Nate Silver, 2024.

Nate Silver, 2024. Richard Burbridge 6i49v

EEUU HABLANDO SOBRE EL MUNDO

Nate Silver, el genio de los pronósticos: "A Musk le doy un año más en el Gobierno de Estados Unidos" 162060

El economista que ha logrado predecir con su modelo estadístico el resultado de las elecciones estadounidenses del último par de décadas –salvo una– acaba de publicar un libro, Al límite, en el que reflexiona sobre Silicon Valley, sobre la Inteligencia Artificial y sobre un futuro que pertenecerá, dice, a quienes estén dispuestos a correr riesgos. 4f4e69

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Cuando Nate Silver (Michigan, 1978) apareció en la lista de las cien personas más influyentes del mundo, publicada anualmente por la revista Time, nadie se extrañó. Un par de años antes la gente no es que se hubiese extrañado; es que hubiese tenido que preguntar quién era ese tal Silver.

En 2009, sin embargo, su nombre ya era sinónimo de excelencia en pronósticos electorales. ¿La razón? Acertar quién sería el candidato más votado de las elecciones estadounidenses del 2008 –las que encumbraron a Barack Obama– en 49 de los 50 estados (falló Indiana). Pero también acertar al señalar lo reñida que iba a estar la cosa en dos estados concretos (Misuri y Carolina del Norte) y acertar todos y cada uno de los ganadores en las carreras al Senado celebradas ese mismo año.

Poco después de alcanzar fama internacional por haber dejado en evidencia a los comentaristas políticos profesionales, o sea poco después de haber aparecido en la lista de la revista Time, el New York Times fichó a Silver y este se mudó con su ya famoso blog, FiveThirtyEight, al número 620 de la Octava Avenida. Desde allí cubrió las mid del 2010 –unos comicios en los cuales no solo se somete a votación la totalidad de la Cámara de Representantes sino también un tercio del Senado y un número significativo de gobernadores– acertando el ganador de 34 carreras al Senado (de un total de 37) y el ganador en 36 elecciones a gobernador (de un total de 37).

Luego, en las presidenciales del 2012, vaticinó la relección de Obama acertando el resultado de los 50 estados.

Para entonces Silver ya era una autoridad indiscutible dentro de un gremio periodístico que veía en este licenciado en Economía completamente obsesionado con las tablas demográficas, los cálculos estadísticos y la teoría de juegos una suerte de oráculo. Un estatus cimentado por la oferta que el gigante mediático ESPN, destinado principalmente a la cobertura deportiva, puso sobre su mesa. Silver aceptó.

En esas estaba, ejerciendo de guía electoral desde FiveThirtyEight en su nueva casa, cuando llegaron las presidenciales del 2016 y, con ellas, un episodio que le sigue frustrando.

Al límite, el último libro de Nata Silver.

"Al límite", el último libro de Nata Silver. Penguin Random House

Resulta que el 8 de noviembre de aquel año el modelo estadístico acuñado por Silver otorgaba un 71% de posibilidades de ganar a Hillary Clinton frente al 29% de Donald Trump. Como todo el mundo sabe a estas alturas, fue Trump quien ganó. “La reacción de mucha gente dentro del entramado político fue decir que Nate Silver era un puto idiota”, cuenta en el prólogo de Al límite, su último libro hasta la fecha (y que acaba de ser traducido al castellano por la editorial Debate). Sin embargo, aunque sus cálculos sugerían que Clinton ganaría aquellos comicios, Silver siempre ha sostenido que el porcentaje favorable a Trump presentado en su Excel estaba muy por encima de la media (cierto: la mayoría de modelos predictivos otorgaba al empresario neoyorquino entre un 1% y un 15% de posibilidades de victoria).

Sea como fuere, Silver ha conseguido reconciliarse con buena parte de sus críticos durante las dos últimas elecciones presidenciales. En 2020 predijo la victoria de Joe Biden al darle un 89% de posibilidades de vencer y en 2024, tras la retirada de Biden, sostuvo que si bien la partida entre Trump y Kamala Harris estaba muy igualada el primero tenía más posibilidades de ganar los siete estados dudosos (o sea: claves para la victoria final). Algo por lo que muy pocos apostaban, pero que sucedió tal cual.

Resumiendo: Nate Silver no es un pronosticador infalible pero sí una persona que a base de mezclar números, tendencias y encuestas, y sobre todo a base de observar, puede leer el panorama mejor que la mayoría. Por eso tampoco le ha ido mal en el póquer, en cuyos torneos ha atesorado cientos de miles de dólares y en donde se le considera un jugador a tener en cuenta.

No es casualidad, por tanto, que en Al límite el pronosticador más famoso de Estados Unidos destine cientos de páginas al análisis del mundo de las apuestas –las de casino y las de corte empresarial– para presentar una tesis que viene a decir, grosso modo, que en un mundo tan cambiante, tan frenético, el futuro pertenece a quienes están dispuestos a correr riesgos. Aunque entre ellos también vayan a darse innumerables bajas.

Silver, que actualmente navega por libre a bordo de una newsletter llamada Silver Bulletin leída por cientos de miles de personas, ha charlado con EL ESPAÑOL sobre estas y otras cuestiones desde el otro lado del Atlántico. La conversación, convenientemente editada para facilitar su lectura, tuvo lugar por Zoom a mediados de la semana pasada.

Al límite cuenta que dentro de las sociedades occidentales conviven dos ecosistemas: la Aldea y el Río. Una parte de la sociedad se encontraría instalada en el primero y otra en el segundo. ¿Qué significa esta metáfora?

Antes de nada debo aclarar que al acuñar esa metáfora estaba pensando sobre todo en Estados Unidos. Es cierto que nuestra sociedad es parecida al resto de sociedades occidentales, pero no es idéntica. Conviene tenerlo en cuenta. Dicho lo cual, la Aldea sería el lugar donde vive y medra el establishment progresista. Un sitio dominado por los “expertos” procedentes de las instituciones académicas y por los grandes medios de comunicación. Un sitio gobernado por el entramado federal que ahora está diezmando Donald Trump. Y en donde la característica más común, al margen de los valores progresistas, sería la aversión al riesgo. Un ejemplo reciente de su inmovilismo se encuentra en la resistencia del Partido Demócrata a reemplazar a Joe Biden como candidato presidencial. Se hizo cuando no quedó más remedio (y entonces ya era tarde). La Aldea es, en fin, el lugar de los tecnócratas y de quien sostiene que si los expertos adecuados toman las decisiones adecuadas la sociedad mejorará.

Los habitantes del Río, por el contrario, son personas muy analíticas –en general– y sobre todo personas que toleran muy bien el riesgo. Es gente a la que le gusta apostar –aunque algunos rechacen el término– en el mercado bursátil, en criptomonedas, etcétera. Y es gente que, en algunos casos, ha acumulado muchísimo poder y riqueza. Durante décadas los habitantes del Río se han mantenido bastante al margen de los vaivenes políticos, pero durante la investigación para poder escribir el libro he visto cómo se han ido involucrando más y más en ellos. De manera muy poco sutil, a veces. O sea: los habitantes del Río han pasado de ser una facción eminentemente económica y cultural a militar en política.

No obstante, también hay distinciones dentro del propio Río. Se divide en tres partes.

Sí. En primer lugar está Río Arriba, que es donde habita la vertiente intelectual del ecosistema. La clase de personas que le dan gran importancia a la teoría de la probabilidad y la teoría de juegos. O las personas que se adscriben a una corriente de pensamiento conocida como “altruismo eficaz”. Ahí se encuentran algunos matemáticos y algunos filósofos. En segundo lugar está Río Abajo, que es donde las aguas se enturbian y enmarronan. Ahí estaría desde el típico jugador de póquer afincado en Las Vegas hasta la gente que especula con criptomonedas. Es un poco lo que en inglés llamamos shitshow [risas]. Un lugar divertidísimo pero también salvaje y en el que no puedes bajar la guardia ni un solo instante.

En tercer lugar está lo que he llamado Mediorrío. Es la vertiente corporativa del Río. Ahí se enmarca Silicon Valley, se enmarca Wall Street, se enmarca la banca de inversión. Son personas que han comprendido que conforme el mundo se vuelve cada vez más complejo, más digital, mejor arriesgar el capital lanzando determinadas apuestas de “valor esperado positivo”. Apuestas, en fin, que pueden hacerte perder dinero en el corto y medio plazo pero que a largo plazo te van a salir a ganar. Lo cual explica por qué el mundo de la tecnología y el mundo de las finanzas cada vez tienen más peso en la economía de Estados Unidos.

La idea que desprende el libro es, efectivamente, que los habitantes del Río están ganando la batalla contra la Aldea. Porque esa es otra: el Río y la Aldea estarían en guerra. Entre otras cosas porque los habitantes del Río han desarrollado un gran escepticismo hacia los expertos y han terminado rebelándose contra ellos. ¿Cuándo empezó esa rebelión?

Ha sido un proceso gradual. En Estados Unidos prácticamente todas las instituciones han sufrido erosión a lo largo de los años y el resultado es que cada vez hay menos personas confiando en ellas. La Guerra de Irak ha influido. También la crisis financiera. Y por supuesto la pandemia. Podemos debatir las razones que se encuentran detrás de ese escepticismo, pero el caso es que ha ido creciendo. Es cierto que esos episodios no siempre han ocurrido cuando gobernaba el Partido Demócrata, pero cabe recordar que hasta el aterrizaje de Trump en política el establishment se nutría del bipartidismo.

Otra razón que alimenta ese escepticismo se encuentra en las desigualdades sociales y en el hecho de que nuestra esperanza de vida es significativamente inferior a la de muchos países occidentales que, sin embargo, tienen economías más débiles. Tampoco ayuda a generar confianza lo mucho que cuesta sacar adelante proyectos o construir infraestructura porque nuestra Constitución hace que sea muy difícil cambiar las cosas. Hablamos, en fin, de un cúmulo de factores.

Entiendo...

De todos modos, no creo que la solución se encuentre en la actitud antiestablishment del Partido Republicano actual dado que tampoco está presentando alternativas viables. Lo estamos viendo con el DOGE [el Departamento de Eficiencia Gubernamental creado por Trump y dirigido por Elon Musk con el fin de limar sustancialmente el tamaño gobierno]; algunas de las agencias federales que está recortando incurrían en gastos innecesarios y podrían haber estado mejor gestionadas, sí, pero también se está llevando por delante iniciativas como USAID [Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional]; una entidad que hace un gran bien en el mundo a un coste relativamente bajo.

"No me preocupa tanto desembocar en una dictadura como la conversión en uno de esos regímenes híbridos como el húngaro"

Partiendo de estas respuestas y por aclarar: ¿se podría decir que la Aldea es el lugar de Harvard, de Columbia, del New York Times, de revistas como The Atlantic…?

Sí. De hecho, fíjate en lo que ha sucedido a raíz de haber incluido por error al director de The Atlantic en ese chat secreto en el que se estaban discutiendo operaciones militares sensibles. ¿Qué ha salido a decir Trump? Pues que The Atlantic es un fracaso de revista. Y lo dice porque The Atlantic forma parte del establishment. Igual que el New York Times o todas esas universidades. Incluso Jeff Bezos, uno de los habitantes más moderados del Río, prohibió que el Washington Post, de su propiedad, se posicionara [como suele hacer cada cuatro años] a favor del candidato progresista en la campaña electoral. En este caso Kamala Harris. Bezos, por cierto, acaba de despedir a una de sus columnistas más críticas con Trump. Todo esto lo que nos dice es que el enfrentamiento entre la Aldea y el Río es cada vez más abierto, más visible.

El caso de The Atlantic y el chat secreto es curioso. Después de publicar la primera información, muchos partidarios de Trump acusaron al director de la revista de habérselo inventado o de exagerar. Sin embargo, cuando un día después publicó la conversación entera para demostrar que era verdad, los mismos que le acusaban de mentiroso cambiaron de registro y comenzaron a llamarle traidor a la nación. Es como si no hubiese salida.

A veces me preguntan por las probabilidades de que Estados Unidos se convierta en una dictadura y suelo contestar que son bastante bajas. Y lo son porque muchas de las cosas que está haciendo Trump no son particularmente competentes. A eso hay que sumar la caída de popularidad que ha registrado en las últimas semanas y que se debe, fundamentalmente, a la cuestión económica. Con lo cual, no me preocupa tanto desembocar en una dictadura como la conversión en uno de esos regímenes híbridos como, por ejemplo, el húngaro. También me preocupa la acumulación de poder en las manos de los más ricos. Porque tú puedes tener unas elecciones justas y libres según los estándares de las Naciones Unidas, pero si un donante como Elon Musk aporta 300 millones de dólares –de manera limpia, vale– a cambio de convertirse en la segunda persona más importante del país y una de las más poderosas del mundo junto al propio Trump, Vladímir Putin o Xi Jinping…

Hay una zona gris bastante amplia entre democracia plena y autoritarismo.

Sí, aunque incluso en los sistemas genuinamente autoritarios la opinión pública importa. A fin de cuentas, los regímenes pueden ser depuestos y los valores de la población pueden cambiar a lo largo de las décadas. Pero, volviendo a la cuestión anterior, a mí me preocupa que Trump y Musk estén pulsando un montón de botones y rompiendo todo tipo de cosas. Pero si es que estamos convirtiendo a Canadá en un enemigo. ¡Canadá! ¡Un país con el que Estados Unidos tenía una de las amistades más sólidas del mundo! Y un país que ahora va a celebrar unas elecciones en las que los conservadores, que eran vistos como la opción que mejor podría entenderse con Trump, han dejado de ir por delante en los sondeos tras ceder terreno ante los progresistas del Partido Liberal. El mundo, en fin, es un lugar frágil en muchos sentidos y aunque no tengo claro que romper un montón de cosas te lleve necesariamente al autoritarismo sí pienso que va a generar problemas graves a medio y largo plazo.

Regresando a la metáfora del libro –Río versus Aldea–, lo normal sería ubicar a Trump en el primer ecosistema. Pero resulta que no es nada fácil situarlo.

Trump –un hombre rico y extremadamente poderoso– siempre se sintió excluido por el establishment porque el establishment siempre le trató como una especie de broma andante. En paralelo, a lo largo de su carrera ha hecho quebrar casinos. Casinos que, como el Taj Mahal de Atlantic City, estaban muy bien y podrían haber funcionado. El problema es que Trump no se detiene a observar los detalles; es impulsivo. Por eso financió esos casinos con bonos basura que arrastraban unos intereses extremadamente altos cuando los casinos son, por definición, una inversión a largo plazo. Tú inviertes cientos y cientos de millones en construir esas propiedades gigantescas con la idea de que, en un momento dado, al cabo de tres o cuatro décadas, termine siendo una operación rentable. Y lo terminará siendo si aguantas porque, como suele decirse, la banca siempre gana. Es lo que no pareció entender Trump y por eso el Taj Mahal quebró.

¿Eso qué nos dice? Pues que Trump no es lo suficientemente analítico como para figurar entre los habitantes del Río. Es verdad que le gusta el riesgo y que, hasta cierto punto, parece tener una mentalidad estratégica. Pero es alguien de suma cero. Y parece incapaz de comprender, volviendo a la geopolítica, que es bueno no haber estado en guerra con nuestros vecinos, Canadá y México, en los últimos 150 años pese a ser menos poderosos que Estados Unidos. Tener fronteras pacíficas, y el hecho de que los tres países que conforman América del Norte se lleven razonablemente bien, es una ventaja. Y qué decir de Europa; si China está aumentando su poder y su influencia lo inteligente sería alinearse con Europa, ¿no? Trump, sin embargo, no parece pensar así y, en mi opinión, está siendo muy miope.

Ahora que hablamos de geopolítica quiero preguntar por la hostilidad de esta Casa Blanca hacia sus aliados históricos. El caso de Groenlandia, por ejemplo, o el de Panamá. ¿Trump va de farol con idea de conseguir algo o…?

Pienso que sí, que muy probablemente esté yendo de farol. El tema de los aranceles no deja de ser algo que puede hacer y deshacer –anunciarlos y retirarlos– más o menos a su antojo. Lo de invadir Groenlandia o retomar por la fuerza el Canal de Panamá, sin embargo, es algo muy distinto. Ahí necesitas que decenas de miles de estadounidenses, de militares, estén dispuestos a seguir esa orden y no tengo nada claro que, llegado el momento, vayan a seguirla. Ahora bien: ¿cuál es el fin del farol? No lo sé, la verdad. Igual busca envenenar las relaciones con esos aliados por algún motivo que dará sus frutos a largo plazo. Puede que busque hacer claudicar a los daneses para que accedan a esto o lo otro a base de amenazas.

También hay que tener en cuenta cómo piensa Trump: las únicas personas que le importan en este mundo son Putin, Xi y puede que Elon Musk. Obvia que los países europeos son democracias que responden a sus propios sentimientos internos y ahora tienes a Friedrich Merz, el próximo canciller alemán, diciendo que hay que poner distancia con Estados Unidos. Una cosa increíble. El mayor cambio de tendencia geopolítica desde la Guerra Fría. Pero un cambio racional, a fin de cuentas, habida cuenta de lo impopulares que son Trump y Musk en Europa.

Es difícil conseguir que otras naciones capitulen.

Claro. Puede que lo racional, para Dinamarca, sea negociar un precio adecuado por el cual vender Groenlandia. Pero extraer un tributo de naciones independientes que tienen su propia cultura y su propio orgullo tiene consecuencias. Además, uno puede llegar a pensar que pasando por el aro la primera vez se abre la puerta a futuras presiones dado que así es como funcionan los bullies. No creo que Trump otorgue a otros países la suficiente credibilidad estratégica y, desde luego, no parece ser consciente de que esos países tienen un criterio y unos incentivos propios.

"Estados Unidos está destinado a pasar los próximos años tambaleándose entre extremos"

Antes comentábamos que la popularidad de Trump está bajando a causa de la economía. ¿Qué está ocurriendo exactamente?

Ocurre, básicamente, que mucha gente ha votado a Trump por miedo a la inflación y ahora esa gente está viendo cómo los precios vuelven a subir. Creo que a muchas personas les asusta el tema de los aranceles. En otras palabras: se está rompiendo el pacto.

¿Qué pacto?

El que decía que Trump puede bromear sobre –por ejemplo– Groenlandia, criticar a los medios de comunicación y reírse del progresismo… siempre y cuando el país, o sea la economía, vaya bien. Ahora bien: que el país entre en recesión por una serie de aranceles estúpidos difíciles de justificar incluso por quienes los han impuesto va a ser difícil de ignorar. Es verdad que Estados Unidos se encuentra muy polarizado, y que Trump siempre va a tener a un 38%, o 42%, o 45% del electorado en su esquina. Pero no parece estar gobernando con el largo plazo en mente. En parte, supongo, porque no puede volver a salir elegido. Sospecho que Estados Unidos está destinado a pasar los próximos años tambaleándose entre extremos.

¿Qué futuro le espera al Partido Demócrata? Puesto de otro modo: ¿qué debe hacer para recuperar credibilidad y popularidad?

El Partido Demócrata, como decía, es una organización a la que no le gusta el riesgo y actualmente su popularidad es bastante baja. En parte porque sus propios votantes están sumamente descontentos con él ya que la percepción es que no está peleando como debería contra Trump. En paralelo están los despidos de los columnistas más progresistas de periódicos como el Washington Post o la pleitesía que muchos líderes empresariales han empezado a rendir a Trump. Todo eso ayuda a entender por qué la izquierda se está volviendo cada vez más atractiva para el votante del Partido Demócrata. Primero porque pelea; planta batalla. En segundo lugar porque sus críticas contra la acumulación de la riqueza y los oligarcas se ven retroalimentadas por la trayectoria de tipos como Elon Musk. Y, en tercer lugar, porque la izquierda siempre ha tenido una relación bastante fría con el establishment del Partido Demócrata.

¿Hay algún nombre a tener en mente de cara a las elecciones del 2028?

Trump y Musk van a estropear muchas cosas y eso va a generar oportunidades para que se les ataque. De todas formas, creo que el Partido Demócrata debería escoger a alguien que tenga experiencia en ser popular. Alguien como Gretchen Whitmer [la gobernadora de Michigan] o Josh Shapiro [el gobernador de Pensilvania]. Son populares y han conseguido ganar elecciones. Han sido votados. Esas serían las opciones lógicas. Pero quién sabe. Mira: cuanto más tarde el establishment en ajustarse a la nueva realidad más posibilidades habrá de que sea cogido por sorpresa. Y eso puede desembocar en un candidato mucho más de izquierdas de cara a las elecciones de 2028. Un verdadero outsider, incluso. Una especie de Trump de su cuerda, aunque no estoy seguro de que esa sea la mejor idea. Quizás alguna figura que proceda de la televisión.

El nombre de Elon Musk ha salido varias veces en la conversación. También aparece en el libro. Ahora mismo hay mucha gente confundida con él. ¿Por qué se ha metido en política? ¿Ha sido una buena apuesta por su parte?

Musk ha invertido 300 millones de dólares en las elecciones y el aumento del precio de las acciones de Tesla [una de sus compañías] desde que se hizo palpable que Trump iba a ganarlas hasta mediados de diciembre hizo que su fortuna se incrementara en varios miles de millones de dólares. Así que por un lado ha sido una gran apuesta, una gran inversión. No obstante, creo que de un tiempo a esta parte muchos inversores están cuestionando su enfoque y, hasta cierto punto, sus capacidades. El precio de la acción de Tesla, por seguir con el mismo ejemplo, se ha desplomado alrededor de un 50% recientemente. Aunque, ojo, no todo es política.

También hay que tener en cuenta el negocio en cuestión y no hay que olvidar que China está desarrollando sus propios coches eléctricos. Con todo, parece que la impopularidad de Musk está afectando a las ventas de Tesla e incluso dentro del propio gabinete de Trump ya empieza a cosechar críticas y quejas. Conviene saber que muchas de las historias del Río terminan de forma trágica. Si tú vales lo que vale Musk –cientos de miles de millones de dólares– puedes permitirte cometer muchos errores. Pero todos hemos visto cómo grandes jugadores de póquer se han embarcado en una racha tremendamente buena hasta que, de pronto, tras ir subiendo la apuesta una y otra vez y abrazando un modo de vida salvaje, la cosa termina mal. Y eso sucede con más frecuencia de la que creemos.

¿Cuánto va a durar Musk en el Gobierno de Estados Unidos?

Un año más, aproximadamente. Hay que tener en cuenta que Trump ya no necesita su apoyo financiero –no puede volver a presentarse a las elecciones– y que Musk es bastante impopular también en Estados Unidos. De hecho, los anuncios más efectivos del Partido Demócrata son los que van dirigidos contra Musk –acusándole de querer desmantelar Medicare o la Seguridad Social– y no contra Trump. Es decir: Musk le causa muchos problemas a Trump. Lo de DOGE, por ejemplo, es una comisión. Porque, a ver, si quieres premiar a un tipo que te ha ayudado durante la campaña pues le nombras embajador de Luxemburgo [risas]. Le mandas a un lugar –dicho con todo respeto hacia Luxemburgo– poco importante. Pero liderar DOGE encierra muchísimo poder. Tampoco hay que descartar la posibilidad de que Musk se aburra. O de que alguien –esto no es muy probable porque parece vivir en su propia burbuja– le diga que debe volver a ocuparse de sus empresas porque están perdiendo mucho. Así que sí: más o menos durará, pienso, un año más.

"Regular la Inteligencia Artificial va a ser difícil. Pero hay que intentarlo"

El libro también aborda el universo de la Inteligencia Artificial. ¿Hasta qué punto puede llegar a representar un riesgo para la democracia?

Aquí hay varias dimensiones. La primera es que la Inteligencia Artificial es una tecnología en la que el ganador se lo lleva todo. Y ahora mismo los dos países más poderosos del mundo, China y Estados Unidos, están a punto de incrementar todavía más su poder gracias a ella. Luego está mi creencia de que la Inteligencia Artificial destruirá un montón de puestos de trabajo ya que podrá hacer cosas mejor y de forma más barata que una persona. También me preocupa la gente que pueda recurrir a la Inteligencia Artificial con idea de hacer daño. Creando, por ejemplo, armas biológicas. Y me preocupa que la Inteligencia Artificial se utilice para apoyar el autoritarismo.

Luego está el escenario apocalíptico que dice que la Inteligencia Artificial puede deducir, en un momento dado, que lo más óptimo para el futuro es destruirnos a nosotros, los humanos. De eso no estoy tan convencido, pero durante milenios los seres humanos hemos sido la especie dominante en el planeta y si delegamos ese control, esa dominación, quién sabe lo que puede ocurrir a continuación. Digamos que en Estados Unidos hay gente preocupada por las pequeñas alteraciones que puede traer la Inteligencia Artificial y gente preocupada por los grandes cambios que puede generar. A mí me preocupan ambas cosas [risas]. Sin embargo, también es una tecnología fascinante que facilita mucho la vida. Yo recurro a la Inteligencia Artificial para muchas cosas y gracias a ella las hago mucho más rápido. Sin ir más lejos, tú y yo podríamos estar hablando en castellano y en inglés ahora mismo y entendernos gracias a la Inteligencia Artificial. Pero sí: las amenazas son reales y deben tomarse en serio.

¿Hay que regular la Inteligencia Artificial?

Claro. No sé si terminará siendo regulada porque la tendencia del Gobierno de Trump es revertir algunas de las regulaciones aprobadas por Biden, y creo que hay una suerte de carrera armamentística con China ya que mucha gente piensa que si no somos nosotros quienes desarrollamos tal o cual herramienta serán los chinos quienes lo hagan. Por eso pienso que regular la Inteligencia Artificial va a ser difícil. Pero hay que intentarlo. Partiendo de la base de que soy más pro libre mercado que la media, hay que tener en cuenta que el desarrollo de la bomba atómica no corrió a cargo del sector privado. Fue el Gobierno quien reclutó a los mejores científicos del mundo para hacerlo. No obstante la Inteligencia Artificial, que puede llegar a ser igual de poderosa que la bomba atómica, está siendo desarrollada por compañías privadas y creo que las autoridades deberían involucrarse. Tampoco sé cuál es la hoja de ruta idónea o qué tipo de regulación habría que implementar. Y no se trata de que Estados Unidos se convierta en la Unión Europea y se ponga a regular hasta el punto de conseguir que ninguna empresa haga nada. Pero creo que una regulación inteligente en torno a la Inteligencia Artificial es algo que nos conviene a todos.

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