
Una fotografía del incendio de Palisades (enero de 2025). Foto: California Department of Forestry and Fire Protection 2u5e17
Del Antropoceno al Piroceno: la Tierra en combustión 713c3w
El aumento de la frecuencia e intensidad de los fuegos en diversas partes del mundo ha llevado a plantear a los especialistas que estamos en un nuevo período histórico. 2k2865
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El elemento compositivo Pyro significaba en griego antiguo “fuego”, de ahí palabras como “pirómano” o “piroclasto”, nombre, este último, con el que se denomina el material volcánico sólido expulsado al exterior durante una erupción volcánica (klastós significa “hecho pedazos”). Y a semejanza del término “Antropoceno” acuñado también a partir de raíces griegas (ánthrôpos, esto es, “humano”, y kainós, “nuevo”) para expresar la profunda intervención humana en el clima terrestre, actualmente comienza a utilizarse la voz “Piroceno” para resaltar el aumento de la frecuencia e intensidad de los fuegos en muy diversas partes del mundo. Los recientes incendios en California son un terrible ejemplo.
Es cierto que los incendios en California no son un fenómeno nuevo, como tampoco lo son en España, más aún si se tiene en cuenta que la geografía urbana de esa zona californiana no favorece una acción rápida por los bomberos. Así, por ejemplo, en la mañana del 6 de noviembre de 1961 se inició un incendio al norte de la carretera conocida como Mulholland Drive, e impulsadas por los vientos de Santa Ana, las llamas saltaron la carretera destruyendo 24.000 metros cuadrados de territorio y cerca de 500 casas, entre ellas la del escritor Aldous Huxley.
Pero la situación actual no es la misma que en 1961. El 10 de enero, al mismo tiempo que las llamas se propagaban sin control, las principales organizaciones científicas mundiales anunciaban que la temperatura global de la Tierra había alcanzado un nuevo máximo, que la NASA estimó en 1,47 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales. Y al aumentar la temperatura, la capacidad de la atmósfera para mantener la humedad crece, además, de manera no lineal sino exponencial.
Temperaturas más altas impulsan la evaporación, con dos efectos aparentemente contrapuestos: lluvias más intensas y sequías más severas. California ha sufrido en los últimos años ambos extremos: los inviernos fueron excepcionalmente húmedos, y el verano y otoño de 2024 extremadamente secos. Durante los períodos húmedos, prosperaron la hierba y los arbustos en las crestas y cañones de Los Ángeles, pero cuando llegó la temporada seca, esas plantas, ya marchitadas, se convirtieron en caldo de cultivo para los incendios, que además encontraron en los secos vientos de Santa Ana un aliado.
Desgraciadamente, estos efectos no son fenómenos locales: en un artículo titulado “Volatilidad hidroclimática en una Tierra que se calienta”, publicado el 9 de enero de este año en la revista Nature Reviews Earth & Environment y encabezado por Daniel Swain, del Instituto de California para Recursos de Agua, se argumenta que los cambios atmosféricos que se están produciendo son mayores en latitudes elevadas y en la franja que va desde el norte de África hasta el este del sur de Asia.
Menos conocido que el reciente californiano es otro devastador incendio que se desencadenó, en mayo de 2016, a ocho kilómetros de la ciudad petrolera de Fort McMurray, en la provincia canadiense de Alberta, y que John Vaillant ha estudiado en El tiempo del fuego (Capitán Swing, 2024).
“En pocas horas —escribe Vaillant— Fort McMurray quedó sumida en un apocalipsis regional que lanzó tormentas de fuego sobre la ciudad durante los días que siguieron. Barrios enteros ardieron hasta los cimientos bajo las torres de los pirocúmulos, el mismo tipo de nube que suele aparecer cuando los volcanes entran en erupción”. Cien mil personas tuvieron que abandonar la ciudad en un solo día. Y el sistema meteorológico que se produjo desencadenó vientos huracanados y rayos que provocaron nuevos incendios. En otro tiempo tal vez se habría hablado de la “Furia del dios Pyro”.
"El fuego, la combustión, también desempeñó un papel central en el paso
de la alquimia a la química moderna"
Es otra cara de la moneda, esta favorecida por la actividad de los humanos, de un fenómeno que ha acompañado a la vida vegetal —la base de la vida animal— desde que esta surgió en la Tierra. Porque el fuego no es sino una combustión —una reacción química— que solo se produce en presencia de oxígeno, y este es un producto de la fotosíntesis (o función clorofílica) de las plantas. De hecho, no fue hasta hace aproximadamente quinientos millones de años, cuando hubo oxígeno suficiente en la atmósfera como para que la vida aeróbica pasara a dominar la de los primeros colonizados terrestres, los microbios anaeróbicos.
La vida animal, nosotros incluidos, no existiría sin el oxígeno que respiramos, pero hay más. La “domesticación del fuego” fue un hito en la historia de la evolución de los homínidos, puesto que con él pudieron cocinar alimentos, lo que permite absorber más fácilmente las proteínas y los hidratos de carbono, reduciéndose así la energía necesaria para la digestión, a la vez que se eliminan posibles parásitos patógenos. El crecimiento del cerebro, nuestro órgano que consume más energía, es deudor de este proceso.
El fuego, la combustión, también desempeñó un papel central en el paso de la alquimia a la química moderna. Para explicar la combustión, Georg Stahl (1659-1734), profesor en la Universidad de Halle, propuso una teoría que tuvo muchos adeptos entre los alquimistas, en la que suponía que la fuente de la combustión era una especie de gas incoloro e inodoro, muy inflamable, al que denominó flogisto (la palabra griega para “llama”).
La materia era combustible por el flogisto que contenía, y la combustión hacía que este se asociase a otra materia y, en última instancia, que se perdiese en el aire. Y así, la combustión se detenía cuando el cuerpo ya no tenía más flogisto. Se trataba, por consiguiente, de la pérdida de un elemento. Fue Antoine-Laurent Lavoisier (1743-1794), el “Newton de la química”, quien demostró que sucedía lo contrario, que la combustión es un proceso de adición en el que un elemento que forma parte del aire, el oxígeno, se combina con un cuerpo oxidable. Sin oxígeno no hay combustión.
Bien sabían los antiguos la importancia del fuego cuando idearon “el mito de Prometeo”, el titán amigo de los mortales, que robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos, por lo que fue castigado por Zeus, que cada día enviaba un águila para que se comiera su hígado, que volvía a crecer cada noche, repitiéndose el terrible castigo. ¿Será el Piroceno la maldición mítica rediviva?