
Pretenden que se les de voz, voto, poder de decisión y liderazgo a la mujeres dentro y fuera de Iglesia Católica.
¿Una Iglesia feminista es posible? “Ningún Papa va a poder darnos lo que no estemos dispuestas a ejercer”
Pepa Moleón, Teresa Casillas y María Azargui defienden la compatibilidad de ambos mundos bajo el lema: “Hasta que la igualdad se haga costumbre”.
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El 7 de mayo vimos entrar en la Capilla Sixtina a los 133 cardenales encargados de elegir al que será el sucesor del Papa Francisco y el mundo vive pendiente de ver salir la fumata blanca. Pertenecer a ese cónclave es un privilegio que no se le ha concedido a ninguna mujer, porque la doctrina no les permite desempeñar esa labor -ni muchas otras-. Las puertas eclesiásticas únicamente se les han abierto para cargos istrativos. Por esta razón, existe la reivindicación femenina.
Hay más de 200 feministas y creyentes que, repartidas por toda la geografía española, forman parte de un movimiento llamado La Revuelta de Mujeres en la Iglesia. Devotas de Jesús de Nazaret, pero críticas con la discriminación de género existente en el catolicismo, luchan por la renovación de la institución eclesiástica y la transformación social.
Bajo el lema “hasta que la igualdad se haga costumbre”, pretenden que se de voz, voto, poder de decisión y liderazgo a las mujeres, ya que, a pesar de ser mayoría apabullante en las celebraciones religiosas, el voluntariado, la pastoral y la vida practicante en general, aún siguen invisibilizadas.
Según una encuesta realizada por Vatican News con motivo del Día Internacional de la Mujer, en el año 2010, bajo el pontificado de Benedicto XVI, de las 4.053 personas empleadas, 697 eran mujeres (alrededor del 17%). En 2019 este porcentaje subió al 22%, alcanzando las 1.016 istrativas en la Santa Sede. Esto se debe a la reforma que planteó el Papa Francisco a su llegada.
Ahora, con su muerte, la Iglesia entra en una etapa marcada por la incertidumbre. La marcha de su figura, a menudo percibida como proclive al diálogo y a la inclusión de los desfavorecidos, supone el inicio de elegir a su sucesor y abre una incógnita: ¿la institución seguirá avanzando o volverá sobre sus pasos a cerrarse?
En ese contexto, se pronuncian tres integrantes de 'La Revuelta' sobre la reivindicación, la fe y la visión de futuro que tienen para una institución que aman, pero a la que no dejan de cuestionar.

Pepa Moleón explica que en el Evangelio no hay argumentos para que la sociedad actual otorgue superioridad a los hombres.
Pepa Moleón, madrileña, jubilada y de 72 años, forma parte del movimiento desde sus inicios, en enero del 2020. Ella mantiene la certeza de que “la Iglesia tiene que ser de iguales, si no, significa que no está dando respuesta a su misión. Debe estar lo más cerca posible de la sociedad a la que sirve y apoyar a la gente vulnerada y vulnerable, como pueden ser los migrantes y las personas de otros colectivos”.
Ellas se concentran en fechas señaladas como el 8 de marzo o el 25 de noviembre, Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en las puertas de las catedrales para rezar, leer manifiestos, bailar o mantenerse en silencio. Ya lo han hecho varios años consecutivos delante de una treintena, porque “son el mayor símbolo cristiano de las ciudades”, con el ánimo de “organizar una fiesta para reclamar la igualdad”.
También se reúnen periódicamente para celebrar eucaristías, tomar decisiones en asambleas, dar talleres o seminarios de teología feminista, cursos de la Biblia o de cualquier otro tema que les reclamen las parroquias o asociaciones femeninas.
Moleón explica que en el Evangelio no hay argumentos para que la sociedad actual otorgue superioridad a los hombres. De hecho, el texto sagrado narra que fue María Magdalena, junto a un grupo de congéneres, quien encontró el sepulcro de Jesús abierto y anunció su resurrección. El propio obispo de Roma, en sus comunicaciones varias, destacó su importancia, incluso calificó la Iglesia de femenina: "La Iglesia es la Iglesia, no el Iglesia [...]. Solo con ellas se puede ser Iglesia".
Dentro de la comunidad de creyentes, las sagradas escrituras no hacen distinciones de género, pero tampoco de origen étnico ni social y así queda patente con la frase: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Teresa Casillas relata que creer en Jesús de Nazaret le hace feliz y le ha configurado como persona.
Otra miembro de esta revolución de fieles es la argentina Teresa Casillas -afincada en España desde los 24-, que a sus 59 años se considera “creyente desde la cuna, pero siempre con una mirada feminista”. En gran parte provocada por los pensamientos de sus tres hijos jóvenes. “Ellos, muchas veces, me abren los ojos”, añade.
Por eso ella también aboga por una “Iglesia de iguales” en la que todos tengan los mismos derechos; así como que se permita el de la mujer a los tres niveles del orden sagrado, es decir, que su figura esté presente en la istración de sacramentos como el bautismo, el sacerdocio y en el Colegio Episcopal con el Papa.
Expectación ante el cónclave
Casillas revela que hace tres años el Sumo Pontífice, Francisco, convocó un sínodo “con la idea de repensar la estructura de la Iglesia y su funcionamiento” en el que incluyó, además de obispos, monjas, profesoras, licenciadas y personas laicas. En dicha asamblea, uno de los temas de debate fue la posibilidad de permitir la presencia femenina en el primer estamento de la jerarquía - el Diaconado - lo que les daría a diversas funciones como la predicación, la enseñanza de la fe o la istración de sacramentos.

“Nosotras, al ser un consejo de mujeres católicas, mandamos más de 200 publicaciones y bibliografía que respaldan el poder hacer ese cambio; sin embargo, no se ha tomado ninguna decisión todavía y menos ahora, en el compás de espera en que se encuentra la sucesión del Papa”, añade la argentina.

María Azargui considera que en la Iglesia hace falta hablar de feminismo de forma clara y rotunda .
La Revuelta es una comunidad diversa a la que también pertenecen jóvenes como la lucense María Azargui que apenas tiene 20 años. Ella, creyente, cuenta que gracias a la cercanía con la que el obispo de Roma se mostraba a la juventud y la mirada abierta con la que trataba los temas de los más desfavorecidos ella se ha sentido más unida a la Iglesia.
Las tres integrantes están “preocupadas y expectantes” ante el nombramiento papal que ocurrirá seguramente antes de acabar el mes de mayo. Desean que las líneas de pensamiento que ha abierto Francisco en defensa de las mujeres, los pobres, los derechos humanos y el medioambiente, - aunque no hayan sido suficientes -, sigan avanzando.
La más mayor, Pepa, tiene claro que no basta con eso. “Nosotras tenemos que predicar con el ejemplo y hacer, dentro de nuestras posibilidades, buenos actos que nos lleven a construir un mundo digno. Ningún Papa que venga, por muy progresista que sea, va a poder dar a las mujeres lo que no estemos dispuestas a trabajar y a ejercer”, apostilla.
Las ansias de reforma que tiene La Revuelta no solo están depositadas en el máximo representante de la Curia, sino también en aspectos más universales como pueden ser las eucaristías y los textos bíblicos. Consideran que las misas deben ser más “vivenciales y alegres”, es decir, que sean una celebración entre todos los asistentes y no un mero monólogo.
En cuanto a las palabras del evangelio, determinan que se deberían “revisar y actualizar”. Pepa puntualiza: “Hay relatos que no se pueden seguir leyendo porque responden a un momento histórico concreto que no es el actual”.
“Entre dos mares”
Pertenecer a dos colectivos - feminista y católico -, que a veces chocan, no siempre ha sido fácil ya que han recibido críticas por parte de ambos. “La sensación es de estar entre dos mares. El feminismo social nos pregunta: ¿cómo podéis seguir en una institución tan machista? Y el entorno eclesiástico defiende que la Iglesia siempre ha sido así, sin presencia femenina”, relata Teresa.

La Revuelta de Mujeres en la Iglesia en uno de sus actos.
La más joven, María, reconoce que ha recibido menosprecios en la universidad por ser católica y feminista, pero más por esto último. Ella lo achaca a que, en cierta medida, su pensamiento “desafía los cánones establecidos y hace tambalear los privilegios de algunos”.
Cuando han cuestionado sus ideales, ella siempre ha querido hablar con la persona que lo hacía. Y, en realidad, le ha funcionado bastante bien, ya que el diálogo le ha permitido “ir más allá de los prejuicios y las etiquetas hasta que la crítica se ha difuminado”.
En ocasiones, han sido juzgadas, pero el trío resalta - en nombre de todas - que el aliento para seguir luchando lo encuentran gracias a la sororidad de su comunidad. “No es obligatorio que estemos todas en el frente. Tenemos derecho al cansancio y a echar un paso atrás mientras otra ocupa nuestro lugar”, apunta Pepa.
Además, apuestan firmemente por la compatibilidad entre la Iglesia y el feminismo y la necesidad de que ambas instituciones “caminen juntas” para que se adapten a los tiempos y, sobre todo, a la humanidad.