Julia Ducournau, durante la presentación de 'Alpha' en Cannes. Foto: EFE/EPA/GUILLAUME HORCAJUELO

Julia Ducournau, durante la presentación de 'Alpha' en Cannes. Foto: EFE/EPA/GUILLAUME HORCAJUELO d1i6a

Cine

Sonoro patinazo de Julia Ducournau en Cannes: 'Alpha' se aboca al tedio de la repetición 3p3l37

El nuevo trabajo de la ganadora de la Palma de Oro con 'Titane' es una infértil metáfora sobre la adicción o sobre la paranoia de los contagios. r3m

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El patinazo de Julia Ducournau, agasajada con la Palma de Oro hace dos años por Titane (2021), es sonoro. Su nuevo trabajo, Alpha, gira y gira sin destino sobre una alegoría epidémica que no sabe cómo aterrizar ni a dónde conducirnos.

Parece que a la directora gala solo le interesa el efecto de algunas ideas impactantes y la necesidad de incomodar por el placer de hacerlo. Su relato de tiempos cruzados se extravía y se aboca al tedio de la repetición, a una infértil metáfora sobre la adicción o quizá sobre la paranoia de contagios.

Todo ocurre en los años ochenta y noventa, con algo que es el sida pero no es el sida, pues su efecto es el de transformar la piel en piedra, y también con la adicción a la heroína. Una madre doctora (Golshifteh Farahani), su hija preadolescente (Mélissa Boros), posiblemente infectada, y su hermano yonqui (Tahar Rahim). Es una lástima asistir a las desgarradoras actuaciones de tres actores completamente entregados a una causa vacía.

Inscritos en sus forzadas poéticas de impacto visual, la aberración corporal y la laceración no están ausentes, pero apenas para matizar una suerte de pálida emoción. Alpha está repleta de ideas, aunque no todas fluyan con interés en un relato de estrategias fuera de tono, bajo algunos tropos de terror y el body horror.

Ambientada en dos líneas temporales cuya conexión se irá revelando poco a poco, es esencialmente la historia de una niña de 13 años llamada Alpha, sin padre, que lidia con los problemas típicos de cualquier adolescente insegura, pero la situación empeora por el hecho de que podría haber contraído algo a través de la aguja de un tatuador amateur, y por la llegada de un tipo demacrado que aparece un día en el apartamento que comparte con su madre. Es su hermano, adicto a la heroína y con quien llevaba años sin o.

En Crudo (2016) y Titane, la sa exponía de frente los rincones más putrefactos de la psique, pero en el caso de una niña (o una actriz infantil, en todo caso) semejante estilización se antoja inapropiada. Nick Cave cantando The Mercy Seat en una secuencia de fuga o el diseño sonoro excesivamente estridente no logran evocar con eficacia la paranoia turbia de los 90, cuando el miedo alentaba los insultos homofóbicos y un sangrado en una piscina pública podía desatar el pánico.

Probablemente habría tenido más fuerza si Ducournau hubiese abordado el sida de forma directa, aunque sea navegando sobre las convenciones del cine indie que tantas veces ha retratado la enfermedad, en lugar de mostrar un proceso metafórico de marmolización de la piel, una suerte de fosilización surrealista que contiene más belleza que catarsis. El propio concepto de la película nace contagiado de un virus letal, y Ducournau, como la propia doctora del filme, solo puede tratar de alargar la tortura sin encontrar sus anticuerpos.