El escritor búlgaro Georgui Gospodínov. Foto: Vera Gotseva

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Letras Libro de la semana

'El jardinero y la muerte': Gospodínov se despide de su padre en un hermoso y crudo relato sin anestesia 3a1ty

El escritor búlgaro, firme candidato al Nobel, escribió el libro a los pies de la cama del hospital en la que su progenitor agonizaba. 53w34

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Si según la máxima tolstoiana todas las familias felices se parecen entre sí, qué menos lo harán los libros sobre padres (o madres). Ocurre esto además hayan sido estos buenos o malos, hayan estado ausentes o presentes en la vida del escritor, pues la cuestión es que al echar la vista atrás, al repasar infancias o al airear decrepitudes, resulta inevitable enfrentarse a una serie de lugares comunes.

Vale que no debieran serlo, por algo cada ser humano es un mundo, pero ahí están, en forma de sensaciones que parecían únicas y son totalmente intercambiables entre unos y otros o en forma de escenas que uno hubiera dicho solo le pasaron a él pero que se han ido repitiendo de casa en casa por los siglos de los siglos.

Es justo por ello, reconozcámoslo, que estos textos, ya sean elegíacos o meros ajustes de cuentas, pueden terminar siendo tan atractivos, primero por la fácil identificación que lograrán con casi cualquier lector pero sobre todo por el reto que ha de suponer para el que escribe el salir airoso de este trance, no cayendo en todos estos tópicos, entre cursis o manidos, o cayendo incluso, por qué no, y aun así consiguiendo que el relato se sostenga por sí mismo.

El jardinero y la muerte 226u3m

Gueorgui Gospodínov

Traducción de María Vúlova
Impedimenta, 2025
224 páginas. 22,95 €

Sobre estas cuerdas flojas deambula todo el tiempo El jardinero y la muerte (2024) del búlgaro Gueorgui Gospodínov (Yámbol, Bulgaria,1968), premio Booker Internacional, premio Strega Europa y ahora, según se cuenta, firme candidato al Nobel, sin duda una de las firmas más interesantes de la literatura europea actual, que aquí nos regala un (en términos generales) hermoso relato (con, eso sí, un par de pasajes de gran intensidad emocional, lagrimita mediante) que quizás no sea más que el capricho de un autor consagrado, pero que en todo caso se lee desde la honestidad de quien ha querido escribir sobre un hecho personal doloroso y está, faltaría más, legitimado para hacerlo.

Este libro tiene además la peculiaridad de haber sido gestado in situ, esto es, desde la cama del hospital en la que el padre agonizaba. No hay pues engaño sentimental posible, no debiera.

La coyuntura además no diluye que estemos ante el Gospodínov de siempre, quizás con otro tono, sí, más liviano, pero dando vueltas sobre los mismos temas, hasta el punto de que al término nos daremos cuenta de la coherencia de la propuesta y del enorme encaje que tiene dentro de su maravilloso mundo de ficción, tan impregnado de autobiografía, siendo así Novela natural (1999) una obra que giraba sobre los inicios de la vida, Física de la tristeza (2011) sobre la madurez, Las tempestálidas (2020) sobre la pérdida de la memoria, y esta última, claro está, sobre el ocaso del hombre.

Con todo, sí que existe una diferencia importante entre este texto y los otros citados, pues, por más que insista la editorial, El jardinero y la muerte no pretende ser en ningún momento un texto novelístico, lo que no quita para que en su estructura (que toma el modelo del viaje de ida y vuelta, de ahí que su clímax se encuentre justo en el medio) y en su lenguaje (en ocasiones poético) podamos apreciar el oficio como narrador de su autor.

Gospodínov levanta una poética particular sobre estar en el mundo y sobre cómo afrontar el fin de la existencia

Prueba de ello es cómo el duro relato de la despedida del padre se nos presenta sin anestesia pero intercalado con algunas de las muchas anécdotas (increíbles, absurdas, divertidas, chorras) que este, gran fabulador, gustó de atesorar en vida, para luego contar, normalmente exageradas, a sus familiares y amigos.

Seremos así conscientes de la impronta que estas pequeñas historias han tenido en la literatura de Gospodínov, quien nos hará ver, por ejemplo, que algunos cuentos de la colección Acerca del robo de historias y otros relatos (2001) vienen de allí, así como que Las tempestálidas está dedicada a su padre, en tanto que algunas de las subtramas que contenía son hijas de estas.

Especialmente sorprendente resulta ahora releer, nos recuerda Gospodínov, una de las muertes que se describen en esa obra, cigarrillo en mano, idéntica a la verdadera del padre. La ficción, de nuevo, adelantándose varios años a la posteridad, dándole forma.

Sentado lo anterior, sería en cualquier caso reduccionista entender este libro como una mera reflexión sobre la muerte, otra más, pues como el autor ha declarado en entrevistas varias lo interesante del asunto no es el dolor en sí que genera la pérdida de un ser querido sino todo lo que mueve a su alrededor.

Sobre El jardinero y la muerte sobrevuelan así otras realidades, igual de complejas, entre ellas un sentido homenaje a toda una generación en extinción, la de su padre, que sufrió los estragos de la Segunda Guerra Mundial, quedando por ello mutado emocionalmente.

Si su padre se relacionaba sensitivamente con alguien era con sus plantas, no con su familia, a la que trató estoicamente de evitar cualquier engorro durante su enfermedad. Es alrededor de estos silencios que Gospodínov levanta toda una poética particular sobre estar en el mundo, sobre relacionarse con el entorno, sobre cómo afrontar, claro está, el fin de la existencia, todo ello observando a un sujeto que le es tan cercano como desconocido. Un sujeto que no tuvo ninguna vida especial, más allá de su condición de sujeto histórico, sometido a una dictadura comunista.

En El jardinero y la muerte se le describe de hecho como un hombre relativamente anodino, ausente durante la infancia y adolescencia de sus hijos, pues siempre estaba trabajando, más presente durante su madurez, y en los últimos años orgulloso, a su manera, del éxito literario conseguido por su hijo Gueorgui, de cuya obra, ahora lo sabemos, ha sido parte indispensable.

“Si no existimos en la memoria de nadie, ¿existimos en absoluto?”, se preguntaba (en traducción de la esencial María Vúlova) el narrador de Las tempestálidas. Y con este texto el búlgaro se da respuesta y le regala de paso a su padre la tan ansiada inmortalidad, enterrándolo en el jardín de todos.