Sergi López (derecha), protagoniza 'Sirat', de Oliver Laxe, a concurso en el Festival de Cannes. Foto: Quim Vives

Sergi López (derecha), protagoniza 'Sirat', de Oliver Laxe, a concurso en el Festival de Cannes. Foto: Quim Vives 4c3h4m

Cine

'Sirat', de Oliver Laxe: un pozo de dolor sin fondo que deja devastado al espectador 4w3cn

La arriesgada película con la que el cineasta español compite en Cannes es una buena obra que deja muy mal cuerpo cuando la muerte se convierte súbitamente en el centro del relato. 68101d

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Si el ejercicio de la crítica, como algunos pretenden, consistiera únicamente en recomendar o no una película (o levantar o no el pulgar), entonces con Sirat, de Oliver Laxe, primera de las dos películas españolas que se verán a competición en Cannes, sería muy fácil dictaminar sentencia.

No creo que nadie pueda recomendar esta película, que se estrenará en cines el 6 de junio, sin esperar reacciones muy encontradas, algunas incluso iracundas y coléricas. No es aconsejable. Y en ello no interviene la calidad del filme ni el talento (evidente) de su creador ni ningún criterio, digamos, exclusivamente cinematográfico o al dictado de la relevancia artística. No es eso. Es que recomendar el visionado de esta película es poco menos que animar a la experimentación de un trauma, de una herida, de un garrotazo ­¿gratuito? frente a la pantalla.

A partir de más o menos la mitad de metraje, una vez instalados en su narrativa y en la tensión del “viaje de aventuras” que emprenden un padre (Sergi López) y un hijo (Bruno Núñez) por el desierto de Marruecos en busca de su hija/hermana adolescente, de rave en rave, siguiendo la estela de un grupo de raveros mutilados emocional y físicamente –uno de ellos luce con orgullo una camiseta de Freaks–, el relato se quiebra drásticamente, se abisma a un pozo de dolor sin fondo no apto para todas las sensibilidades.

En esa decisión de alto riesgo (como, no en vano, la que toman los personajes), la muerte se convierte en el centro del drama, y pareciera que nada puede escapar a ella. El autor de O que arde apuesta frontalmente por ello, de forma seca, fría y objetiva, sin recrearse en el dolor o el lamento, integrando la desaparición total en el proceso de la vida. Esa es su apuesta y no hay dobles miramientos en ello. Esa es su virtud y puede que también su condena.

Un rótulo blanco sobre negro, al principio del filme, nos explica que “sirat” en árabe significa “camino o sendero”; y en un contexto islámico alude también al “camino interior que te empuja a morir antes de morir” y al “puente que une infierno y paraíso”. El contraste de contrarios es una de las claves de un filme que anida cuanto menos dos películas. Algunos querríamos haber experimentado más la fase vitalista que la vampirizada por la desaparición.

Es el viaje físico de un cineasta espiritual que, en toda su filmografía, busca en el cine respuestas o “senderos” místicos. Y en esa tensión caben el cine popular, incluso de género, remitiendo al Sorcerer de Friedkin, y la experimentación del cine trascendental. Del mismo modo en que el momento más traumático de Sirat hace irrupción apenas unos segundos después de su momento más eufórico, el tránsito al infierno que propone el relato golpea con una fuerza devastadora. Una buena obra que deja muy mal cuerpo. Si opera en la magia del espíritu, eso ya va con cada espectador y cómo buenamente lo negocie.