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La extrema derecha ya no necesita botas ni trincheras: le basta un bus, una avioneta, una lona o una tipografía que grite. Esta semana, sobre el Congreso de los Diputados, apareció un cartel tamaño apocalipsis con un Pedro Sánchez caricaturizado al estilo de El Padrino y con un enorme "CORRUPTO" en letras tan grandes como un delirio, como si Netflix se hubiera fusionado con El Caso.

No era una película de serie B ni una campaña electoral: era una advertencia. Una amenaza en formato pancarta envuelta en celofán ultra.

Tampoco hay que sobreactuar. La lona duró menos de 24 horas, lo justo para armar revuelo en redes, enfurecer a tres o cuatro y activar los reflejos de un Gobierno que –con razón o sin ella– denunció públicamente lo que consideró una injuria intolerable.

El juez actuó con velocidad: orden de retirada inmediata. Y así fue como, de madrugada, los bomberos del Ayuntamiento de Madrid desmontaron la lona, no como si apagaran un incendio, sino una hoguera moral.

Pero quedarse en la anécdota es no entender la estrategia. Porque su autora, la asociación HazteOir, y su hermana mayor, CitizenGo, no trabajan para convencer. Trabajan para provocar.

Cada lona, cada autobús, cada campaña de firmas, cada mensaje viral no pretende atraer votantes, sino marcar los límites de lo decible.

Insertar, a golpes de propaganda, una visión del mundo que no necesita argumentarse, sólo repetirse. Una cruzada cultural de manual.

Su estilo ya es reconocible. Tarantiniano, explícito, teatral, con un punto de provocación de instituto. Han perfeccionado un tipo de intervención política que recuerda a las escenas postcréditos de Marvel: nadie sabe qué aportan, pero todo el mundo habla de ellas. Su estética no seduce, golpea. Y eso, para ellos, es más que suficiente.

Así, la susodicha lona era sólo la última estación de un viacrucis que empezó hace más de una década en los despachos de HazteOir. Tras ella, como siempre, el rostro afilado y la media sonrisa de Ignacio Arsuaga Rato, comandante en jefe de la cruzada ultraconservadora. Arsuaga no viste sotana ni habla latín, pero cree en el dogma como quien cree en los algoritmos, con fe ciega y sentido práctico. Fundó CitizenGo en 2013 como una especie de Change.org con cilicio y desde entonces no ha parado de crecer.

ArteEE Kremlin, Lous Whinston, Alexander Filippov

Pero el sobrino de Rodrigo Rato no está solo. Junto a él está Brian S. Brown, presidente de la Organización Internacional por la Familia y veterano en cruzadas contra el matrimonio igualitario en Estados Unidos, donde ha sido una figura clave del lobby religioso conservador.

Desde Italia, Luca Volontè aporta pedigrí político: fue diputado de la Democracia Cristiana y presidente del Grupo Popular en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa hasta que le condenaron por aceptar sobornos de Azerbaiyán. Más que conservador, nostálgico.

Gualberto García Jones es un abogado especializado en bioética y derechos humanos, vinculado a grupos antiabortistas en Estados Unidos y América Latina. Carlos Enrique Polo Samaniego, peruano, ha coordinado campañas para CitizenGo en su país, con un tono a medio camino entre catequesis y estrategia digital.

Alejandro Bermúdez Rosell, también peruano, es periodista y exdirector de ACI Prensa, una de las agencias católicas más influyentes del continente.

Y luego está Alexey Komov, el más enigmático de todos. Ruso, ortodoxo y hombre de confianza del oligarca Konstantin Malofeev, está vinculado al Congreso Mundial de las Familias y a una galaxia de organizaciones que mezclan espiritualidad, geopolítica y nostalgia imperial.

Su papel es tan ideológico como estratégico: tejer alianzas, exportar doctrina, financiar con discreción. Es, a grandes rasgos, el cerebro financiero del integrismo ortodoxo.

Konstantin Malofeev, 'el Oligarca de Dios'.

Konstantin Malofeev, 'el Oligarca de Dios'. Tatyana Makeyeva REUTERS

Malofeev, por su parte, es algo más que un mecenas reaccionario. Conocido como El Oligarca de Dios, es el rostro amable del zarismo digital. Propietario de Tsargrad TV, un canal ortodoxo que emitía programas como Buen viaje, sodomitas –donde se invitaba a los homosexuales a abandonar Rusia–, fue también fundador de un fondo buitre y promotor de la Safe Internet League, uno de los brazos censores del Kremlin. 

Hoy preside la Fundación San Basilio el Grande, una de las cinco entidades que más invierten en expandir el ideario antigénero a nivel global, y patrocina portales como Katehon.com y Geopolitica.ru, plataformas conspiranoicas que funcionan como fábricas de bulos.

Cada uno aporta algo: os, recursos, experiencia en guerra cultural. Juntos, forman un consejo transnacional que opera como un comité de campaña perpetuo. No buscan el poder institucional. Buscan algo más difuso, más duradero: influir. Cambiar el clima. Redefinir los márgenes del debate.

La pata rusa de la organización no es decorativa y este periódico ya le dedicó un amplio reportaje hace unos años. Es el hilo que une la devoción con el dinero, el rezo con la geopolítica.

A través de ella, CitizenGo ha tendido puentes con estructuras ultraconservadoras justo cuando Putin convirtió la moral cristiana en doctrina de Estado. Komov en particular ha defendido en foros internacionales que el liberalismo occidental es un virus y que sólo una cruzada moral puede contenerlo. Con ellos como ariete digital.

De HazteOir a CitizenGo 2x5u5q

HazteOir se hizo célebre con su autobús naranja y sus campañas contra la "ideología de género", pero nació en 2001 como una plataforma antiabortista. Años después, en 2013, evolucionó en CitizenGo (también fundada por Arsuaga), una especie de versión global, vitaminada, con estética de Silicon Valley y retórica de púlpito.

Un híbrido entre marketing de guerrilla y doctrina conservadora, como si la Teletienda se hubiese propuesto salvar el alma del mundo.

Con CitizenGo el proyecto abandonó las maneras de la parroquia y adoptó el lenguaje del lobby. Se profesionalizó. Amplió fronteras. Aprendió a recaudar, a segmentar públicos, a viralizar mensajes.

Con oficinas en más de 50 países, es hoy uno de los actores clave de la llamada Internacional antigénero, una red global que combate derechos civiles bajo la bandera de la libertad religiosa.

Podría parecer una exageración, una novela de John le Carré con demasiada fe. Pero basta con seguirles la pista: Hungría, Polonia, México, Estados Unidos. Donde haya un intento de avance en derechos, aparece una réplica en forma de campaña digital, manifestación o pancarta ofensiva.

En España llegaron a tener el reconocimiento de entidad de utilidad pública. Lo perdieron, claro. Y desde entonces, cada multa, cada retirada, cada denuncia se convierte en testimonio del martirio. Les gusta que el Estado los castigue. Lo necesitan. Como Rocky necesita que le peguen antes de remontar.

En 2017, una investigación de El País reveló cómo HazteOir había recibido apoyo financiero de El Yunque, una sociedad secreta ultracatólica de origen mexicano. En 2022, EL ESPAÑOL documentó los vínculos de CitizenGo con Malofeev y otras figuras sancionadas por su papel en la guerra de Ucrania. El patrón se repite: financiación opaca, causas morales, campañas coordinadas. Todo bajo el barniz de la ciudadanía activa.

Ignacio Arsuaga y Santiago Abascal, durante una manifestación contra el aborto.

Ignacio Arsuaga y Santiago Abascal, durante una manifestación contra el aborto. E.E.

No es casual que Vox y CitizenGo se entiendan sin hablar. Santiago Abascal compartió atril con Arsuaga en 2013, cuando aún buscaba refugio ideológico tras su ruptura con el PP. Desde entonces, las agendas han corrido en paralelo.

El partido grita desde el Congreso lo que CitizenGo difunde en la calle. Uno legisla, el otro presiona. Uno debate, el otro exorciza. La maquinaria es tan eficaz que la ONU les retiró el estatus consultivo por su deriva difamatoria. Para ellos fue un triunfo moral.

Un exdirigente de Vox es claro al recalcar que "al principio, HazteOir y Arsuaga [y por extensión CitizenGo] mandaban mucho". "Eran intocables, se relacionaban sólo con Abascal y hasta nos pasaban su argumentario para que supiéramos qué decir sobre cada tema", señala. "No sé si en la etapa del dinero iraní ellos también donaron en secreto, puede ser, pero seguro que eran nuestro principal apoyo y marcaban el camino".

Según explica esta misma fuente, los espacios como HazteOir o CitizenGo no tienen limitaciones para recibir donaciones, como si los partidos políticos, por lo que pueden servir de embudo para canalizar más dinero del legalmente permitido.

De esta forma, CitizenGo ejercería de tesorero de las grandes fortunas, las repartiría entre fundaciones más pequeñas y ellas serían las que donarían el dinero a la causa que les manden, ya sean organismos internacionales, asociaciones o partidos políticos. 

Según un informe del Parlamento Europeo sobre los integristas religiosos y los lobbies antigénero, Arsuaga fanfarroneó con que CitizenGo "podría servir como una vía de financiación encubierta para partidos de extrema derecha de cara a las elecciones de 2019", como Vox, Fidesz (Hungría), la Lega (Italia) o Ley y Justicia (Polonia). En los últimos años ha sido apoyado por la organización estadounidense ActRight, cercana a Donald Trump, y diferentes lobbies integristas de Rusia.

Extracto del informe del Parlamento Europeo sobre las vías de financiación rusas y su aterrizaje en España.

Extracto del informe del Parlamento Europeo sobre las vías de financiación rusas y su aterrizaje en España. EPFSRR

El informe calcula que, entre 2009 y 2018, lobbies de este tipo recibieron un total de 707,2 millones de dólares de 54 organizaciones distribuidas entre ONG, fundaciones, grupos religiosos y partidos políticos para difundir la agenda ultraderechista.

La gran mayoría parten de tres orígenes: Estados Unidos, Europa y Rusia, que contribuyó con 188,2 millones a las causas de la extrema derecha. Sus grandes protagonistas son dos oligarcas muy cercanos a Putin: Vladímir Yakunin y, de nuevo, Konstatin Malofeev.

CitizenGo no es exactamente una organización. Es un tono. Un estilo. Un lenguaje. Pero también es una maquinaria bien engrasada: oficinas en varios países, decenas de campañas activas en múltiples idiomas, y una lista de donantes que incluye desde parroquias locales hasta millonarios con vocación cruzada.

Lo que la mantiene viva no es su discurso, sino su estructura: un consejo transnacional, una comunidad movilizada digitalmente y un liderazgo que ha sabido adaptarse sin perder el dogma.

Porque detrás del gesto, del ruido, del meme, hay horas de estrategia, datos, segmentación y una financiación que sabe perfectamente a qué botón apelar en cada cultura. Si CitizenGo no fuera eficaz ya habría desaparecido. Pero sigue ahí. Porque siempre hay una nueva lona que colgar, una especie de filtro vintage aplicado a la política. Lo suyo no es debatir. Es hacer que debatir se vuelva incómodo.