Zaragoza
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Paseando por la calle de Felipe San Clemente de Zaragoza, uno puede quedarse perplejo ante un edificio de ladrillo con arcos de medio punto, una galería de arquillos en el último piso y un alero de madera que parece sacado directamente del Renacimiento aragonés. A simple vista, todo indica que se trata de un palacio del siglo XVI. Pero no lo es.

Se trata de la Casa Moneva, un edificio que engaña, aunque no solo por fuera. Y, es que, su historia está llena de giros, reivindicaciones políticas y hasta confusiones de autoría.

Tal y como cuenta a este diario el historiador Jesús Martínez, este palacio se asienta sobre una antigua vivienda que pudo haber pertenecido a un maestro carpintero del siglo XVII llamado José de Lahera. "No se conocen muchos detalles de ese edificio primitivo, salvo que estaba ya en pie antes de la Guerra de la Independencia", explica.

Con el tiempo, la casa pasó a manos de Juan Moneva, catedrático de Derecho Canónico en la Universidad de Zaragoza, escritor y figura muy influyente en la vida pública aragonesa de principios del siglo XX. Moneva heredó la casa por parte de su esposa, pero no fue hasta los años 20 cuando su historia arquitectónica dio un giro.

En plena reordenación urbana de las calles que conectan el Paseo de la Independencia con la Plaza de los Sitios (actuales San Clemente, Zurita y Costa), parte del edificio fue expropiado y derribado para adaptar su alineación a la nueva trama urbana. Era necesario construir una nueva fachada.

Una fachada con ideología 3q682d

Aquí comienza el engaño. Pero no un engaño casual, sino deliberado y cargado de mensaje. Juan Moneva, tradicionalista y defensor del patrimonio aragonés, vio en esta reforma la oportunidad de reivindicar la arquitectura renacentista aragonesa. "Encargó el nuevo diseño a su hijo, Jaime Moneva, recién titulado en arquitectura, con una consigna clara: levantar una fachada como si fuera del siglo XVI", señala Martínez.

Y así se hizo. El resultado fue tan convincente que, si no se supiera la historia, cualquiera podría pensar que el edificio es original de esa época. Ladrillo visto, arquerías superiores, alero de madera profundamente volado... "Todo respira una fidelidad absoluta al estilo renacentista aragonés", asegura el historiador.

No fue solo una decisión estética. Fue también una afirmación ideológica, una forma de plantar cara a la arquitectura moderna que dominaba en la época. Mientras otros edificios de la zona seguían corrientes más racionalistas o eclécticas, la Casa Moneva quiso mirar atrás y rendir homenaje a la historia de Aragón.

El arquitecto oculto y el error histórico 142f1j

El proyecto fue firmado oficialmente por Regino Borobio, arquitecto amigo de la familia, ya que Jaime Moneva aún no tenía el título necesario para ejercer. Durante años, se creyó que Borobio era el autor del edificio. Pero en sus memorias, Juan Moneva dejó claro que fue su hijo quien lo diseñó bajo sus estrictas instrucciones. Otro engaño, esta vez en los papeles.

La historia tiene además un matiz trágico. Jaime Moneva falleció pocos años después, mientras restauraba el Palacio de la Alfranca, en un accidente laboral. Esta fachada que asombra a quien pasa "es su única obra reconocida, y de enorme calidad", expone Martínez.

La Casa Moneva no solo engaña desde fuera. El interior del edificio también está cuidadosamente trabajado con elementos regionalistas y aragonesistas. Una galería que se asoma al jardín, elementos de inspiración mudéjar y soluciones espaciales que sorprenden en una casa cuya fachada es relativamente estrecha, pero cuyo interior se extiende con generosidad.

La fachada también luce dos elementos simbólicos: una placa en honor a un héroe de los Sitios de Zaragoza (cuyo nombre se confirmará) y un mosaico con la imagen de San Jorge, patrón de Aragón. Ambos símbolos refuerzan el carácter reivindicativo y político del edificio.

Juan Moneva, según cuenta Martínez, incluso decidió mudarse a esta casa como forma de protesta. En ese momento, el arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevila, intentaba vender los tapices del aseo episcopal. Moneva, opuesto a la operación, dejó su residencia habitual y se trasladó a esta casa, situada en la jurisdicción del obispado de Huesca, no de Zaragoza.

Un gesto cargado de simbolismo, con el que intentaba frenar la venta del patrimonio. Y lo logró: "Los tapices no se vendieron", asegura.

Una rareza en su entorno 4r6y25

"Lo que hace especial a la Casa Moneva es que está donde no debería estar", apunta Martínez. No se encuentra en el casco histórico, sino en una calle donde predominan los edificios de principios del siglo XX. Por eso llama tanto la atención. Porque parece haber sobrevivido intacta desde el Renacimiento, cuando en realidad nació como un homenaje.

Hoy, la Casa Moneva es una rareza arquitectónica, una obra única de un joven arquitecto desaparecido demasiado pronto y un recordatorio de que la arquitectura también puede ser una forma de memoria, resistencia y orgullo cultural.