Fermín Herrero. Foto: Pre-Textos

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Letras

'Poesías familiares y domésticas': Fermín Herrero, contra la trampa de la sensiblería 1v2e6b

El poeta soriano reúne en esta antología cincuenta y ocho poemas escritos con naturalidad, sin afectaciones, siempre abiertos al mundo, sus gentes y afectos. 5md1b

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A lo largo de una veintena de poemarios, Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, Soria, 1963) ha ido armando una obra de singular coherencia y trabazón. Decir "armar" no es del todo exacto, porque presupone un afán constructivo que está muy lejos de esta poesía, que se ha escrito con naturalidad, sin afectaciones de ninguna clase, tan pegada a su comarca soriana de Tierras Altas como a un decir castellano impregnado de sabor y de saberes.

Poesías familiares y domésticas 731r2n

Fermín Herrero

Difácil, 2025
96 páginas. 12 €

Lo sentimos en el léxico: talegas, somero, vertedera, gayata, fato, llovienza… Pero lo sentimos sobre todo en la sintaxis, el desenvolverse airoso de las frases, las transiciones, la manera en que van a lo suyo como quien no quiere la cosa, sin prisa pero sin pausa, tomándose su tiempo para ir tejiendo una atmósfera cordial de intuiciones y vislumbres, adivinaciones que siempre remiten a la vida y la iluminan por dentro.

Está, desde luego, el metal de Claudio Rodríguez, que suena en esta poesía con franqueza, a las claras, pero convertido de pleno derecho en un decir propio que reconocemos al instante. También están Antonio Machado, Juan Ramón, la línea clara del romance y la poesía oriental, pero todo muy lejos siempre de esa poesía redondocerrada que tanto disgustaba al autor de Espacio. Y eso, espacio, es justo lo que nos dan estos poemas, siempre abiertos al mundo, sus gentes y afectos. Lo dice Julio Llamazares en su esclarecedor prólogo: "Todo ese mundo en suspenso, tan pequeño y tan infinito a la vez, es el humus del que Fermín Herrero extrae toda su emoción".

Y lo prueba esta antología, centrada explícitamente en sus Poemas familiares y domésticos. Se inaugura con ella –y con otro libro también muy atendible, Pasajeros de andén, del gijonés Pedro Luis Menéndez– Prúa, una nueva colección de poesía de vocación netamente norteña. Este volumen de Fermín Herrero puede ser una colecta de poemas de muy diversa procedencia, pero parece un libro de nueva planta, muy bien trabado y ejecutado: dos secciones generosas ("En casa de los padres" y "En casa propia") recogen los textos dedicados a la casa de su infancia y a las casas de su adultez, respectivamente.

Al comienzo, tres poemas que retratan a sus padres cuando aún no lo eran; al final, otros tres poemas que remiten a diversas muertes (la de los antepasados, la del padre, la suya propia en un futuro imaginario), recreadas con serenidad y emoción contenida: "A veces caen chispas de aguanieve. / Miramos a poniente, a lo alto. Nos vamos. / Mi madre se santigua. El frío es nuestro".

Los cincuenta y ocho poemas del libro van entretejiendo un mundo de afectos callados, discretos, que hay miedo casi de verbalizar, porque "el verdadero amor no se dice, no se airea". Son memorables los retratos del padre y del madre, evocados con iración y respeto, y también con un punto de humor ("qué labia tienes, hijo, nunca pensé / que llegaras a hablar tanto y en un lenguaje / tan raro").

Se introduce la distancia que imponen la educación, la salida del pueblo, el ingreso en un ámbito profesional que aparta al poeta de su infancia rural. Pero no del todo. Decía Novalis que había que "regresar al alma como a una patria perdida". Herrero invierte la ecuación porque sabe que volver a su pequeña patria de las Tierras Altas –siquiera con la escritura– es lo que mantiene viva su alma.

El poeta sortea la trampa de la sensiblería una y otra vez, sabe decir verdad sin oropeles, con temor y temblor, también con dulzura: "(…) sin estar a tu arrimo ya / no sabría que hacer. También te tengo dentro". El resultado es un libro que no se deja cerrar tan fácilmente.

Entonces pienso que mi infancia son
los cazadores en la nieve de Brueghel
el Viejo. O, más a ras de aldea, gaseosas,
pan con vino y azúcar, la sangre perenne
en las rodillas. Y aun el diente encima
del trinchero, el oído en el cuerno
del pastor, la humareda en la estufa
de la escuela, la quina, ganglios, ganglios
y más ganglios. Y siempre, al levantarme,
comanches en la loma, ya estoy bueno, según
dicen, el cierzo ha socarrado los sembrados
y todo se perdió.