
Marisa González en su estudio de la calle Argensola de Madrid. Foto: Alejandro Ernesto m6z3c
Marisa González, Premio Velázquez: “Si algo huele a futuro, me tiro de cabeza. No hay tiempo para la prudencia” 3b401d
Espigadora y recicladora. Pionera de casi todo. Después de 50 años de trabajo inaugura una gran antológica en el Museo Reina Sofía donde, dice, no le caben los proyectos. 476x19
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El taller de Marisa González (Bilbao, 1943) –un luminoso piso en la calle Argensola, en pleno centro de Madrid– es una especie de wunderkammer o gabinete de curiosidades contemporáneo. Desde 1985 es laboratorio y archivo del trabajo de esta artista multidisciplinar, pionera en poéticas y compromisos.
Todas las paredes, habitaciones y superficies desbordan fotografías, catálogos, porfolios, raíces secas, conchas y documentación de mil eventos. Ella nos confiesa, antes de que se fuera la luz el día del apagón histórico, que sus hijos le han pedido insistentemente que catalogue todo el material de cincuenta años de trabajo, y eso es lo que está haciendo –con ayuda de una asistente– mientras prepara su exposición antológica Un modo de ser generativo en el Museo Reina Sofía, comisariada por Violeta Janeiro, tras haber recibido el Premio Velázquez 2023.
Marisa González, después de cursar la carrera de piano en el conservatorio de Bilbao se traslada a Madrid para estudiar Bellas Artes en la Escuela de San Fernando. Nada más terminar decide trasladarse a EE. UU. con su pareja. Allí comienza su carrera tejiendo una poética feminista en torno a los nuevos medios, interpretando lo tecnológico desde lo político y lo afectivo en un contexto que no facilitaba la voz femenina en el ámbito de la experimentación.
Ha sabido reinventarse desde el cuestionamiento persistente, no solo a través de la tecnología o del género, también desde el ecologismo, la arqueología industrial o los registros poscoloniales. Espigadora y recicladora, comprometida con el asociacionismo y activa wikipedista (ha introducido cientos de entradas de mujeres en la enciclopedia online).
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Pregunta. Su próxima gran cita es la antológica en el Museo Reina Sofía Un modo de ser generativo. ¿Qué podremos ver?
Respuesta. Ocupo las mismas salas que tuvo Soledad Sevilla y, aun así, se me quedan pequeñas. Cada proyecto me lleva años. La exposición reúne piezas sobre feminismo, arquitectura industrial o ecología: podría parecer una colectiva, pero todo está hilado por mi forma de entender el mundo.
P. ¿Por qué trabaja tantos temas distintos?
R. Bueno, las constantes no cambian. Siempre está presente la tecnología como herramienta, el compromiso social y el reciclaje. Recojo objetos en vertederos, los observo en su deterioro, en su envejecimiento, y eso se convierte en obra. Para mí, los objetos también registran el paso del tiempo, como los cuerpos. En mi trabajo cabe una muñeca rescatada de un vertedero o el reactor de una central nuclear.
“En mi trabajo cabe una muñeca rota rescatada de un vertedero
o el reactor de una central nuclear”
P. Volvamos a los inicios: ¿por qué escogió Chicago y no París para formarse?
R. Chicago significaba el futuro. Mi pareja hacía un máster en Economía en Northwestern y yo entré en el Art Institute; la ciudad respiraba vanguardia, lejos del mito romántico de París.
P. Allí conoció a su mentora, la profesora Sonia Sheridan, y se encontró con la primera fotocopiadora en color del mundo…
R. Exacto. El inventor llevó la máquina al aula y venía de vez en cuando a ver lo que hacíamos con ella. Estábamos fascinadas. Nosotras desafiamos a la máquina: convertimos la copia fiel en distorsión creativa, e investigué en torno a la secuencia y la relación performativa con la máquina. Ese gesto marcó mi relación con la tecnología. Fue una revolución.
P. También vivió un ambiente de intenso activismo político.
R. Venía del antifranquismo, del activismo político feminista no militante. En EE. UU., había mucha agitación por la guerra de Vietnam. Eran los tiempos de mayo del 68. Participé en muchas manifestaciones, performances... Algunas de mis obras nacen de fotografías tomadas en esas protestas.

Marisa González en el vestíbulo de su taller. Foto: Alejandro Ernesto
P. Luego se mudó a Washington y se volvió a graduar en artes en la Corcoran School of Art…
R. Sí. Allí me crucé con Mary Beth Eddelson, una artista feminista cercana a Martha Rosler y Judy Chicago, que se rodeaba de las feministas más potentes. Gracias a ella nacen las series La maternidad y Violencia-mujer. Una de las piezas de esta última, muy dura, partía de testimonios de torturas en las cárceles de Pinochet.
P. Esa conciencia feminista atraviesa toda su obra.
R. Sí, siempre. He sido muy activista desde la universidad. Soy socia fundadora de la asociación MAV (Mujeres en las Artes Visuales). Creo en el poder del colectivo. Lo expreso con una frase que vi en Hong Kong: “Si quieres llegar rápido, ve sola. Si quieres llegar lejos, ve en grupo”.
P. ¿Cree que ha mejorado la situación de las mujeres en el mundo del arte?
R. Se ha avanzado, pero falta mucho. El Observatorio de MAV demuestra que seguimos siendo minoría en museos e instituciones. En ferias como ARCO, apenas hay un 6% de artistas españolas. Y eso que somos mayoría en la carrera de Bellas Artes. Muchas mujeres lo retoman tras la maternidad, pero, sin una pareja que te apoye, es difícil. Falta una mirada crítica y voluntad de cambio en quien elige, que suelen ser hombres.
P. ¿Cómo concilió usted creación y maternidad?
R. Yo no quería sacrificar mi carrera por la maternidad, así que le puse una condición a mi marido: contratar ayuda doméstica. Mis hijos crecieron con independencia y yo seguí trabajando diez horas diarias.
P. Siempre se ha lanzado a lo nuevo: participó en el primer ARCO en 1982, comisarió una parte la exposición inaugural del Museo Reina Sofía en 1986 titulada Procesos: cultura y nuevas tecnologías, expuso en el primer PHotoEspaña, participó en la primera junta del Círculo de Bellas Artes…
R. Siempre he tenido el impulso de estar donde pasaban las cosas. No me arrepiento de nada. Si algo nace y huele a futuro, me tiro de cabeza. No hay tiempo para la prudencia.
P. Su trabajo tiene otra constante: la mirada antropológica. Algunos ejemplos son el registro del desmantelamiento de la central nuclear de Lemóniz o el proyecto de las trabajadoras filipinas en Hong Kong: Ellas, filipinas (2010-2012).
R. Soy una observadora, sin duda. Registro desde un limonero mutante hasta una manifestación de marineros en Manila. Lo de Filipinas lo hice en una escala de un viaje. Me encontré, de repente, que el domingo la ciudad cambia. Cientos de miles de mujeres filipinas que trabajan de internas invaden literalmente el centro: cantan, bailan, juegan a las cartas, hacen picnic. Es su día. Mi hija, que es arquitecta, lo vio como una ocupación del espacio. Grabé todo lo que sucedía. Luego fuimos a Manila a entrevistar a sus familias. El dolor de las madres al no ver a sus hijos durante años era brutal.
P. Para su proyecto de Lemóniz (2004-2008) estuvo dos años viajando mensualmente a la central nuclear para dar testimonio audiovisual de su desmantelamiento.
R. Sí, pude entrar porque no estaba contaminada. Me traje un camión entero de objetos de allí, aunque me robaron la mitad. Y sigo trabajando, ahora estoy preparando un documental con todo el material que tengo y estoy utilizando la inteligencia artificial –algo que me está fascinando– y que probablemente se estrene como actividad paralela del Reina o en el centro Azkuna de Bilbao, donde itinerará la exposición.
P. ¿Cómo conserva sus archivos, con tantos soportes tecnológicos ya obsoletos?
R. Ese tema es un drama. Tengo once discos duros, cientos de disquetes que debo transferir cada cierto tiempo para no perder el trabajo, algunos no los puedo leer ya. Estoy intentando recuperar con ayuda de un técnico el equipo con el que trabajé en la exposición inaugural del Reina. Es una lucha constante.

Marisa González posando con una de sus cámaras de su enorme colección. Foto: Alejandro Ernesto
P. ¿Ha pensado en qué hacer con su legado?
R. A veces pienso en montar una fundación en mi piso de Argensola, pero tengo tres hijos y no me parece justo. Estoy en conversaciones con la Fundación Gabeiras, que trabaja con legados de artistas. Voy a tener reuniones con ellos, a ver cómo lo hacemos.
P. ¿Va a exposiciones? ¿Qué arte le interesa?
R. Voy a todo: bienales, documentas... Me siguen interesando las artistas feministas de los 80 y 90 como Martha Rosler y Judy Chicago, que siguen siendo pilares fundamentales. También Marina Núñez. Su trabajo me parece vigente y poderoso. Me interesa todo lo que tenga una mirada comprometida.
P. ¿ Y cuál será su próxima parada?
R. Ahora quiero terminar el documental, llevar la exposición del Reina Sofía al centro Azkuna de Bilbao, terminar la catalogación de mi obra y seguir creando mientras tenga energía.