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Una paleta de colores azul marino, crema y blanco. Los libros, algunos de cuero, lino o con elegantes acabados de buckram, abundan en una gigantesca estantería. Sus lomos no dejan lugar a dudas: Sorolla, Sorolla y Sorolla. Tras una gigantesca mesa de madera o de mármol, no se sabe, porque los tratados de pintura y las biografías se apilan aquí y allá e impiden ver el tablero, hay una mujer. Su pelo es gris, su vestido negro, la vista la tiene sumergida en una enciclopedia. Se acomoda sus gafas de pasta. "Ya llevo 4.200 obras catalogadas, sin incluir dibujos". Quien lo dice, afable y sonriente, es Blanca Pons-Sorolla, bisnieta de uno de los pintores de cabecera de la historia del arte de España. Joaquín Sorolla. El digno sucesor de Velázquez y de Goya.

A sus 76 años, lleva ya más cuatro décadas dedicada en cuerpo y alma a recopilar, a investigar y a promover a través de exposiciones, de catálogos, de recopilatorios de lujo –ahí está el Sorolla Íntimo de la editorial Ártika– la obra de su antecesor. Ella no llegó a conocerlo en persona, porque murió 25 años antes de nacer. Pero sí se impregnó de su legado, de su arte, de ese cariño indirecto propio del corazón noble que el valenciano le brindó a sus descendientes a través de la pintura. "He crecido entre belleza y rodeada de personas con una gran sensibilidad".

Eso fue, primero, un privilegio. "Después, una responsabilidad". Blanca empezó hace más de 40 años y nunca le ha pesado. "Fue una decisión libre. Nadie me lo pidió. Hoy no tengo otro interés que terminar un catálogo razonado integral de todas las pinturas conocidas de mi bisabuelo. Eso incluye los óleos, las acuarelas y los gouaches. Un artista como Sorolla necesita un trabajo así para que su obra sea conocida de verdad en toda su amplitud".

Blanca Pons-Sorolla, bisnieta del pintor, frente a la librería de su apartamento.

Blanca Pons-Sorolla, bisnieta del pintor, frente a la librería de su apartamento. David Morales E. E.

En su apartamento de Madrid, la comisaria de arte cuenta con numerosas obras del autor. Algunas están hoy en la Galería de las Colecciones Reales, donde este domingo culmina la exposición Sorolla, cien años de modernidad, comisionada por ella y por Consuelo Luca de Tena y Enrique Varela Agüí. Otros óleos, como un precioso bodegón con fondo blanco o el Patio de Comares lucen en su salón a imagen y semejanza de piezas de museo. Entre todas, preservan los recuerdos de un mundo luminoso que acaricia, juega, respira y nunca deja de seducir y conmover.

"La mujer que aparece en este cuadro es mi abuela María", explica Pons-Sorolla mientras se levanta y se dirige hacia una pintura firmada por su abuelo, Francisco Pons Arnau. "Es un pintor poco conocido. Siendo yerno de quien era, no se presentaba a los concursos porque, si ganaba, dirían que era por ser discípulo de Sorolla. Y, si no lo hacía, se reirían de él por no ser lo suficientemente bueno. Este retrato se sitúa en Navacerrada. Mi abuela era tuberculosa y, su padre, Sorolla, compró una casita en Cercedilla porque entonces no había antibióticos y el aire libre le venía bien".

Joaquín Sorolla, explica la comisaria, era "pintor, pintor y nada más que pintor", y lo habría seguido siendo aunque no hubiese triunfado. No obstante, "le horrorizaba no dar a su familia el bienestar que quería", aquello que él mismo no pudo tener, entre otras cosas porque sus padres murieron siendo él muy pequeño. "Era un padre maravilloso, un marido enamorado, un amigo de sus amigos, alguien afable y familiar, pero pintor por encima de todo". Quienes lo conocieron citan siempre a Pérez de Ayala, que aseguraba que el valenciano tenía "un corazón maravillosamente dotado para los afectos".

También era un autor con una sensibilidad especial para lo social. Si bien firmó cuadros de historia de raigambre patriótica como Dos de mayo, desarrolló una fuerte conciencia hacia los desamparados y hacia aquellos que se encontraban fuera del sistema, en los márgenes. Pintaba lo que veía con intención de humanizarlo.

Blanca Pons-Sorolla observa varios de los cuadros de su bisabuelo en la exposición 'Sorolla, cien años de Modernidad', celebrada en la Galería de Colecciones Reales.

Blanca Pons-Sorolla observa varios de los cuadros de su bisabuelo en la exposición 'Sorolla, cien años de Modernidad', celebrada en la Galería de Colecciones Reales. Nieves Díaz E. E.

"Él cuenta que hizo Margarita después de ir de Valencia a Madrid. En el camino, se encontró una escena que lo impactó. Una madre había matado a su hijo para seguir adelante. La pintó para que viéramos lo desesperada que estaba, la tristeza inmensa que sentía, el pesar de haber cometido una barbaridad. También está Trata de blancas, otro cuadro de denuncia social que le da prestancia y humaniza a las chicas, que son criaturas conducidas o engañadas".

No obstante, uno de sus últimos cuadros, y de los que más le costó, fue Triste herencia, donde retrata a los hijos de alcohólicos, prostitutas y perdidos que llevaban encima sus enfermedades desde el día en que nacieron. "En esa obra pinta el disfrute de unos niños que, aunque vayan en muletas, pueden vivir un momento delicioso de juego en una playa de Valencia junto al cariño protector de un cura".

Sorolla era, en definitiva, un pintor que reproducía lo que veía. "Su visión no es la de aquí", dice Blanca Pons-Sorolla mientras se señala los ojos con el índice. "Tampoco la de la cabeza. Era la visión del alma. Los pintores nos enseñan lo que no somos capaces de ver por nosotros mismos. Y él quería compartir lo que veía con los suyos. Ahí está Los Contrabandistas. Él escribe a sus hijos que está pintando unas impresiones para que disfruten de los momentos tan hermosos que vive. No son pinturas destinadas a venderse, sino pinturas que emergen del alma. Por eso son tan etéreas".

¿Cómo habría retratado Sorolla nuestro tiempo? "Me lo pregunto muchas veces. Creo que jamás se desviaría de reproducir lo que veía. Habría encontrado la belleza, pero le habría desesperado este mundo". ¿Qué justifica esa idea? "Que no sabemos a dónde vamos. La tecnología va más rápido de lo que va la instauración de las leyes que la controlan. Hay un desfase. Vivimos en un momento de crisis. No hablo de España, sino del mundo. La gente actúa como si no pasase nada, muy alegre. Eso es, quizás, porque queremos evadirnos de la inseguridad que nos produce todo".

El cuadro pintado por el abuelo de Blanca Sorolla, Francisco Pons Arnau, en el que aparece retratada su abuela Mariana.

El cuadro pintado por el abuelo de Blanca Sorolla, Francisco Pons Arnau, en el que aparece retratada su abuela Mariana.

Gran parte del problema proviene de la educación. Concretamente, de la falta de educación artística, fundamental para el desarrollo humano. "Es esencial para el hombre. No sólo por lo educativo, sino por el disfrute. Yo he visto a gente entrar con cara de dolor en el museo y salir iluminados, con una sonrisa. Yo, cuando me siento mal, me refugio en el Museo del Prado o en el Sorolla, o en un concierto, porque me ayuda a sobrellevarlo todo. Es en los momentos malos, de duda, cuando la cultura se vuelve más importante, cuando hay que acercarla a la gente".

Eso comienza por los niños. Aquellos mismos que Sorolla pintaba con ingenua brillantez disfrutando en la arena de playa, engullidos por la espuma de las olas o nadando frente a una barquita bajo las cristalinas aguas mediterráneas. El arte, empero, alerta Blanca, parece ser cada vez más residual en unas aulas dominadas por la tecnología y la Inteligencia Artificial. "Una máquina jamás será sensible. La sensibilidad sólo se logra con las manos. Por eso los niños deben aprender a dibujar con la mano. Hoy, sin embargo, estamos perdiendo hasta la caligrafía. Yo misma noto que cada vez escribo menos".

Esa deriva, advierte, puede crear sociedades desprovistas de sensibilidad. Nietzsche ya advertía que donde faltaba la sensibilidad artística, el hombre se endurecía y se convertía en un bruto. "Hay gente que incluso destruye el arte. ¡Eso es destruir la historia de tu país!". Pons-Sorolla evoca las obras de su bisabuelo perdidas durante la Guerra Civil, como el retrato del fusilado Pedro Gil Moreno de Mora, o aquellas pinturas perdidas en el incendio del Jockey Club de Buenos Aires.

"Es necesario que conozcamos de dónde venimos, qué han hecho nuestros antecesores. Censurar algo porque haya una señora desnuda, cuando el desnudo es una de las mayores bellezas del arte... no tiene sentido. Todo lo que sea propiciar el arte en la educación es fundamental. Es lo que permite desarrollar sensibilidad, una capacidad de amar, de mirar al cielo azul y conmovernos".

Blanca Pons-Sorolla durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Blanca Pons-Sorolla durante la entrevista con EL ESPAÑOL. David Morales E. E.

Joaquín Sorolla, aunque se enriqueció y llegó a trabajar para la jet set de la época, no pintó para vender. No veía el arte como una transacción. Si acaso, era una forma de proveer a su familia. Pintaba porque era su forma de vida. Lo habría hecho con o sin éxito, con o sin dinero, con o sin reconocimiento. Sin embargo, en la posteridad, sus obras han llegado a rozar precios desorbitados. Especialmente todos aquellos óleos en los que trasladó la magia de las playas, sus pinturas más famosas.

Blanca explica que cuando ella hace una valoración de una obra de arte en lo que se fija es en la calidad pictórica. "Una cosa es la calidad y otra el precio que se paga por ella. Rosas blancas del jardín de mi casa o Fuente del Rey Moro pueden ser tan buenas como una playa. Pero en Sorolla vale menos un jardín que el Mediterráneo. Hay cuadros suyos que se han vendido por siete u ocho millones de euros. En subasta, el precio más alto ha superado los cuatro millones".

Blanca Pons-Sorolla frente al cuadro 'Instantánea. Biarritz', de Joaquín Sorolla.

Blanca Pons-Sorolla frente al cuadro 'Instantánea. Biarritz', de Joaquín Sorolla. Nieves Díaz E. E.

La trayectoria de una Sorolla 1si

Blanca Pons-Sorolla es diplomada en Arte y Arquitectura de Interiores y se formó de la mano de reputados arquitectos como Javier Feduchi y Rafael Moneo. Su padre, de hecho, es el arquitecto y urbanista Francisco Pons-Sorolla y Arnau. Se casó joven y emigró a Coruña con su marido. Allí tuvo a su primer hijo. Después, se quedó embarazada por segunda vez, pero sufrió una problemática mononucleosis infecciosa que afectó al feto.

"Tuve a María en Palma de Mallorca. Nació sorda y con secuelas de una parálisis cerebral, aunque hoy está casada y vive independiente en San Diego", narra. "Por eso comencé a hacer logoterapia. Fui de la primera promoción de logoterapeutas de España. Estuve cinco años trabajando como asistente voluntaria y después me volqué en el mundo del sordo. Fui patrona fundacional de la Fundación ONCE para otras minusvalías".

Fue entonces cuando decidió dar un giro a su vida y dedicarla en cuerpo y alma a la figura de su bisabuelo, Joaquín Sorolla. Gracias a sus investigaciones independientes, se convirtió en Patrona de la Fundación Museo Sorolla en 1992 y en presidenta de la Comisión Permanente entre 2012 y 2021. En su trayectoria ha impartido numerosas conferencias y firmado cientos de artículos. También ha comisariado decenas de ellas. En 2001 publicó la biografía, Joaquín Sorolla. Vida y obra; en 2019 lanzó el catálogo razonado de las 1.288 obras pictóricas de Sorolla en el Museo Sorolla de Madrid. 

Desde 1990 está inmersa en el desarrollo de cuatro tomos que integran de forma cronológica las aproximadamente 4.200 obras (entre óleos, acuarelas y gouaches) que conforman el corpus de la producción pictórica de su antepasado. El primero, que analiza sus inicios como pintor hasta 1894, se lanzará a finales de 2025; el segundo abarcará desde 1895 a 1903; el tercero, de 1904 a 1911; finalmente, el cuarto recogerá las obras de 1912 a 1920, fecha en la que sufre el derrame cerebral que lo aparta de la pintura.

Más allá del impresionismo 471s16

Esa tendencia de ubicar al valenciano en el mismo movimiento pictórico de Monet, de Renoir, de Manet, de Degas es tan común como impreciso. Su uso de las pinceladas sueltas y de los colores vivos, su destreza con el manejo de la luz natural y su obsesión por pintar al aire libre lo convierten en un heredero del impresionismo, sí, pero no en un impresionista propiamente dicho. Hay quienes prefirieron el término 'luminista', pero ese calificativo no convence a Blanca Pons-Sorolla.

"La palabra luminista me parece horrorosa. Suena a pasividad. Él no ilumina, traslada la luz al lienzo. Es un naturalista. Hace uso de muchos conceptos del impresionismo, pero conoce el color. Usa el violeta para las sombras; a finales de siglo, cambia y prefiere colores contrapuestos para el volumen, las sombras. Conoce los soportes, los colores, la escuela de la imagen, el óleo, el gouache, aporta enfoques completamente fotográficos. Sorolla es un pintor eterno. Estoy de acuerdo cuando dicen que están Velázquez, Goya y él; fue el mejor artista de su tiempo".

Blanca Pons-Sorolla durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Blanca Pons-Sorolla durante la entrevista con EL ESPAÑOL. David Morales E. E.

La Galería de las Colecciones Reales acoge los últimos visitantes de la centenaria exposición comisionada por Blanca. A golpe de pincel, los cuadros colgados en sus paredes recogen la magia eterna de las sierras de Guadarrama y de Sierra Nevada, el follaje de las hojas de los jardines granadinos, los niños que juegan frente y bajo a las olas, las solemnes del Alcázar de Sevilla tostadas por el sol, dos mujeres que caminan con sus vestidos blancos mecidos por el viento en una playa de Valencia.

Decía Juan Ramón Jiménez que cuando uno entraba en el estudio de Joaquín Sorolla parecía que salía a la playa o al cielo, como si se abriera una puerta al mediodía. "Yo experimento ante la pintura de este levantino alegre esa emoción sin pensamiento, muda, sorda, plena, de una tarde de campo. A Sorolla es necesario llevarle la palabra humana y el color rojo de nuestro corazón".