
Josh O’Connor y Paul Mescal, en 'The History of Sound' 6i4v6z
'The History of Sound': un wéstern-haiku con sensible romance entre Paul Mescal y Josh O’Connor 1p634o
Continúa la sección oficial de Cannes. Otro gran creyente de la emoción, Joachim Trier, nos busca el lacrimal con un drama de Chéjov en plan “posmo” en 'Sentimental Value'. 26z1p
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El romance entre Paul Mescal y Josh O’Connor puede explicarse en unas pocas imágenes. Lo dicen todo los ojitos que la pareja se echa al conocerse, o las manos sobre el riel de la escalera, en su primera noche. Oliver Hermanus ya cultivó la química en el armario en Moffie (2019), un filme algo menos apañado, pero hoy The History of Sound da al cineasta la oportunidad perfecta para explayarse con un retrato entregado a lo untuoso y lo sensible.
En la América de los albores del siglo XX, Lionel y David (Mescal y O’Connor) emprenden un viaje para guardar baladas populares montañesas dentro de una maleta llena de tubitos, como tarros de mermelada. Por el camino irán atesorando miniaturas “sencillas y tiernas”: desde el poder hipnótico de una llama sobre el papel, al tacto de las plumas de un colchón descosido. Del detallismo en el montaje de un magnetófono a la colección de las armonías que recogen a capella, todo constituye un espectáculo de deliciosa oldsthetic.
Al final de un verano perezoso, bajo la sombra de la Gran Guerra, su historia tomará los derroteros tristones del cine reciente sobre amores acabados y viejos amantes, desde los Desconocidos de Andrew Haigh a la Benediction de Terence Davies (aunque el wéstern fue siempre el género de los finales anunciados).
Ben Shattuck, el autor del cuento homónimo del que parte y guionista, reduce al mínimo las justificaciones sobre la separación dolorosa de los amantes, aunque la explica mejor el vacío que deja la tupida banda sonora que Hermanus ha venido tejiendo con gusto –violines, tonadas folk, los murmurios de los amantes–, y que se disipa hacia el silencio. De forma un tanto funcional y sin ninguna virguería, la pérdida acaba hablando directa a la piel.
Hermanus, quien antes firmó Vivir (el remake del clásico de Kurosawa, con Bill Nighy), retrata los años que pasan con un realismo lustroso, de despachos de madera oscura, que sorprendentemente encuentra su punto de mayor crisis entre manteles caramelo y azul claros. Faltan aún noventa minutos de película –son demasiados– y la vida sigue, aunque no para Lionel. En plenas facultades, Paul Mescal abraza una lentitud que cuaja bien con lo estatuario de su cuerpo. Nadie como él podría equilibrar lo melodramático y lo apocado del tormento que acarrea este hombre desgraciado.

Oliver Hermanus y Paul Mescal, en Cannes. Foto: EFE/EPA/CLEMENS BILAN
Por mucho que caiga en la moraleja para un final más ñoño que emotivo y aunque dudo que se sostenga ante el escepticismo o la repetición, The History of Sound también resulta una parábola irreprochable sobre aquello que debe perdurar en el paso de una juventud preciosa, tupida y restallante a la madurez calma.
La fórmula de La peor persona del mundo 4x3p6l
Joachim Trier repite las maneras de su película anterior, La peor persona del mundo (2021), la que dio a Renate Reinsve la Palma a mejor actriz y fue doble nominada al Oscar. Capitulada, narrada en off y con el empujón por carisma de Reinsve, Sentimental Value también cose los pedazos de una transición emocional sobre diálogos ingeniosos (apenas verosímiles) y la estupefacción que despiertan.
Pero del coming of age al coming together, Trier le incorpora las fórmulas de Chéjov: usa a tres protagonistas, en una casa, enmarañados dentro de un embrollo emocional, técnicamente, de alto calibre. Ahora, mientras Stellan Skarsgård lloraba a mares en pantalla, en la sala Bazin se han oído varios bostezos.
En la “familia” son Gustav, padre ausente y director de cine en horas bajas (Skarsgård), y sus hijas, la actriz Nora (Reinsve) y la madre de familia Agnes (Inga Ibsdotter Lilleaas). Al rechazar Nora un papel en la última y personalísima película del caprichoso Gustav, este contrata a una actriz famosa encandilada por su cine, Rachel (Elle Fanning); y de ahí a los celos, el resentimiento y el perdón, quizás.

Stellan Skarsgård y Renate Reinsve, en 'Sentimental Value'
Sin embargo, la mayor fortaleza de Sentimental Value reside, justamente, en cómo se constelan los personajes, no hacia dónde van en la trama (eso, de hecho, resulta bastante obvio). Gracias a un reparto perfectamente escogido, asistimos a una geometría familiar al punto de nieve y sin receta, de la que resulta la química entre Nora y Agnes, de una horizontalidad y un afecto tan aspiracionales como visibles, o la forma en la que Nora es a la vez todo lo opuesto y la misma persona que su padre; y el que se entienda sólo en las secuencias que comparten.
Por lo demás, y como ya sucediera en La peor persona del mundo, las balanzas de Joachim Trier llegan desequilibradas. La película empieza con un fantástico ataque de pánico de Nora, dibujado entre lo paródico y lo preocupante, y avanza en staccato, saltando entre voces narradoras y tonos (de la comedia entrañable al drama profundo) sin ningún miedo al paréntesis, o a la ligera autoconsciencia “posmo”. Pero el gran músculo de Joachim Trier, su capacidad tremenda para arrancar situaciones originales y atravesarlas hasta llegar a un punto de emoción reconocible, aquí nos lleva a territorios demasiado resabidos.

Renate Reinsve, durante la presentación de la película en Cannes. Foto: EFE/EPA/CLEMENS BILAN
Entre el ataque de pánico y los créditos finales, rompemos varias veces la cuarta pared, habremos dado vertiginosos saltos en el tiempo y visto algún collage audiovisual resultón. Aun así, la película se siente como exactamente lo que es, una cinta del subgénero de las “familias que vacían casas y sacan a relucir sus dramas”, y un filme que cree poder llegar a cotas emocionales mayores sólo por salirse de la línea.
El buen drama no funciona con chascarrillos, claro, por lo que el impostado y larguísimo tercer acto (tan largo o más que La peor persona del mundo) nos encuentra ya muy por detrás de la emoción en pantalla. Técnicamente, sentimos.