Hablaba en este mismo espacio la semana pasada del festival de Eurovisión, y no pensaba que volviera a hacerlo. Pero, mira por dónde, la actualidad manda, y la actualidad en este caso me obliga a ser reincidente. Por suerte o por desgracia. v5xm
Resulta que nuestra Melody lo hizo bien. Más que bien, la verdad, al margen de que cada cual tuviera sus favoritos y le pudiera gustar más o menos la canción.
También lo hizo bien el cuerpo de baile y todo lo que rodeaba a nuestra diva, pero, aun así, quedamos en una mala posición.
Malísima, me atrevo a afirmar, teniendo en cuenta de que fuimos los vigesimocuartos de veintiséis participantes entre los que no se cuentan los que no pasaron de unas semifinales de las que nuestro país está exento.
Había, sin duda, canciones bastante peores que quedaron bastante mejor -no es difícil- que la nuestra.
Y no me refiero a esas que suscitaron polémica, como la del café que para gustos hay colores ni, por supuesto, a la de Israel, cuya participación es el quid de la cuestión, independientemente de un tema que, musicalmente hablando, no era ni fu ni fa.
Y ahora todo el mundo se plantea que el eurofestival está regido por la política, y que no tienen en cuenta la calidad de las canciones ni de la ejecución, y toda esa sarta de bobadas que estamos oyendo estos días. Como si hubieran descubierto la pólvora o poco menos.
No seamos inocentes. Si alguien a estas alturas piensa que el certamen es puramente musical, peca de ingenuidad. Y eso ha sido así desde siempre.
Y si no, recordemos qué pasó en su día con el La la la de Massiel que no iba a ser ni Massiel ni La la la y que acabó ganando, pese a que fue una solución de última hora y no había hecho promoción, ni gira, ni nada de nada.
O preguntémonos por qué ganó Ucrania justamente en el año en que habían invadido su territorio y habían expulsado al país invasor del festival. ¿Casualidad? Pues eso.
Lo que sí me llama la atención es que lo sucedido en Eurovisión se convierta en cuestión de Estado, y que lo haga ahora.
Pero en este ambiente político tan polarizado que padecemos, parece que cualquier excusa es buena para liarla parda, y Eurovisión es una excusa óptima porque no deja indiferente a casi nadie.
Entre partidarios del boicot, eurofans, iradores de Melody, seguidores de cualquier otro artista y defensores del orgullo patrio, casi todo el mundo parece tener algo que opinar. Y que criticar, por descontado.
En cualquier caso, es una lástima que artistas que se presentan a un concurso de estas características tras superar diversas y difíciles pruebas vean perjudicada la que debería ser la oportunidad de su vida por razones que les son del todo ajenas.
Algo que no es ni más ni menos que lo que lleva sucediendo a los deportistas desde hace mucho tiempo, en que la actuación de su país en determinado momento puede frustrar sus expectativas de competir en unos Juegos Olímpicos o en campeonatos del mundo.
Tal vez lo que habría que hacer es lo mismo que en el deporte, plantear la posibilidad de que exista un equipo desvinculado de la nacionalidad. Pero no sé si eso podría ser, aunque nunca se sabe.
Sea como fuere, a la pobre Melody se le ha convertido su sueño en pesadilla. Pero ya decía en su canción que su vida es un jardín lleno de espinas y rosas. Eso sí, con helicóptero sobrevolándolo. Faltaría más.