y se congratuló de que por fin Occidente tuviera ocasión de comprender lo que es vivir bajo una autocracia religiosa.
En su segunda legislatura, más caótica y agresiva, los sinólogos y observadores no dan crédito ante los paralelismos entre el trumpismo y la Gran Revolución Cultural Proletaria de Mao Zedong, que sumió a China en una guerra civil encubierta entre 1966 y 1976, con hasta dos millones de muertos por violencia, ejecuciones, persecuciones políticas y colapso social. ¿Se trata de una “apropiación cultural” trumpista?
Mao utilizó la insurrección para deshacerse de la resistencia de sus compañeros de Partido a su autoritarismo y sumió al gigante asiático en una oscura era de convulsión. Líderes como Deng Xiaoping, que tras la muerte de Mao dirigiría el milagro económico chino, y Xi Zhongxun, padre del actual líder, Xi Jinping, fueron castigados, humillados y encarcelados durante la década del caos. Todavía hoy en la segunda potencia económica ese periodo trágico es un gran tabú.
Las similitudes son inquietantes. Tanto el magnate inmobiliario como el líder comunista se presentan como agentes de la anarquía que buscan desmantelar el “orden establecido”. Ambos movilizan a la juventud, eliminan instituciones y erosionan el Estado con políticas disruptivas. Su liderazgo es un culto a la personalidad con el que silencian a la oposición. Ambos justifican el uso de la violencia y causan perplejidad global. Así lo explica el sinólogo Orville Schell, director del Center on US-China Relations de la Asia Society y exdecano de la Escuela de Periodismo de Berkeley, quien el 19 de febrero publicó en Project Syndicate un sesudo análisis comparando el comportamiento del Gran Timonel en los 60 y el Trump de 2025. Comparación que también se ha detectado al otro lado del Pacífico.
Schell explicaba cómo, al igual que Mao lanzó la Revolución Cultural para purgar a camaradas destacados y consolidar su hegemonía dentro del Partido Comunista de China (PCCh, en el poder desde 1949), Trump ha firmado órdenes ejecutivas con una velocidad sin precedentes en su segundo mandato para eliminar burócratas y gasto público. Así como el padre del maoísmo utilizó a los Guardias Rojos para llevar a cabo su revolución, el jefe de la Casa Blanca ha nombrado a jóvenes asesores como J.D. Vance para implementar su agenda política, mientras que el DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental) de Elon Musk ha contratado a multitudes de adolescentes agresivos para desmantelar lo que consideran un funcionariado innecesario.
En los grupos de sinólogos se ha llegado a equiparar el DOGE con el Grupo Central de la Revolución Cultural que reemplazó a la Secretaría General del PCCh en el 66: inconstitucional, ilegal e institucionalmente ilegítimo.
El mismo 19 de febrero, John Feffer publicó un análisis en Foreign Policy en el que añadía entre los protegidos de Musk al adolescente Edward Coristine y al informático racista Marco Elez como la nueva Guardia Roja del fervor trumpiano. Con la desintegración del aparato estatal, Mao quería eliminar elementos capitalistas tradicionales, mientras que Trump busca privatizar sectores públicos y consolidar su poder en la presidencia. “Quiere castigar a sus enemigos, recompensar a sus amigos, mantenerse fuera de la cárcel y asegurar su legado financiero y político”, escribe Feffer.
El movimiento MAGA (Make America Great Again), como la fiebre maoísta, busca una “segunda Revolución Americana” con la que erradicar cualquier rastro de progresismo, liberalismo y secularismo de la sociedad, y “seguirá siendo incruenta si la izquierda lo permite”, explica en ese artículo Kevin Roberts, presidente de la Heritage Foundation, quien puntualiza que para Trump “izquierda” es cualquiera que “respete la Constitución, reconozca la importancia del derecho internacional y tenga conciencia moral”. Si Mao quería transformar China en una sociedad urbana e industrial, el mandatario populista y sus seguidores buscan revertir las políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI), también conocidas como “woke”.
Mao Zedong empleó campañas políticas violentas para destruir las instituciones, justificando el tumulto como necesario para la “construcción de una nueva China”. Trump, por su parte, ha adoptado tácticas de confrontación y desestabilización contra la oposición. Del mismo modo que las políticas del líder comunista generaron asombro y temor en su tiempo, las acciones del republicano desconciertan a los líderes mundiales.
Algunos eslóganes de Mao resuenan con un nuevo significado en boca de Trump. “Sin destrucción, no puede haber construcción”, o “mundo en gran desorden: ¡excelente situación!”. En este contexto, la retórica trumpiana refleja una actitud combativa y una estrategia de confusión deliberada para mantener la autoridad, explica Schell. Son muchos los que se preguntan qué estará pensando Xi Jinping al comprobar que Trump le ha copiado la táctica. Él mismo, que en su infancia vivió y sufrió la purga junto con su familia aquellos diez años de humillación, ha hecho uso de esa política para llevar a cabo su propia Revolución Cultural con el fin de afianzar su poder.
Como Trump, Xi y Mao comparten el mismo complejo de Edipo: “Cuando defendí mis derechos mediante una rebelión abierta, mi padre cedió, pero cuando permanecí manso y sumiso, solo me maldijo y golpeó más”, aseguraba el fundador de la República Popular. “Trump puede carecer de las habilidades de escritor y teórico de Mao, pero posee el mismo instinto animal para confundir a los oponentes y mantener la autoridad siendo impredecible hasta el punto de la locura”, explica Schell en su análisis.
El exdiplomático y académico estadounidense David Cowhig, que estuvo destinado en China en los 2000, ha traducido en su web, Gaodawei, los comentarios sobre el neomaoísmo trumpiano por parte de observadores chinos. Según estos, Trump y Musk están imitando tácticas como la movilización de masas, adoptando eslóganes como “servir al pueblo”, y utilizando la red X como una versión moderna de los “dazibao” para comunicarse directamente con los patriotas americanos. En cuanto a las purgas, destacan el desmantelamiento del “Estado Profundo”, con el despido de miles de empleados de departamentos clave como el FBI, la CIA y el de Educación, lo que recuerda la “revolución permanente” de Mao.
Trump, que paradójicamente proviene de una élite, ha movilizado a jóvenes y trabajadores con un sentimiento antielitista y populista, señalan las fuentes citadas por Cowhig, mientras que Musk ha llamado a una “Revolución del Pueblo” en su lucha contra la burocracia: “Esta es la única oportunidad para que el pueblo gobierne América”, ha proclamado el de Tesla.
Yuan Long, miembro del Instituto de Investigación Kunlunze de Pekín, un sitio web alineado con la izquierda maoísta, publicó a finales de febrero el artículo “2025: Una perspectiva neomaoísta de la República Popular China sobre la Revolución Cultural Estadounidense liderada por Musk y Trump”. En él, sostiene que el magnate americano y otros líderes burgueses, como Musk, han adoptado tácticas autoritarias y populistas inspiradas en el Gran Timonel para transformar la sociedad estadounidense.
Según Yuan, han aprendido a movilizar a las masas y prepararlas para una batalla decisiva entre China y Estados Unidos, que estallará cuando Trump consolide su control sobre la élite estadounidense. Aunque se desconoce si este ha estudiado en secreto el Libro Rojo, el autor sugiere que si el presidente estadounidense hablara en China como lo hace en su país, sería visto como un remanente de aquella revolución. No obstante, Yuan subraya que Trump es, en última instancia, el verdadero adversario de China.
El diplomático Cowhig va incluso más lejos y se remonta a la China del siglo XIX, cuando el general Zeng Guofan anticipó en décadas la caída de la Dinastía Qing. Según la teoría de Zeng, el caos llega precedido de tres presagios: cuando no se puede distinguir entre el blanco y el negro, cuando los inútiles se vuelven audaces y cuando se ofrecen soluciones sin ton ni son a problemas que acaban hundiendo la nación.
El último en dar voz a la analogía maoísta ha sido The New York Times. Para muchos chinos, EEUU, que una vez fue un modelo de democracia, ahora parece estar adoptando el autoritarismo de Pekín. En redes sociales muchos expresan una mezcla de decepción, ira y sarcasmo hacia lo que está sucediendo en EEUU, que les evoca la propaganda del PCCh. “Estoy abrumada por la familiaridad, me siento como en China”, explica al diario Zhang Wenmin, una periodista investigadora que se vio obligada a refugiarse en EEUU en 2023 debido a su trabajo. Otro comentario en la red Weibo sobre la cuenta oficial de la Embajada de EEUU en China es, en realidad, un epitafio: “Faro de la democracia, 1776-2025”.