Milla Jovovich en 'Tierras perdidas'

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Cine

Regresa el director de cine Paul W. S. Anderson, un genuino autor odiado por la crítica 4s42p

El estreno el 9 de abril de 'Tierras perdidas', adaptación de George R. R. Martin, nos devuelve a un cineasta que triunfa adaptando videojuegos, que ha entregado joyas de ciencia ficción como 'Horizonte final' y que siente debilidad por la aventura clásica. 465xd

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No recuerdo una sola película del británico internacional Paul W. S. Anderson (Newcastle, 1965) que haya gozado del beneplácito de la crítica. Pese a que algunos de sus filmes están considerados entre las mejores adaptaciones a la pantalla de un videojuego o a que varios títulos de su filmografía han adquirido categoría de culto, Anderson sigue estando maldito.

Es verdad que Tierras perdidas no es su mejor película. Esta adaptación de un relato de George R. R. Martin, quien ha escrito muchas más cosas que Canción de hielo y fuego (Juego de tronos para el vulgo), peca de estar lastrada por los omnipresentes efectos digitales, así como por un desarrollo un tanto caótico.

Pero no engaña, da al espectador lo que este puede y debe esperar de ella: un fantástico, en todas las acepciones del término, diseño de producción, musicón, una pareja protagonista con química (la eterna musa del director, Milla Jovovich, y el cachas Dave Bautista), más todos los tópicos justos y necesarios de ese metagénero por excelencia que es el weird western o fantawéstern postapocalíptico. Anderson es experto en estas mezclas bastardas, propias del género en el siglo XXI.

Mutantes radiactivos 3n51u

Tierras perdidas cuenta con antihéroes cazarrecompensas que se traicionan entre sí, mutantes radiactivos, una distopía tiránica entre la monarquía decadente y la teocracia inquisitorial, licántropos, magia –o poderes paranormales, lo mismo da–, persecuciones, conspiraciones dentro de conspiraciones, marca Martin, con aires a péplum de toda la vida, rebelión de los esclavos incluida. Ni más, ni menos. Tómalo o déjalo. El cine de Anderson es para espectadores que buscan pasar un buen rato, sin complicaciones. Pero, detrás de esta postura, se esconde un director con personalidad. Un genuino autor.

Su carrera comenzó con un estupendo neonoir lleno de acción, romántico y emocionante: Shopping (1994), protagonizado por un primerizo y guapo Jude Law, que se adelantó a Trainspotting (1996) en su descripción de una desquiciada juventud inglesa sin futuro. Pese a que la crítica la menospreció, su diseño de producción, empleo de la música y espectacularidad conseguida con muy bajo presupuesto, le llevó directamente a Mortal Kombat (1995), una de las mejores versiones cinematográficas rodadas de un videojuego. Superior al reciente remake producido por James Wan, Mortal Kombat es pura diversión y adrenalina, disparada hasta las nubes por una vanguardista banda sonora bakalaera, que se convertiría en sello autoral característico de Anderson.

El mundo de los videojuegos le llevaría a iniciar poco después la longeva saga de Resident Evil (2002), protagonizada por una Milla Jovovich espectacular, que se convertiría en su mujer después de haber sido El quinto elemento (1997) de Besson –otro incomprendido genio del cine comercial con quien comparte más que la pasión por Milla–. Seis películas, todas producidas por él y cuatro de ellas también dirigidas, en una de las franquicias más sólidas del siglo XXI, con su desinhibida mezcla de apocalipsis zombi, ciencia ficción, conspiranoia, acción y terror.

Ya antes nos había dado dos joyas de ciencia ficción maltratadas por la crítica, hoy de culto: Horizonte final (1997), o Hellraiser en el espacio exterior, una de las pocas películas de terror espacial que no copia el modelo Alien (1979). Y Soldier (1998), secuela inconfesa de Blade Runner (1982) escrita por David Webb Peoples, sólido wéstern planetario. Además de La visión (2000), piloto televisivo para una serie de investigador paranormal que no llegó a cuajar.

Una imagen de 'Horizonte final'

Una imagen de 'Horizonte final'

Insuflar vida a franquicias 544a5f

Sin pretensión alguna, Paul W. S. Anderson es capaz de insuflar vida a franquicias o remakes que en otras manos devendrían mecánicos y adocenados. Su Alien vs. Predator (2004), entre Lovecraft y Von Däniken, es superior a los pretenciosos spin-offs o precuelas de Ridley Scott, mientras que Death Race (2008) renovó con energía la clásica comedia distópica de Paul Bartel convirtiéndola en nueva saga adrenalínica y violenta, con pinceladas de crítica social.

Pero Anderson también siente debilidad por la aventura clásica. Lo demostraría con la injustamente maltratada Los tres mosqueteros (2011), puesta al día de los personajes de Dumas, al borde del steampunk, con una Milla Jovovich como la más impresionante Milady de la historia y un sano humor derivado directamente de los mosqueteros del también británico Richard Lester.

'Pompeya'

'Pompeya'

Al rebufo del éxito de Gladiator, ofrecería además uno de los mejores péplums del siglo XXI: Pompeya (2014), emocionante folletín romántico mezclado con película catástrofe, rodado con el vigor y potencia habituales, coronado por un final trágico como pocos. Posiblemente el mal recibimiento de estas incursiones en la aventura clásica recondujera al director a la fantasía, con la estupenda Monster Hunter (2020) y ahora con la algo inferior, pero nada despreciable, Tierras perdidas.

Pese a críticos y detractores, Anderson prepara ya su adaptación del videojuego de horror zombi The House of the Dead, llevado ya al cine en dos ocasiones. La esperaré con ganas. Porque yo, de los dos Paul Anderson del cine actual, me quedo con este.