A veces, los edificios mienten. O, al menos, ocultan verdades entre ladrillos nuevos y ventanas que imitan estilos de otras épocas. En pleno barrio del Gancho, en la calle San Pablo, en Zaragoza, se alza el Hotel París, un lugar que ha cobrado protagonismo en las últimas semanas por los migrantes acogidos en sus habitaciones y el revuelo político sobre su organización y cuidado.
Pero, más allá de la polémica, si uno se acerca a echarle un vistazo a este emblemático edificio puede observar que parece sacado de un grabado del siglo XVI. Aunque, en realidad, es una réplica muy moderna con un pasado más complejo de lo que su fachada sugiere.
Siglo XVI, inicios 4h5p3d
Todo comenzó en el siglo XVI, cuando en ese mismo solar existía una casa particular. Así lo explica Jesús Martínez, Historiador, a este diario, quien señala que, aquella construcción de estilo renacentista, fue parte del tejido urbano original del barrio.
De ella, sin embargo, "no queda prácticamente nada… salvo un detalle mínimo, pero esencial: el alero de madera", cuenta. Esa pieza —oscura, tallada, discreta y resistente al paso del tiempo— es el último testimonio auténtico de la construcción primitiva.
El verdadero salto en la historia del edificio llegó en 1820, cuando la antigua casa se transformó en la Posada de San Blas. En una Zaragoza sin estaciones de ferrocarril, el barrio de San Pablo florecía como un punto estratégico para viajeros que se movían en carro y caballerías.
La proximidad a la plaza del mercado lo convertía en un lugar ideal para establecer posadas, y la de San Blas fue una más entre muchas. Humilde, funcional, sin grandes lujos, pero con mucho tránsito.
De posada a hotel 6ez2v
Más de un siglo después, en 1929, la posada se convierte en hotel. Empieza así una etapa de transformación profunda. Primero se reforma la fachada, y dos años después el interior, adaptándolo a los nuevos tiempos: cuartos de baño, calefacción, comodidades urbanas.
El encargado de la reforma fue el arquitecto Luis de la Figuera, quien supo mantener algo del espíritu tradicional sin renunciar a la modernidad. Pero lo más radical vendría después.
En 1940, tras la Guerra Civil, se toma la decisión de derribar por completo el edificio y levantar uno nuevo. El arquitecto Teodoro Ríos se hace cargo del proyecto, aunque no sin dejar constancia de su desacuerdo. En la memoria del encargo escribió algo inusual: que lo que se iba a hacer era un "desafuero" con el que él no estaba de acuerdo.
Aun así, ejecutó el proyecto con una intención clara: mantener cierta armonía con el entorno. El resultado fue un edificio nuevo, moderno para la época, pero revestido de formas históricas —ventanales góticos, elementos renacentistas— que le daban el aire antiguo que aún conserva.
La última gran reforma 6x388
Desde entonces, el edificio ha seguido mutando. La última gran reforma se realizó en 2008, con motivo de la Expo de Zaragoza. En esa ocasión, el hotel no solo cambió de nombre, sino que cada planta fue redecorada con estilos históricos distintos: una habitación gótica, otra renacentista, otra barroca… Todo un decorado que juega con la memoria, como un pequeño museo habitable.
Hoy, el edificio sigue siendo protagonista, aunque en un contexto muy distinto. Una de sus particularidades en la actualidad, según señala Martínez, es que es uno de los pocos hoteles de Zaragoza que se alquilan por horas. Además, se oferta como localización para rodajes cinematográficos, gracias a su estética que simula el pasado sin serlo realmente.
Porque este edificio, como muchos otros, no es exactamente lo que parece. Y ahí radica su valor.