De izquierda a derecha: Nordin, Savage Petrov y Hajar Brown.

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Reportajes

Cripto, Corán y TikTok: el auge en España de los 'influencers' islamistas que consumen tus hijos y propagan su religión 6y4n32

No todos rezan igual: del rigor yihadista de Nordin al islam cotidiano de Hajar Brown, pasando por el coaching de Petrov. La fe se viraliza a su manera. 45536t

Más información: Nordin, el yihadista 'influencer' detenido en Madrid que lanzaba mensajes sobre 'fitness' para captar a los jóvenes 514z5p

L. C.
Publicada

Aparece en pantalla como un imán salido de Wall Street: coches de lujo, sonrisa canalla, mirada de iluminado. Dice cosas como "el alma se fortalece cuando el cuerpo está en ayuno" y, segundos después, advierte que la música es haram (pecado). Es Savage Petrov Dawha, aunque nadie sabe muy bien si ese es el nombre que aparece en el DNI. Habla del Corán, pero también de testosterona, inversiones y de cómo mejorar tu vida. Una especie de Llados islámico con casi 350.000 seguidores sólo en Instagram.

No está solo. Petrov forma parte de un fenómeno que podríamos llamar Renacimiento musulmán del influencer. Jóvenes —casi siempre hombres, casi siempre esculpidos a proteinazo limpio— que predican en TikTok u otras redes sociales un islam rígido con estética de videoclip y un modelo de vida de éxito neoyorquino. La cámara los enfoca un poquito desde abajo, como a los superhéroes, y su narrativa es simple: el mundo moderno está corrompido, la fe lo cura todo, la fuerza está en Dios.

Si buscas a Petrov no te vas a encontrar con un influencer de masas ni una estrella viral. Más bien, un perfil de nicho con seguidores fieles, atraídos por un mensaje concreto: un islam ortodoxo presentado con aires de triunfador y disciplina férrea. Un tipo carismático de cuerpo bien cuidado y verbo irónico. Su discurso combina ayuno, fe y cursos de negocios al mismo tiempo que anuncia la vuelta a una masculinidad auténtica, casi como si la modernidad fuera una decadencia que sólo se puede remontar con el Corán, el entrenamiento y los beneficios empresariales.

Petrov no está solo. Es parte de un grupo creciente de jóvenes predicadores que usan las redes para difundir diferentes versiones del islam, que mezclan espiritualidad, códigos de conducta rígidos y un mensaje político que apunta, entre otras cosas, a recuperar un orden social tradicional. Su impacto no es masivo, pero sí llamativo y ascendente, especialmente en nichos donde el vacío de referentes hace que su mensaje cale con facilidad.

Estos perfiles funcionan gracias a un lenguaje visual muy trabajado que parece sacado de Hollywood: iluminación dramática, montaje dinámico, frases cortas y contundentes. Pero lo que venden es mucho más que estética. Se trata de un mensaje que en buena parte replica discursos conservadores que encontramos en otros países y culturas, pero con un fuerte anclaje religioso. Un islam de manual, estricto, donde la masculinidad se define por la disciplina y el sometimiento a la ley divina, y donde la música y la cultura popular son "tentaciones" a evitar.

El contraste es evidente con otras voces musulmanas en redes que transmiten una experiencia mucho más diversa y abierta. Actrices, activistas y creadores como Hajar Brown o Hamza Zaidi han sabido usar estas plataformas para hablar del islam desde la cotidianeidad, la crítica, el humor o la empatía. Ellos abren un diálogo plural, desmienten estereotipos y muestran que la fe puede ser feminista, moderna y compleja.

Sin embargo, también están los discursos que se aprovechan de la precariedad y las incertidumbres de la juventud. En España, el caso más grave fue el de Nordin, un joven detenido en Madrid por supuesta captación yihadista. Su perfil online mezclaba rutinas fitness, discursos de "decadencia de Occidente" y mensajes ocultos que las autoridades consideraron peligrosos. Nordin usaba la imagen de entrenador personal para atraer a adolescentes, mostrando cómo estas estéticas virales pueden esconder realidades alarmantes.

Aunque casos como el de Nordin son la excepción más extrema, revelan la potencialidad de estos discursos para conectar con jóvenes que buscan identidad y sentido en un mundo que a menudo les da la espalda. La figura del "influencer religioso" —con todo lo que conlleva de autoridad y seducción visual— puede ser una herramienta de adoctrinamiento en manos equivocadas.

El éxito de perfiles como el de Petrov, a medio camino, responde a una mezcla de factores: la crisis de referentes tradicionales, la falta de educación religiosa en clave plural, la precariedad emocional y económica, y la irresistible dinámica de las redes sociales, que premian lo visualmente impactante, lo simple y lo categórico. La espiritualidad se reduce a un eslogan, la religión se convierte en un ejercicio de control, y la masculinidad en un ritual de poder.

Este fenómeno no es exclusivo del islam ni de España. En todo el mundo, las redes sociales son terreno fértil para discursos reaccionarios que combinan religión, antifeminismo y apelaciones a la pureza cultural. Cambian las banderas y las liturgias, pero el fondo es similar: resistencia a la modernidad, miedo a la diferencia, búsqueda de respuestas fáciles. Sin ir más lejos, en los saltos de migrantes la valla de Ceuta existen fenómenos como Harraga (en francés, algo así como "los que queman", en referencia a sus papeles), la tendencia de jóvenes compartiendo los cruces de frontera.

Por eso es importante no demonizar ni simplificar. No todo el islam es Nordin, ni toda la juventud musulmana se siente atraída por esta narrativa. Muchos luchan contra ella, reivindican sus derechos, construyen nuevas formas de fe. La batalla real está entre discursos de odio y pluralidad, entre exclusión y convivencia.

Representan un fenómeno de la era digital: la hibridación entre el influencer de autoayuda y el predicador religioso, utilizando las redes sociales no sólo para captar seguidores, sino también para vender su negocio y su religión. Hay de todo: quien habla de Ramadán con ternura, y quien lo convierte en un eslogan motivacional de los Navy SEAL.