
Varios de los monitores de Aspandem en Marbella. Ignacio Iribarnegaray 6y4ni
El día a día de los monitores de Aspandem para ayudar a personas con discapacidad intelectual 14h4u
Muchos de ellos entraron a trabajar por casualidad en este centro en Marbella y hoy en día no lo cambiarían por nada del mundo. mr69
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"Los geranios no se van a seleccionar solos y menos si no los limpias antes de ponerlos en el carro, Vicencio", le espeta Eva al chico asiático de metro sesenta.
El sol se observa filtrado por el plástico que cubre los viveros de Aspandem. Hoy, como todos los jueves, toca que los chicos seleccionen las plantas para el kiosco que tienen en la Avenida Marqués del Duero en San Pedro.
Vicencio es un trasto, o al menos es así como lo definen algunos de sus monitores. Con una edad aparente de 17 años, el chico con deficiencia intelectual no lo parece. Más allá de su habla de ligeros balbuceos, entiende todo y es capaz de encontrar subterfugios para burlar a sus monitores y padres.
En esta ocasión ha descubierto que, al limpiar las hojas marrones de solo parte de las plantas, no tiene que hacerlo al completo y esa “perfección” que le pide ella no es necesaria. A ver si consigue pasar el “gran jefe”.
Severa, algunos la llamarían incluso sargento. Esa es la visión que los chicos tienen de Eva a la hora de trabajar con ella. Esa dureza tendría un razonamiento para la monitora. Ella trabajaba antiguamente en residencias de ancianos.
"Prefiero esto", comenta cuando le preguntan. "Aquí sientes que puedes progresar con la gente, en cambio en la residencia de ancianos, parecía que solo estaban esperando su muerte".
Un buen día hará 18 años, Eva se presentó para hacer pruebas en el Vivero de Aspandem. Ella dice que fue de casualidad, una amiga que había oído sobre las pruebas. 15 días iban a ser en un principio. Ese periodo terminó extendiéndose.
"Este trabajo crece en ti, te atrapa y cuando te das cuenta no quieres salir", dice con tono risueño. "Es sacrificado, pero no lo cambiaría por nada".
El comedor de Aspandem es una jauría. Un sonido atronador reina en la sala, podría estar cantándose un concierto que no se oiría. La razón es que hoy tienen galletas. No son nada especial, unas María de paquete. Pero las traen los padres de Cayetana, y eso al significar un regalo de su parte les basta.
"Aquí sientes que puedes progresar con la gente, en cambio en la residencia de ancianos, parecía que solo estaban esperando su muerte"
María tiene retraso cognitivo. A diferencia de Vicencio no puede hablar de forma entendible, pero comprende lo que le dicen y al hacerlo muestra una sonrisa descarnada que ya le caracteriza entre los monitores del vivero. Esa misma cara que ya les pone a sus padres muchas veces por estar con ella a pesar de sus dificultades.
Reparte las galletas Juan. Si Eva es la profesora severa, Juan es el maestro paciente, que deja a sus alumnos equivocarse para enseñarles la razón de su equívoco. Esto se muestra en su disciplina a la hora de recoger plantas.
Si bien a Eva no le importa regañar un poco a los chicos, Juan cuando ve que se equivocan se sienta a su lado para enseñarles como hacerlo. Solo por ese quehacer uno no imaginaría que su antigua profesión, si bien era también con gente, no se parecía a la docencia.
Hace 38 años un joven Juan trabajaba de hostelero. Un pequeño restaurante caído en desgracia y en su búsqueda de algún flotador en el mar embravecido que era la sociedad encontró Aspandem. Otra casualidad, otra prueba que terminó en un nuevo entorno y nueva familia.
"Es un trabajo que crece en ti". A pesar de sus distintos modos de “enseñanza” tanto él como Eva coinciden en ese aspecto.
La que contiene su entusiasmo es Juana. Diagnosticada con autismo leve, es la que menos llama la atención. Contrasta con el resto de pacientes al no gritar, hasta el punto de que se podría confundir con los más moderados instructores.
Pero la realidad es que Juana es una paciente en este centro. Una que no se la reconocería fuera del vivero, una con padres que le apoyan en su vida, una con amigas fuera de Aspandem, pero una paciente, al fin y al cabo.
Despierta el sol del amanecer al rocío sobre el césped que rodea el Vivero de Aspandem. Los jueves se dividen en grupos para hacer cosas a la mañana. Unos se dedican a reorganizar las flores que no se han comprado en el kiosco. El otro sale a dar un paseo por San Pedro. A este grupo ve salir Sofía.
"Si le hubiesen dicho a mi yo pequeña que terminaría trabajando en Aspandem no solo no te creería sino que quizá te hubiese dado un tortazo", comenta la mujer que entró por casualidad como trabajo de verano y se quedó allí.
El trabajo de Sofía no es tan involucrado con los pacientes. Desayuna con ellos, pero no los coordina en sus actividades. Esto no impide que se sepa los nombres de cada uno de ellos, que tenga buenas relaciones con todos y que además los eche de menos en sus días libres.
Al mediodía de ese mismo jueves hay una reunión muy importante. Hay que decidir qué disfraz van a llevar en carnaval. Tiene que ser original y chulo para sorprender a sus amigos de otras secciones de Aspandem.
No obstante, tampoco puede ser muy complicado porque van a tener que hacerlos ellos. Los dos principales son pirata y mosca, hasta que una figura en el fondo sugiere uno distinto. Alien. La sala, monitores incluidos, se lleva las manos a la cabeza. Alien es una gran idea debido a la versatilidad del disfraz. Hay muchas interpretaciones de los extraterrestres, así que se puede hacer de muchos modos.
La figura en cuestión es Jaime, su apariencia de 30 años no hace justicia a su inteligencia. Nacido con autismo, eso no le impidió aprender 5 idiomas “por diversión”. Esa inteligencia lo ha hecho difícil de tratar a veces. Su castigo sin libro por una pelea el día anterior da testimonio de ello. Este logro con el disfraz quizá le acerque a que le devuelvan El Galeote de Argel y con ello que se le vaya su enfurruñamiento actual.
Le observa con una sonrisa cándida que se abre paso entre los labios Manuel.
"Lo creas o no, yo me metí en esta locura de mundo por un error", dice con esa sonrisa que vence la jaula de los labios tantas veces.
Equivocar “educación física” con “educación especial”. Este es el error que le catapultó a Manuel por casualidad al loco mundo de la atención a gente con capacidades especiales. Compañero de clase de Pablo Pineda, no tardó mucho en darse cuenta de cuanto le gustaba el campo. Pero lo que más le marcó fue su periodo de prácticas.
Le asignaron a una chica con autismo que no podía andar. Cinco años y nadie había podido lograr que se mantuviese sobre dos piernas. Lo consiguió hacer en sus meses de prácticas.
"Aún recuerdo a la madre llorando cuando su hija le venía andando a dar un abrazo, siento que no sería humano si tras eso no hubiese decidido continuar", dice con su característica sonrisa.
Suena una pelea. La discusión por disfraces se interrumpe. Los monitores se vuelven hacia la fuente del sonido con caras serias, “¿Otra vez?” parecían preguntar con la mirada. Sus sospechas se habían confirmado. Era Manolo otra vez.
Manolo era lo más parecido a alguien que actúa en las sombras para tratar de controlar todo… Y fallar espectacularmente en ello. Nadie sabe qué motiva a Manolo. Solo que empezó hace un par de años. Antes de eso era una persona bastante afable. Lo sigue siendo hoy en día solo que de vez en cuando le da por intentar convencer a gente para hacer cosas.
Variaban desde traerle algo, decirles cosas a los monitores o intercambiar cubiertos. No cosas salidas de malicia, pero en ocasiones molestas. Es uno de los pocos que pueden hablar bien y eso le facilita el convencer. Pero es muy malo persuadiendo y eso le lleva a tener peleas para forzarles.
"Aún recuerdo a la madre llorando cuando su hija le venía andando a dar un abrazo, siento que no sería humano si tras eso no hubiese decidido continuar"
Le detiene Antonio, que ha venido para la clase de zumba. Antiguo organizador de eventos que se dedicaba a dar festejos para los ricos de Marbella. La casualidad quiso que conociese en uno de esos eventos a un grupo en excursión.
Desde entonces empezó a pinchar como DJ en sus eventos gratis. Hasta que hace 5 años le llamó la presidenta de Aspandem Marbella para que se involucrase más con ellos. Hoy es su responsable de ocio y aquel que coordina actividades de voluntariado entre otras cosas.
"Vamos, no hace falta pelearse", comenta Antonio con una sonrisa en la cara. "Ahora toca hacer zumba y como no la hagas bien haces 50 vueltas al edificio", señala el hombre con pleno historial de “perdonar” las 49 una vez hace la primera.
Tras una sesión de zumba en la que acaban agotados se termina la sesión de aquellos monitores y personal que la casualidad reunió, pero que no los hicieron quedarse. Su dedicación por aquellos que ni pueden cuidarse es lo que les llevó a ello.
Ignacio Iribarnegaray es estudiante de la facultad de Periodismo en la Universidad de Málaga y participa en la sección La cantera periodística de la UMA a través de la cual EL ESPAÑOL de Málaga da su primera oportunidad a los jóvenes talentos.