
La feria del libro permanente en la cuesta de Moyano a finales de los años 40. Foto: EFE 65425w
De la Guerra Civil a la Covid: 100 años de resistencia en la Cuesta de Moyano 5a1c4d
La feria permanente de libros más emblemática de Madrid, celebra su centenario entre actos conmemorativos, memoria histórica y el esfuerzo diario de los libreros. 486u2i
Más información: Cien años en la Cuesta de Moyano 6v5a4g
Por sus adoquines han caminado generaciones de lectores: algunos llegaban con los ojos aún abiertos por la infancia, otros con la melancolía a cuestas, buscando en las páginas de un libro lo que ya no encontraban en la vida. La Cuesta de Moyano huele a papel envejecido, a polvo dorado, a frases subrayadas por manos ajenas y memorias compartidas.
Esta calle de casetas verdes, escoltada por las estatuas de Baroja y Claudio Moyano, cumple cien años en 2025, y lo hace como se llega a esa edad entre páginas: con cicatrices, tachones, esquinas dobladas… pero también con belleza intacta, con historia acumulada y con una vitalidad que no cesa.
El 11 de mayo de 1925 se instaló de manera permanente la Feria de Libros en la calle de Claudio Moyano, no como un capricho urbanístico ni como una concesión pasajera, sino como un gesto firme de civilización.
Fue gracias a un grupo de intelectuales —la mayoría de ellos anónimos— que escribió una carta al Ayuntamiento solicitando que aquel espacio dedicado al libro recibiera "todo el mimo" posible, con el deseo de que fuese visible, accesible y entrañable.
No se equivocaron: un siglo después, la Cuesta de Moyano sigue siendo uno de los rincones más queridos de Madrid.
Antes de tener nombre propio, los libreros de ocasión —con sus tablas, toldos y pilas de novelas gastadas— se instalaban en la Plaza de Atocha, entre floristas y fruteros, vendiendo libros al lado de naranjas y crisantemos, en un tiempo en que la cultura olía a fruta madura y a tinta seca.

Las emblemáticas casetas hoy en día. Foto: EFE
En 1919 se trasladaron junto a la verja del Jardín Botánico, dando lugar al germen de la actual feria, hasta que en 1925 el Ayuntamiento decidió ubicarlos en la calle que hoy conocemos, consolidando así un enclave único en el paisaje madrileño.
El arquitecto municipal Luis Bellido fue el encargado de diseñar las primeras casetas: de madera, rectangulares, pintadas de gris, treinta en total, como los peldaños que aún hoy suben esta cuesta consagrada a las letras.
Lo que muchos visitantes ignoran es que aquellas casetas originales fueron demolidas en 1986, hecho que la prensa de la época narró con una inesperada épica: "Cinco minutos más tarde solo quedaba un montón de maderas esparcidas por el suelo".
Afortunadamente, fueron reconstruidas más tarde, idénticas en apariencia, aunque dotadas de luz y agua; porque a veces, la historia también se comporta como un poema, se destruye para renacer con las mismas palabras.
Pendiente inmortal 6d3054
La Cuesta ha sobrevivido a mucho más que retroexcavadoras. Resistió guerras, dictaduras, atentados y pandemias; incluso durante la Guerra Civil continuó la venta de libros, y durante la dictadura se escondieron allí los títulos prohibidos, los que susurraban verdades incómodas. Las casetas fueron entonces refugio y trinchera, punto de encuentro y de resistencia.
A día de hoy, aún es posible encontrar entre sus páginas billetes de tranvía de los años cuarenta, cartas de amor sin remite o fotografías anónimas.
"La magia sigue ahí", afirma Lara Sánchez, presidenta de la asociación ciudadana Yo soy de la Cuesta, que desde 2019 trabaja incansablemente para revitalizar este espacio. En su voz hay una ternura inconfundible, la de quien ha crecido entre libros y casetas.

La cuesta de Moyano en la década de los 50. Foto: EFE
La presidenta de la asociación continúa: "El o directo con el librero, el hecho de poder hablar, preguntar, descubrir… todo eso no te lo da un algoritmo. Hay personas que se sienten intimidadas al entrar en una tienda cerrada, pero aquí, al aire libre, se crea una relación distinta, más humana".
Recuerda con emoción sus visitas infantiles con su abuelo, donde presenciaba tertulias espontáneas entre amantes de los libros, personas de ideologías muy distintas conversando con respeto, como si Moyano fuera también eso: un espacio para el diálogo, la pluralidad y la curiosidad.
Desde su fundación, Yo soy de la Cuesta ha logrado hitos que han devuelto a Moyano su papel central en la vida cultural de la ciudad: desde la exoneración del canon a los libreros durante la crisis del COVID, hasta la recuperación de casetas cerradas desde los años ochenta, pasando por una programación cultural vibrante que convierte cada fecha señalada en una fiesta literaria.
Con más de 15.000 seguidores, la asociación organiza actividades en jornadas como el Día de la Poesía, el de las Librerías, el del Libro Infantil o el de las Escritoras.
Para este centenario, han preparado un ciclo llamado Generación Moyano, con tertulias temáticas que recorren las décadas desde los años veinte hasta hoy, con voces como Rosa Montero, Sergio del Molino, Antonio Lucas, Karina Sainz Borgo, Joaquín Reyes o Javier Rebollo.

La cuesta de Claudio Moyano en la actualidad. Foto: EFE
"Queríamos que esta celebración no fuera solo una mirada al pasado, sino también una forma de imaginar el futuro", señala Sánchez.
Ese compromiso ha sido reconocido de manera oficial: la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha concedido a la asociación la Medalla de Honor del 2 de Mayo "por haber hecho de Moyano un referente cultural internacional", un gesto que se suma a su inclusión en el Paisaje de la Luz, Patrimonio Mundial de la UNESCO, como símbolo vivo de una ciudad que, entre el Retiro y el Prado, sigue respirando a través de las páginas de sus libros.
Futuro inminente 58w4c
Sin embargo, el peso del pasado no es el único que soporta la Cuesta: el presente también aprieta, y el cambio climático amenaza directamente la viabilidad de esta feria al aire libre. "Los libreros llevan medio año sin poder vender apenas por culpa de la lluvia. En verano, con el calor extremo, tampoco se vende. Si solo tienes tres o cuatro meses de ingresos al año y estás pagando un canon de 9.000 euros, es inviable", denuncia la directora de la asociación.
A ello se suman los problemas estructurales: fugas de agua, casetas deterioradas, puertas que se hinchan con la humedad. Aun así, los libreros siguen en pie, montan sus puestos cada mañana y los desmontan al anochecer, como si cada jornada fuese una función que solo cobra sentido cuando el primer lector se detiene.
La Cuesta de Moyano no es solo patrimonio cultural, sino también memoria viva. Por aquí compraron libros Hemingway y Ortega y Gasset; pasearon María Zambrano, Azorín, Carmen Iglesias, Patti Smith o Pérez-Reverte.
Pero también, y sobre todo, cientos de lectores anónimos, verdaderos protagonistas de esta historia. "Muchas personas han pasado su infancia aquí, hojeando libros con sus padres, o llegaron un día sin buscar nada y encontraron un libro que les cambió la vida", relata Lara Sánchez.
Cuando le pregunto por su primer libro comprado en Moyano, Sánchez no lo recuerda con certeza, pero se le ilumina la voz al mencionar un pequeño ejemplar del poema If, de Rudyard Kipling, que le regaló su abuelo. Tal vez ahí resida la verdadera esencia de Moyano: en los libros como objetos heredados, como puentes entre generaciones, como mapas vivos de la memoria.
Quién sabe cómo será dentro de cien años: si habrá papel, si quedarán casetas, si el Retiro seguirá siendo un refugio verde o si la lluvia persistirá. Pero si algo merece conservarse, es esa idea sencilla y luminosa de que el libro no se vende: se comparte. Que el librero no despacha: conversa. Y que la cultura no es solo una industria, sino también una calle en cuesta, donde cada peldaño guarda una historia esperando ser leída.