
Tom Cruise, en el centro, junto al director de 'Misión imposible: Sentencia final', Christopher McQuarrie (derecha), y los del reparto Angela Bassett, Pom Klementieff and Greg Tarzan Davis, tras la proyección de la película en Cannes, este miércoles. Foto: Reuters 5v6u3
'Misión Imposible: Sentencia final' no es imposiblemente buena, pero sirve 6z4o2c
Apliquémonos a fondo con ese bote de palomitas y cerremos el bar: es un acierto que la octava película de Tom Cruise como Ethan Hunt, presentada en Cannes, sea también la última. 6a2y5t
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¿Es de veras Ethan Hunt la persona que debería guardar La Entidad, la Inteligencia Artificial omnipotente que todas las grandes potencias mundiales persiguen? Misión Imposible: Sentencia final arranca briosa, con el muñeco de acción Tom Cruise siendo cuestionado por aliados y enemigos, resumiendo en un sintético pero emotivo montaje de flashbacks el final de todas las personas a las que ha sacrificado en las siete entregas anteriores. Y treinta años de saga dan para bastantes difuntos seres queridos.
“Nuestras vidas son el resultado de muchas decisiones”, lo tranquiliza el amigo Luthor (Ving Rhames), como verbalizando la voluntad de esta octava –y muy, muy probablemente última– aparición del superagente. Esta no es otra que recoger y celebrar el espíritu de la franquicia, abriendo apetitos para vender colecciones de blu-ray. Misión Imposible: Sentencia final quiere que veas todas las anteriores. Ojalá ella misma luchara por ser, también, un poco mejor.
En fin, naturalmente, la película —que se ha presentado en Cannes fuera de concurso y se estrenará comercialmente en España el 23 de mayo— servirá para corroborar que sí, la tozudería y la gimnástica de Ethan Hunt lo capacitan para ser el mejor Presidente del Mundo. Han leído bien, “del Mundo”, porque con la que está cayendo “ni naciones ni dogmas”, en palabras de la ficticia presidenta estadounidense Angela Bassett, van bien para hacer taquilla. De hecho, todo lo referente a una Tercera Guerra Mundial al caer se siente absurdamente oscuro y cercano. Pero no se preocupen: Christopher McQuarrie ha orquestado un espectáculo de entretenimiento siempre en positivo.
En las casi tres horas de metraje caben dulces para toda la familia. La chicha, el interés del guion de McQuarrie, con Bruce Geller y Erik Jendresen (guionistas de la anterior), por que en ningún momento dejen de pasar cosas. Es el ADN de Misión Imposible, que las secuencias de acción se encadenen al compás de una victoria siempre en juego y en un tapiz de atracciones de colores distintos, entre cortinillas chulas y las remezclas sobre el leitmotiv de Lalo Schifrin, un temarral que aún logra subir nuestras pulsaciones por minuto.
Tampoco pedimos personajes, sólo secundarios empleables sobre los que imprimir observaciones graciosas y clarificaciones de la jerga imposible. Aquí acompañan a Ethan Hunt el interés amoroso reaparecido de la nada, Grace (Hayley Atwell), un infraexprimido Benji (Simon Pegg), y dos sirvelíneas con gracia y plena consciencia de serlo, Paris y Degas (los resueltos Pom Klementieff y Greg Tarzan Davis).
Sentencia final llega decidida a cumplir a rajatabla con el manual de instrucciones de toda su estirpe: en ella, surcamos los cielos y hasta las profundidades abisales, y ningún momento parece ser el indicado para una pausa. Las tres horas pasan volando. Sin embargo, sorprende cuánto desconfía el montaje de Eddie Hamilton (supervisado por los productores Cruise y McQuarrie) en el poder de sus propias imágenes. Las peleas de Hunt se encadenan con las del resto de su equipo, diezmando las conseguidas coreografías en busca del efectismo, las conversaciones (pura exposición, sin tapujos) toman forma en un espitado partido de tenis de mesa entre reacciones y juegos focales. Es el efecto tráiler, ¡que nadie se aburra!
Todo ello, sin olvidar los homenajes al fan que lleva los deberes hechos: el regreso a emplazamientos y personajes icónicos –dudo si desvelarlos–, aunque quizás no lo suficientemente memorables para no necesitar su línea de presentación y un breve flashback. Por cierto, de flashbacks dosmileros bochornosos hay bastantes; tienen su encanto. Bajo la estrella de Skywalker, la película subraya los regresos con alegría sincera de quien se reúne con un viejo amigo.
La vejez es tierna, claro. Pero Tom Cruise hará bien en retirarse temprano. Se le ve físicamente mayor, de forma que la película trata constantemente de encuadrarle de lejos o sólo de cara, y desde que viéramos a Henry Cavill golpeando el aire en Fallout sabemos que la franquicia podría valerse de algo más de dureza james-bondiana y plano abdominal. Apunte: McQuarrie sí ha reservado un rinconcito al hedonismo lesbiano, con Katy O’Brien (Sangre en los labios) luciendo bíceps y comentando sobre motores. Decíamos, hay espectáculo para todo el mundo.
De entrada, Tom Cruise tiene –sobre la hora y media de película– la primera de dos grandes set pieces de acción que bien valen una entrada de cine. Una secuencia que habrá justificado los más de 300 millones de presupuesto, en el Sevastopol, el submarino que vimos hundirse en Sentencia mortal – Parte 1. La escena despliega un rompecabezas de gravedad cambiante, neones de estética Tron y espacios dignos de la saga Alien. El resultado es más espectacular que inteligente, y sin duda está pensado para verse en la mejor pantalla posible. Sin los graves ominosos del Atmos, lo superficial de la atracción puede salir a flote.
Queda disfrute también para el reparto: Hayley Atwell, Grace, protagoniza uno de los arcos de enamoramiento más vergonzantes de los últimos tiempos (secuencias dignas de telefilme), pero compensa la unidimensionalidad del personaje divirtiéndose al entregar cada una de sus punch-lines, en ocasiones sorprendentemente divertidas.
Ante una película que no da más, toca entregarse a lo que hay. Si Misión Imposible no llevara treinta años de acción de primera a las espaldas, lo más seguro es que aupásemos el carácter kitsch de sus propuestas. Pienso especialmente en la mezcla extraña entre la iconografía de pura mazmorra artúrica y las virguerías tridimensionales que “personifican” la Inteligencia Artificial villana, como de publicidad para un curso de chakras. El veredicto es claro: mejor mantener Sentencia final lejos del antivirus. La cinefilia de acción y el legado de Ethan Hunt lo agradecerán.