Pepe Rodríguez (Illescas, Toledo, 1968) lleva años metido en una "vorágine", en un "caos". Pero es el suyo. Y le gusta. Y se le nota. Y lo transmite. Y le hace "feliz", reconoce. A estas alturas, nadie lo va a cambiar. Son 12 años ya compartiendo noches con Jordi Cruz y Samantha Vallejo-Nájera como jurado de MasterChef, 40 en la hostelería, 26 sin que nadie se atreva a quitarle su estrella en El Bohío. "Y con la segunda cada vez más cerca. Estamos en esa división", avanza, esperanzado. Aunque, eso, sí, aclara: "Lo importante es ver que el cliente se va satisfecho de tu restaurante".
Pero a pesar de la acumulación de años y de programas, nada, realmente, en lo esencial, ha cambiado en la vida de Pepe Rodríguez. Cerca de los 60, sigue siendo el de siempre. El "empresario de medio pelo" de Illescas, el chef que un día empezó a salir en la tele, el vecino que va a misa todos los domingos, el agradecido fan del Real Madrid, el entrevistado que acude con la camiseta de los Rolling Stones a la cita con EL ESPAÑOL... "Alguien muy elemental" (risas).
"Lo único que intento es ser honrado, serio y medianamente formal. Con que mis hijos se queden con eso", esgrime. Aun así, Pepe es mucho más: historia de la televisión– pocos programas duran más de una década–, padre "no ejemplar", escéptico en lo político, genio y figura de la cocina...

Pepe Rodríguez, durante la entrevista con EL ESPAÑOL. EL ESPAÑOL
Pregunta.– Han pasado cinco años desde que nos vimos aquí, en El Bohío. Entonces estábamos en plena pandemia, haciendo la entrevista con mascarilla... ¿Ha cambiado en algo su vida desde entonces?
Respuesta.– Bueno, soy cinco años más viejo (risas). Pero sigo en la misma vorágine. Cuando te metes a trabajar tanto, entre el restaurante y las grabaciones, dices: '¿De verdad han pasado cinco años desde aquello?'. Sigo sin tener un día libre, pero cojo momentos. El viernes por la noche, por ejemplo, si veo que no tengo mucho jaleo y que he terminado de grabar, me quedo en casa, ceno con mi mujer y ese es mi fin de semana. Es una vida caótica, que no se la deseo a nadie, pero que me hace feliz.
P.– Entonces la hostelería pasaba por un pequeño bache por el tema de las restricciones. ¿Ahora cómo le va?
R.– Bien. Con altibajos. Al no estar en Madrid, tenemos nuestros días malos y nuestros días buenos. Pero la media, en general, es buena. Estoy contento.
P.– Se hablaba, hace cinco años, de que íbamos a salir mejores. Empezando por la cocina, ¿estamos más cerca de Francia que hace cinco años?
R.– Sí, yo creo que en muchos aspectos sí, y en otros no. Pero es cierto que ahora mismo los grandes restaurantes españoles se codean con los grandes restaurantes ses de tú a tú. Ya por suerte, casi en cada provincia, tenemos restaurantes de referencia importantes. Eso antes no pasaba aquí y sí ocurría en Francia.
Si te das una vuelta por Francia te das cuenta lo caros que son los restaurantes allí en comparación con los nuestros. Y piensas en lo competitivos que somos y lo bien que lo hacemos aquí. Que hacemos lo mismo con menos. Yo que he ido ahora por allí y he visitado algunos con una estrella. Ves que todo es más elemental. Tienen una buena cocina, pero el servicio es bastante normalito. Nosotros hacemos aquí un esfuerzo más grande de lo que nos corresponde en comparación con ellos.
P.– ¿Eso se percibe a nivel internacional?
R.– Sí se percibe. España es un país donde se come extraordinariamente bien. Francia tiene la grandiosidad del saber hacer. Pero no tengo claro yo que ahora los grandes chavales que quieren trabajar en restaurantes miren a Francia antes que a otros lados.
P.– Lo que sí parece es que ya se nos ha quitado el prejuicio al plato pequeño.
R.– Es una reminiscencia de las hambrunas, sobre todo en la gente mayor. Por eso te decía que es una cosa cultural. En Francia eso no pasa. Ellos sí tienen esa cultura gastronómica de sentarse a la mesa. Por eso te digo. ¿Ganamos a Francia? En algunas cosas sí y en otras no. Aquí todavía hay gente que mira a los restaurantes de alta cocina de reojo. Piensan que no van a comer. Pero no, esto es un restaurante serio y aquí se viene a comer.
Voy a tantos otros restaurantes donde pides algo para picar y luego un chuletón y tienes que tirar la mitad entre el palo, la grasa... Si eso lo juntara con mi menú y lo pesara, habría que ver dónde se come más. Pero todavía está esa cosa de... 'Yo es que necesito ver el plato lleno'. Todavía hay gente así. Pero desaparecerán (risas).
P.– Sigue manteniendo la Estrella Michelin. ¿A qué precio?
R.– Con mucho sacrificio y con mucho trabajo. Tenemos que hacer un esfuerzo muy grande porque estamos en un pueblo y eso condiciona. Uno, para venir a Illescas, todavía se lo piensa porque al menú hay que sumarle que tienes que coger un taxi si bebes, o quedarte a dormir, o buscarte a alguien que te lleve...
P.– ¿Le obsesiona perder la estrella?
R.– No me obsesiona perderla, pero es verdad que me cuesta un sacrificio enorme mantenerla. Y luego intento buscar la segunda, y la tercera... Y sé que con todo el esfuerzo que estamos haciendo llegará. Pero ahora mismo es la única salida natural que tiene el restaurante para crecer más.
P.– Porque caer ya no es una opción.
R.– No. Hemos estado estancados y ese estancamiento no era bueno. Entonces nos dimos cuenta que teníamos que pisar el acelerador. Y en esas estamos. No tengo prisa, pero sé que estamos jugando en la división de las dos estrellas y cada vez nos queda menos.
P.– Muchos chefs han tenido que recurrir al psicólogo para hacer frente a esa exigencia. ¿Ha necesitado usted alguna ayuda?
R.– No, no he ido a un psicólogo en mi vida. Entiendo que hay gente a la que le ha hecho bien, pero yo no lo he necesitado –aunque mis hijos sí–. Yo entiendo que hay veces en las que estás de subidón, otras que no... Sé que la vida es una balanza, y sé que en ese sacrificio que hago por el restaurante gano unas cosas y pierdo otras.
Gano en algo interior, personal, de ver que la media de gente que viene al restaurante es alta, que la plantilla responde, está contenta, cobra más... Y eso me quita de estar con mis hijos y mi mujer. Pero ellos me respetan y saben que, de otra forma, estoy ahí. Y sí, a veces llego a casa y me fustigo, pero al día siguiente vuelvo a estar ahí. Vivir así, con esa adrenalina, en esa competición, mola.
P.– ¿Cómo se lo recompensa a su mujer y a sus hijos?
R.– Con la calidad más que con la cantidad. Conozco gente que tiene todos los fines de semana libres y yo no les veo contentos. La felicidad no está sólo en librar sábados y domingos. Está en tener un trabajo en el que seas feliz, estés recompensando... Yo no libro los fines de semana, pero disfruto mucho de ese momento que ceno en casa, con mi mujer, me abro ese vino que me gusta... Parece que llevo cinco días librando. Luego llega el lunes y como mis hijos están en la universidad, los veo 20 minutos para cenar. Cuando tenían seis años, sí, tenía que estar con ellos siempre, pero ahora que van a la universidad, no. Pero bueno, ahora se vienen de vacaciones con nosotros.
P.– ¿Puede quemar la estrella, por lo que exige?
R.– Lo peor es la obsesión. Al final, nosotros damos de comer, solamente. Pero es verdad que Michelin ha entrado en un juego en el que aprieta sin querer (o queriendo) a sus cocineros. Pero tú entras ahí. Nadie te ha puesto una pistola para que tú quieras jugar a ese juego. Si te gusta jugar, eso tiene una adrenalina, un peaje y una exigencia que te puede perturbar a veces porque, en un momento dado, se te puede ir el jefe de cocina, o dos cocineros, y puedes quedarte jorobado porque no estás dando el servicio que tienes que dar o la calidad de la comida que quieres. Y entonces piensas: 'A ver si me la van a quitar, a ver si no iba a estar preparado....'.
Yo creo que hay que tranquilizarse y pensar: si no me dan la estrella, no pasa nada. Al final hay que aspirar a que tu restaurante sea rentable y que todo el mundo esté contento y feliz. Y si eso conlleva tener dos estrellas, fenomenal; si son tres, mejor todavía. Pero no hay que hacer de esto una competición, que es como a veces nos lo tomamos. En las galas de Michelin, algunos están ahí a ver si escuchan su nombre y, cuando eso no ocurre, salen defraudados. Y lo bonito es que el cliente se vaya contento de tu restaurante. Esa es la mejor estrella.

Pepe Rodríguez durante la entrevista con EL ESPAÑOL. EL ESPAÑOL
P.– ¿Sale rentable en lo económico ganar una estrella Michelin? Hay algunos chefs que reconocen que para ellos no había sido un buen negocio.
R.– Es posible, porque a veces, en este oficio, lo que no nos han enseñado es que lo primero que tiene que ser un negocio es rentable. Muchas veces, aprendemos a cocinar y estamos con grandes chefs, pero... Para poner ese plato que quieres antes has tenido que estudiar economía y, si no, lo normal es que sea un desastre.
Yo he aprendido a base de tantos golpes, de tanto caer en 40 años que llevo en este oficio. Y al final he aprendido economía sin saber. Porque si no puedes pagar al personal, si no das beneficios... Muchos cocineros no se dan cuenta de eso y sólo se centran en cocinar. Pero un restaurante es algo muy serio y te puedes arruinar. Entonces ves cada tragedia y dices: 'Jolín, qué pena'. Pero es que los restaurantes con estrellas son más particulares y que alguien diga que le jorobó la estrella.... Bueno, igual te jorobaste tú queriendo entrar en este mundo.
P.– Hay muchas leyendas sobre cocineros dados a las drogas, sumilleres alcohólicos... Y todo por querer mantener la exigencia. ¿Pasan estas cosas en la alta cocina?
R.– No sé. Quizás antiguamente cuando mi madre cocinaba y se ponía enferma. Entonces igual traíamos un cocinero de Madrid, de un sitio que era como si ahora vas al paro y gritas: '¿Oiga, hay algún cocinero por ahí?'. Y venía un señor de Madrid y a veces era un tipo extraordinario y otras veces necesitaba echarle un trago a la botella de vino blanco para quitarse el estrés. Eso yo lo he vivido, pero hace 40 ó 50 años. Ahora no. Seguro que hay alguien, porque en todos sitios te puedes encontrar de todo, pero dudo que alguien lleve un restaurante drogándose o pegando un trago.
P.– Lo que no es una leyenda es la falta de cantera en la hostelería. Sobre todo, de camareros. ¿Pasa también con los cocineros?
R.– Hay más cocineros que camareros. El 95% de la gente que se apunta a las escuelas de cocina es para estar en cocina y no en sala. Tenemos que dignificar el oficio de camarero.
P.– ¿Qué pasa con los camareros?
R.– El boom de la cocina ha hecho que el cocinero tome demasiado protagonismo y que los chavales jóvenes quieran ser chef. Al final han crecido viendo Masterchef, a Arguiñano... Y ven que es gente importante. Pero nadie conoce a Josep Roca. Por eso hay que dignificar el oficio, porque además es un oficio maravilloso. Yo me quedo embelesado cuando me atiende un camarero con clase, con educación... Y si además sabe de vinos e idiomas. Soñaría con ser eso. Preferiría que mis hijos fueran camareros antes que cocineros si se dedicaran a la hostelería.
P.– ¿Cuántos jóvenes se pegan un batacazo al querer ser como usted, Jordi o Samantha?
R.– Por desgracia hay gente que todavía se la pega. Pero es que son negocios jorobados, difíciles y hay algunos que sólo ven la guinda del pastel, pero hasta poner esa guinda... Tenemos que hacer la tarta. De eso se dan cuenta cuando entran en cocina, porque eso tiene la gracia justa. Es un oficio maravilloso, pero...
Por eso tenemos que hacer mucho hincapié en hacer muy cómodo este oficio. Y en esas estamos ya muchos en la alta cocina. Dabiz Muñoz creo que ya cierra los domingos, los lunes y los martes. ... Yo cierro los domingos por la noche, los lunes y los martes. Y algún miércoles o jueves por la noche se libra. Eso repercute en que a veces gano menos, o que a veces voy justo, pero necesitamos dar vida a esa nuevas generaciones. Necesitamos hacer manejable este oficio.
P.– ¿Por eso no quieren los jóvenes ser camareros?
R.– No, porque tenemos que dignificarlo. Cuando ese camarero está al lado de grandes profesionales, dice: 'Qué oficio más bonito'. Pero hay que enseñarle a vivir ese oficio. Un camarero no es alguien que me pone un refresco y un plato encima de la mesa. Es alguien que me prepara la estancia, que me la hace llevadera, que sabe lo que necesito...
P.– Pero no será igual ser camarero con usted que serlo en el bar de la esquina.
R.– Pues tenemos que conseguir que ese camarero del bar de la esquina se sienta dignificado también. Que te ponga ese café y ese bollo con ganas, que te dé los buenos días contento... Y que gane lo que tenga que ganar y tenga el horario que tiene que tener.
P.– ¿Conoce muchos restaurantes que busquen camarero?
R.– Todos los días. No tienes nada más que mirar el Instagram de los grandes restaurantes y vas a encontrar anuncios que pongan: '¿Te quieres unir a mi plantilla?'. Es verdad que hace 40 ó 50 años la gente entraba a trabajar en un sitio y se jubilaba allí. Ahora ya no pasa. Los jóvenes quieren ver mundo, estar un año en El Bohío, otro con cocina étnica y llenarse culturalmente. Por eso no tenemos plantillas con peso. Entonces fluctúa mucho el personal.
P.– ¿Falta espíritu de sacrificio? Usted no libra ni un día.
R.– Es diferente. Yo no descanso porque estoy pluriempleado, aunque también lo haya hecho cuando sólo me dedicaba a la cocina. En cualquier caso, yo creo que la gente joven de ahora es maravillosa y extraordinaria. De los que he tenido, uno de cada 100 me da problemas, pero, en general, son gente maravillosa. Yo no puedo hablar mal de ellos, aunque las cosas hayan cambiado.
Cuando discuto con mis hijos, ahora, hay veces que me dicen: 'Papá, es que me estás contando cosas que te pasaban a ti, pero es que las cosas ya no son así. Y me tengo que poner en su situación'. Pero siempre intentando que valoren todo lo que tienen. Nosotros tenemos la suerte de llegar a fin de mes. Y a mí nunca me ha faltado de nada, pero nunca fui sobrado. Hay que valorar las cosas. A mí es lo que me enseñó mi madre. Y es lo que trato de enseñarles a ellos.
Y eso que, por supuesto, ellos tienen una vida más 'facilona' que la que tuve yo y mucho más 'facilona' que la que tuvieron mis padres, que venían de una época jorobada. Y eran felices. Así que, ¿cómo no voy a ser yo feliz con más argumentos y más armas que ellos? ¿Cómo no van a ser felices mis hijos? Pero tienen que saber lo que cuestan las cosas.
P.– Tiene tres hijos. ¿Cómo se le ha dado ser padre?
R.– No soy un padre ejemplar, no puedo dar lecciones de nada. A veces no hablo con ellos de determinadas cosas o lo hablo con mi mujer y pienso: '¿Sabes lo importante? Que mi padre tampoco hablaba mucho conmigo'. Mi padre, en aquella época, estaba a otras cosas. Pero me ha quedado el recuerdo de cómo era.
Yo trabajo, intento ser honrado, serio, medianamente formal. Y eso es lo que les quedará. Me vale con que se queden con que su padre era una persona medianamente normal que hacía cosas medianamente normales. No necesito sentarme con ellos para hablar de tú a tú y entre amigos, no estoy en esas. Verán el ejemplo de quiénes son su padre y su madre.
P.– ¿Le han salido buenos?
R.– Sí, están estudiando. Mi hija acaba de terminar marketing y publicidad de moda, mi hijo está haciendo digital business y la otra tiene 16. Y son gente normal. Al principio renegaban de vivir en Illescas, porque ir desde aquí a la universidad en Madrid en transporte público es una tragedia. Pero bueno, quien quiere algo... Luego ya se sacaron el carnet del coche y están felices. Son buenos chicos.
Si les comparo conmigo a la misma edad, pues claro, yo a los 17 ya estaba trabajando y llevando el peso de un negocio junto a mi hermano. Mi padre, entonces, nos empujó a una piscina sin saber nadar. Dijo: '¿Veis la orilla allí?'. Y nos podíamos haber ahogado. De hecho, tragamos agua muchas veces, pero casi llegamos a la orilla. Pero no fue un padre autoritario. Dio medio paso atrás y... Qué tío más listo. Mis hijos no, mis hijos tienen un colchón que yo no tenía. Han estudiado, lo han hecho muy bien, pero no tienen prisa por trabajar.

Pepe Rodríguez, en la cocina de El Bohío, prueba uno de sus platos. EL ESPAÑOL
P.– ¿Es más complicada la paternidad o llevar un restaurante?
R.– Trabajar con seres humanos, aunque sean tus hijos, es muy complicado. Uno puede tener 27 hijos y que todos parecieran de padres diferentes (en la forma de ser). Los tienes y dices: '¿Y ahora qué hago yo con este bicho?'. Es muy difícil, más que llevar un negocio, con todo lo difícil que es llevar un negocio.
P.– ¿Ha tenido algún momento de vértigo con ellos?
R.– Sigo teniéndolo. Yo no he ido al psicólogo, pero mis hijos sí. Ellos lo normalizan y lo ven normal, y no conozco a nadie joven que no haya ido. Pero sí, tienen sus líos, sus problemas. Son seres humanos y el ser humano es taaaaan complejo. Y a veces piensas: 'Si han visto lo mismo, si se han criado en la misma casa... Cómo puede ser que...'. Pero bueno, es lo que me pasaba a mí con mis hermanos. Esa es la vida, y lo bonito de la vida. Ordenar el caos.
P.– Más allá de esto que me cuenta de sus hijos, no se sabe mucho de su entorno personal. No sé si porque no ha querido o porque la prensa rosa nunca ha estado interesada en ustedes.
R.– No soy carne de prensa del corazón. Tengo poco que contar. Creo que mi vida no es interesante ni para mí ni para ellos. Y por suerte se sabe poco de nosotros. A mi hijo sí que lo he llevado dos veces a la tele. La primera vez engañado y la segunda ya no. Pero bueno, alguna vez nos sacan en alguna revista. Muy mal. La última vez, en bañador, en Ibiza, enseñando tripa... Muy mal. Somos gente muy elemental. No tenemos nada que mostrar ni que enseñar.
P.– Cambiando de tercio. ¿Qué falta para que el mundo de la cocina deje de ser machista? En las galas Michelin los hombres ganan por goleada a las mujeres.
R.– Cada vez es menos machista, pero la mujer sí que sufre más porque hay momentos en los que tiene que sacrificar más cosas que nosotros. Yo he perdido mucho talento femenino porque ellas se han casado y luego no han querido seguir dentro de este mundo. No sé si porque no se lo hemos facilitado o porque ellas no supieron ver el hueco, pero son tan pocas las que están en este negocio. Ahora tengo en la cocina a un par de chicas de prácticas que son majas, agradables, trabajan bien. Qué pena que no me las pueda quedar. Ojalá tengan suerte.
P.– ¿Qué hace falta para que haya más mujeres?
R.– Tienen que pagar un peaje, por desgracia. Una mujer se queda embarazada nueve meses, luego necesita un tiempo para recuperarse... Y para llevar un negocio, ¿en quién delegas? No es fácil. La mujer, por el hecho de ser mujer, tiene penalizaciones. Es una pena.

Pepe Rodríguez, en la cocina de El Bohío. EL ESPAÑOL
P.– Aunque ahora la baja de paternidad es prácticamente la misma.
R.– Sí, pero aún así, todavía nos quedan cosas que ir puliendo para normalizar que la mujer esté en este mundo.
P.– Siguiendo con el tema social. Hace cinco años se dijo que íbamos a salir mejores. ¿Cree que ha sido así?
R.– Qué eslogan más bonito. Hemos invadido Ucrania, estamos arrasando Gaza... ¿Hemos salido mejores? ¿Quién? No lo sé. Te das una vuelta por Illescas o Madrid y no notas que hayamos salido mejores. Las buenas personas no se hacen por salir de una pandemia. Eso es algo innato que uno tiene que ir gestionando día a día.
P.– Cinco años después, ¿sigue siendo una heroicidad en este país ser autónomo?
R.– Yo creo que sí. No es tan fácil tener un negocio. No sé por qué no se fomenta más el espíritu emprendedor y se facilitan las cosas para todos, para los que tenemos un negocio y para los trabajadores. Y no se trata de bajar las horas de trabajo, que también, seguramente. Se trata de ayudar para que todo este sistema se pueda sostener. Pero eso es una cosa de todos. No de izquierdas o derechas. Hay alguien al que no le interesa porque le va mejor a su electorado o lo que sea...
P.– ¿Se refiere a la izquierda?
R.– Y los otros. Esto no va de izquierda o de derechas. Va de otra cosa. Aquí en el restaurante hay gente de Vox, de Podemos, del PP, del PSOE y el único empresario soy yo. Los políticos sueltan los eslóganes, pero la realidad luego la vemos aquí. En estos microtrabajos donde compartimos espacio gente con diferente ideología.
P.– Hace cinco años fue muy crítico con el Gobierno. ¿Está más contento ahora con ellos (o no)?
R.– Ni sí ni no. Yo llevo 40 años en el mercado laboral y he estado con todos los gobiernos, y con todos he tenido que currar mucho, ninguno ha venido a regalarme nada. ¿He vivido mejor con el Gobierno de Felipe González que con el de Aznar? ¿Con el de Rajoy que con el de Zapatero? No. Las crisis han llegado y me han pillado mejor o peor.
P.– ¿Y sigue siendo una heroicidad ser autónomo?
R.– Y lo va a seguir siendo. Por eso todos los políticos tendrían que ver cómo se puede hacer más cómodo el teijdo empresarial. ¡Dime tú que empresario de medio pelo soy yo! Quizás Amancio Ortega o Florentino Pérez. Pero yo. Yo soy un grano de arena en el desierto, no soy nadie. Y nadie ha venido a preguntarme – ni a mí ni a nadie– cómo podemos hacer que nuestra gente viva mejor. Creo que eso no se hace. Se miran los grandes números y...
P.– ¿Cree que se le da a la gastronomía el valor que merece? El otro día decía Ferrán Adriá que aporta el 28% del PIB de España.
R.– Yo no he montado un restaurante para ver si la gente me valora o no, sino para que la gente subsista. Hay alguno que me dice: ¿todavía no te han puesto una rotonda en Illescas, la gente la conoce por ti? Y es verdad. Pero no aspiro a nada. El político no esta a esas cosas. Yo con que me concedan la licencia de obras cuando la pido.
P.– ¿Sigue yendo a misa o ha perdido la fe?
R.– Sí, sigo yendo.
P.– ¿Y qué le pide a Dios estos días?
R.– A veces le pido que me deje como estoy y otras le digo que me quite algún problema, que tengo muchos. Pero no voy a misa a pedir.
P.– ¿Está contento con el nuevo Papa?
R.– Sí, yo estaba contento con el otro. Pero me ha hecho mucha gracia todo lo que ha pasado con este cónclave. En Masterchef, a los de prensa, les preguntaba: '¿Siempre se ha montado esta con la elección del Papa?'. Era como si fuese política. Este es más progresista, este más continuista...
P.– Con el que no estará contento es con el Madrid.
R.– Yo siempre estoy contento con el Madrid. Me ha dado tanto... Este año no hemos ganado nada y queremos fusilar a todos cuando el año pasado ganamos Champions y Liga. Eso hay que valorarlo. La mayoría de equipos no ganan eso en su vida.
P.– ¿Cómo se ve dentro de 10 años?
R.– ¡Cómo me veo dentro de 10 minutos (risas)! No sé. Me dejo llevar. Sólo pido que haya trabajo, que dure Masterchef y salud. No anhelo nada. La gente me dice: '¿Y no montas otro restaurante?'. Pero si estoy por vender este (risas). iro mucho a la gente que hace eso, pero a mí que me dejen como estoy. Y si pudiese estar como ahora, mejor...
P.– Y con alguna Champions más, ¿no?
R.– Sí, eso sí (risas)