'La trama fenicia': los tiburones financieros y la narcisa blanca de Wes Anderson 245y3e

Que hoy, cuando los destinos de la población mundial parecen danzar al capricho de unos pocos oligarcas, el autor de Life Aquatic (2004) concentre su refinado arte en una deliciosa, muy sofisticada fábula protagonizada por tiburones financieros con ambiciones de controlar el planeta no puede ser mera casualidad.

Los capítulos del filme, las distintas aventuras que dan sentido a cada bloque, tienen por propósito llegar a un acuerdo para saldar una monstruosa deuda financiera, capaz de llevar a la ruina al protagonista.

Es difícil establecer paralelismos de carácter entre el ficticio Zsa-Zsa Korda, interpretado con profunda devoción (incluso emoción) por Benicio del Toro, y Donald Trump, pues responden a personalidades más bien opuestas, si bien al mismo tiempo resulta casi imposible ignorar esa asociación.

Al parecer, Anderson se ha inspirado en tiburones financieros más sofisticados como J. Paul Getty, J. P. Morgan y, sobre todo, el magnate de la construcción libanés Foaud Mikhael Malouf, no en vano su difunto suegro, a quien dedica la película.

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El retrato resultante es una criatura puramente andersoniana, el señor Korda, un titán de las finanzas en los años cincuenta del siglo pasado que sueña con construir un faraónico proyecto de ingeniería a lo largo de la Gran Fenicia Independiente Moderna, un país inventado de la península arábiga.

En su aventura, Korda se encontrará con dos grandes obstáculos: un complot financiero de naturaleza geopolítica para frenar sus delirios de grandeza, y la necesidad que siente de dejar en buenas manos su fortuna y su legado cuando, al principio del metraje, sufre un intento de asesinato en su avión privado.

Wes Anderson da instrucciones a Mia Threapleton y Benicio del toro durante el rodaje de la película

Es esta circunstancia, entre otras, la que alza La trama fenicia a un puesto en lo alto de la filmografía andersoniana, sostenida además por la brillante interpretación de una actriz debutante en su reconocida familia de actores-estrella: Mia Threapleton (hija de Kate Winslet). En la piel de Leisl, una novicia en hábito blanco –tan parecida a Anna Karina en La religiosa (Jacques Rivette, 1966)– que no ve con buenos ojos la idea de seguir la estela vital de un padre al que no conoce,

Threapleton emite una luz prodigiosa a esta ficción a medida que va asumiendo su rol familiar en la escalada de persecuciones y ataques que colocan a su padre, una y otra vez, al borde de la desaparición.

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Cosa extraña, la violencia irrumpe en la película acaso como nunca lo había hecho antes en el autor de Moonrise Kingdom (2012). Una violencia distante y muy estilizada, propia de un cartoon, pero violencia al fin y al cabo.

El vértigo de la velocidad narrativa, de los diálogos sumamente literarios lanzados como proyectiles, encuentra también sus tiempos muertos, sus momentos de reflexión y observación, como unos créditos de apertura excepcionales, en plano cenital ralentizado bajo la música melodramática de Alexandre Desplat.

Benicio del Toro, en uno de los habituales planos cenitales de Anderson

El placer y el barroquismo estético de La trama fenicia entra en o directo con el abigarramiento de su trama en vidas de lujo y exacerbación, y, una vez más, Anderson reúne un reparto coral de rutilantes estrellas dando vida a personajes tan cercanos como extraterrestres: Michael Cera, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Bryan Cranston, Benedict Cumberbatch, Willem Dafoe, Riz Ahmed…

A pesar de todo lo que exige por parte del espectador en términos de concentración, resulta complicado despegar la atención de la pantalla, por más que el intrincado guion no lo ponga fácil.

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El esmero microscópico de las composiciones, la penetrante simetría de sus planos, la inventiva en la dirección artística y los cromatismos brillantes también abren la posibilidad a una serie de viñetas en blanco y negro que nos colocan en las puertas del cielo o el infierno, fugas ultraterrenales filmadas como el poeta armenio Sergei Paradjanov que irrumpen en la narración cada vez que Korda se libra de la muerte, siempre por los pelos.

Son muchas y de alto calibre las resonancias de esta fabulación, con ese humor irónico que nos devuelve a veces el espíritu de Preston Sturges, las esencias de la comedia clásica sofisticada y, en un eco poderosísimo, Narciso negro (1947) de Powell y Pressburger.

Mia Threapleton, hija de Kate Winslet, en 'La trama fenicia'

La charada financiera pronto se convierte en el pretexto de algo mayor que Anderson ha puesto en juego en la película. Y es que la mirada irónica del autor de El gran Hotel Budapest (2014) –acaso la película en la que más se espeja– a estos titanes va tomando la forma de una emotiva historia paterno-filial y, en última instancia, parece mucho más interesada en explorar el espíritu aventurero de sus ladrones de guante blanco que en las consecuencias políticas de sus actos.

El latido pop y el acento extraordinariamente literario de la propuesta (que a veces funciona como una extensión de sus fabulosas adaptaciones de Roald Dahl en forma de cortometrajes), no impiden en todo caso que la calidez emocional termine por imponerse a la frialdad que suele gobernar el cine de Wes Anderson.

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Y así el cineasta completa a sus 55 años la hermosa, profunda reflexión de un artista sobre su legado y de un padre sobre el sentido de la vida.