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A la fuenlabreña Marisol Francés le regaló hace siete años el que entonces era su novio y hoy es su esposo una isla de un kilómetro de largo por cuatrocientos metros de ancho situada en el río Xingú, que es uno de los mayores afluentes de la vertiente meridional del Amazonas. El aventurero José Miguel Ogalla la compró a una brasileña con raíces nativas por 12.000 euros y sin dudarlo ni un segundo, le transfirió legalmente su propiedad y le puso por nombre "Marizó".

Hay incluso una pancarta de madera con el nombre transcrito en "andaluz de Ojén", un pueblecito próximo a Marbella donde tienen su residencia. Aunque nacido en Tánger, él es malagueño. "Es que es el amor de mi vida", dice Pepe. "Ella me ha apoyado siempre en todo lo que he hecho. Es una mujer maravillosa que me acompaña siempre en mis proyectos, que me ayuda y que me sostiene. ¿Qué mejor regalo que llamarla 'Marizó'?".

Como esta isla fluvial se encuentra en plena jungla, carece de los cocoteros típicos de los cayos arenosos de las Antillas. Lo que sí tiene es un pequeño dispensario de madera donde, de cuando en cuando, movilizan a médicos y enfermeros para que atiendan las necesidades sanitarias de la población ribereña de esa zona del paupérrimo estado brasileño de Pará.

Marisol y José Andrés, navengando río arriba rumbo a su isla amazónica.

Marisol y José Andrés, navengando río arriba rumbo a su isla amazónica. Cedida.

También hay caimanes de más de un metro y medio. "Es preciso andarse con cuidado porque son muy territoriales", advierte Marisol Francés, de 49 años. "Aquello es pura selva y hay que ir abriendo trochas a machete por la vegetación".

Sobrevivir en una jungla 2i6r3i

En efecto, la isla Marizó está en la jungla y, por lo tanto, se halla alfombrada por una densa maraña de lianas y arbustos crecidos a la sombra de imponentes árboles de cincuenta metros. No solo menudean los caimanes. Hay también anacondas, pumas y jaguares, a los que los nativos llaman onzas. Su mordida es tan brutal que pueden destrozar el cráneo de los pecaríes. No los han enfrentado cara a cara, pero han visto sus huellas. Claro que a 'Marizó' no le arredra la selva. "Si yo no estuviera igual de loca que él no haríamos estas cosas", afirma la madrileña.

"La primera vez que me llevó hasta allí se quedó varada la embarcación que nos transportaba en una piedra y me tiré al agua para desencallarla. Tuvieron que rescatarme porque las corrientes del Xingú están llenas de remolinos que te arrastran y casi me ahogo. ¿Llevaba chaleco salvavidas? Sí, pero no me lo puse. Cada vez que viajan conmigo les sucede algo. En otra ocasión se nos rompió el motor y tuvimos que buscar refugio en otra isla. Como Pepe es mecánico, lo arregló con un trozo de metal de la hebilla de un cinturón".

"Y ojo, que allí al principio no había absolutamente nada", recuerda Marisol. "Tuvimos que hacer un refugio en plena naturaleza para colgar la hamaca. Ahora hay una especie de porche junto al dispensario de madera. Poco a poco, me fui atreviendo más a explorar la isla y me fui metiendo un poco más allá con mi mochila. Es un lugar bastante llano con alguna colina, pero está lleno de bichos", dice.

Marisol Francés, junto al cartel que acredita que la isla es suya.

Marisol Francés, junto al cartel que acredita que la isla es suya. Cedida.

"Fue precisamente Pepe quien me enseñó a sobrevivir en una jungla. A él le gusta la aventura controlada y yo he sido siempre una especie de cabeza loca. Antes de conocerle, me perdía por lugares solitarios completamente sola y escalaba sin cuerda una pared o me iba a hacer barrancos. Pepe es mucho más metódico", continúa.

Sueño humanitario 4yi3a

Lo cierto es que hay una historia extraordinaria tras la isla Marizó que va mucho más allá del romanticismo contumaz de José Miguel Ogalla. Pepe, de 67 años, lleva desde chiquillo viajando por el mundo y aprendiendo habilidades neolíticas de supervivencia en ecosistemas extremos junto a comunidades de nativos. En Brasil, por ejemplo, ha pasado 18 años de su vida. Ha pasado también largas temporadas coexistiendo con nativos de América, Asia y Oceanía.

Miguel de la Cuadra Salcedo fue su mentor. Ahora está jubilado, pero sigue impartiendo clases de supervivencia a través de su escuela (Anaconda) en junglas y desiertos a casi todas las unidades de élite del ejército español. La cuestión aquí es que Marizó no era la primera isla que compraba Ogalla en la Amazonía brasileña.

"Yo había estado conviviendo con nativos y campesinos en muchos sitios de América y quería agradecerles todo lo que habían hecho por mí devolviéndoles a cambio algo", recuerda el andaluz. "En 1999, me decidí a crear un proyecto de ayuda humanitaria para toda esa gente que me había enseñado a sobrevivir y compré por dos millones de pesetas una isla mucho más grande que Marizó en un remoto paraje de la Amazonía. Mi primera opción era Colombia pero me lo desaconsejaron", recuerda.

José Miguel Ogalla, trabajando en su 'despacho', en el interior de la isla.

José Miguel Ogalla, trabajando en su 'despacho', en el interior de la isla. Cedida.

"Al mismo tiempo, tenía que ser un pedazo remoto e inaccesible de tierra porque el resto del terreno está en manos de madereros, garimpeiros y fazendeiros. En aquella época, los terratenientes se metían dentro de la jungla, mataban a los indios si era necesario y le prendían fuego al bosque para instalar a su ganado. Las islas no eran de su interés porque no les compensaba hacer todo ese trabajo en un lugar donde no podían instalar a cuatro mil vacas", prosigue.

Ogalla conservó la propiedad de la pequeña isla fluvial durante dieciocho años y creó con la ayuda del empresario marbellí Tomás Olivo y otros mecenas andaluces una auténtica infraestructura sanitaria que atendía cada año a 4.500 personas. "Gracias a nuestros amigos, compramos equipos y embarcaciones, levantamos casas, adquirimos legalmente medicamentos a Farmacia Mundi y llevamos hasta allá a enfermeros y médicos que se ocupaban de los ribereños. Yo mismo pasaba allí entre dos y cuatro meses al año, en función de mis obligaciones laborales".

Aquella especie de sueño humanitario terminó en 2018 cuando el estado brasileño les expropió la isla para construir un embalse. Expulsaron a las miles de personas que habitaban esa sección del afluente del Amazonas para construir una presa que nunca entró en funcionamiento. Los nativos rumoreaban que el verdadero motivo de la expropiación masiva eran los intereses mineros de algunas compañías que habían hallado oro.

El río nunca se recreció pero los pobres de Pará se quedaron sin sus posesiones. A cambio les dieron casas nuevas o, al que quiso, dinero. A Ogalla le pagaron ocho millones de pesetas (48.000 euros) que acabaron en la cuenta de su abogada. Con esa cantidad proyectaba comprar una segunda isla, pero la letrada decidió quedarse con los reales de la expropiación. Fue una estafa en toda regla.

Desembarcando en esta isla situada en el río Xingú, afluente del Amazonas.

Desembarcando en esta isla situada en el río Xingú, afluente del Amazonas. Cedida.

"Toda nuestra historia allí daría para dos películas. Esto no ha sido un camino de rosas", afirma el andaluz. "Primero, nos denunciaron las farmacias cuando se percataron de que regalábamos los medicamentos. En Brasil hay más que bares y es un negocio lucrativo, de manera que me acusaron de narcotraficante, de biopirata que robaba la información genética de las plantas, de exportar ilegalmente especies de animales y de traficar con el ser humano experimentando nuevos fármacos con los ribereños. Esas fueron las acusaciones de las hijas de puta de las farmacias. Quince años me pedían y, por supuesto, me exculparon".

En cuanto a los ocho millones de pesetas de la época que le despistó su abogada brasileña, nunca más se supo de ellos. Fue un golpe demoledor que le obligó a volver al punto de partida. "A partir de ese momento, me puse a buscar esa segunda isla algo más arriba. Marizó es mucho más pequeña y se halla aproximadamente a unos sesenta kilómetros de la ciudad de Altamira", continúa Ogalla.

'Marizó' en la arena 15z3i

Los lotes son vendidos por la Marina brasileña. En realidad, lo que se adquiere es su usufructo durante un periodo de noventa años, al término de los cuales la propiedad revierte al estado, si es que no se negocia una nueva concesión. "Tuvimos que empezar de cero nuevamente", se lamenta el andaluz. "Hemos construido una casita de madera muy sencilla de unos treinta metros cuadrados donde tenemos el dispensario donde atienden los médicos de España o los voluntarios brasileños. Yo confío en que podamos legalizarlo todo pronto para volver a trabajar de nuevo con los lugareños, que son gente muy pobre que habita en las orillas del Xingú".

"Lo de la isla fue un regalo maravilloso", dice Marisol. "Pero no solo por el amor que implica. Cuando le expropiaron la primera isla y su abogada le robó el dinero con el que pretendía continuar con su proyecto, Pepe estaba devastado y pasó un año malísimo. Yo le animaba a coger fuerzas y a no venirse abajo y la verdad es que lo hizo. Él viajó primero solo a buscar una segunda isla y cuando la encontró, escribió 'Marizó' en la arena y me envió la foto. Fue muy bonito por todo lo que significaba para él.

José Miguel Ogalla y Marisol Francés, junto al dispensario de la isla. 06

José Miguel Ogalla y Marisol Francés, junto al dispensario de la isla. 06 Cedida.

A partir de ese momento, ya podía seguir haciendo lo que viene haciendo durante toda su vida. Y esto es algo que hemos construido entre los dos: recaudando dinero, trabajando todo el año con la escuela de supervivencia y haciendo realidad un sueño. Lo que me conmueve a mí no es el regalo en sí, sino la humanidad que involucra todo lo que hace Pepe".

Un matrimonio especial 4v6m51

José Miguel y Marisol se conocieron hace unos diez años en uno de los cursos de supervivencia que impartía el andaluz. La segunda isla se compró en 2018 y un año después, contrajeron matrimonio. En Fuenlabrada, ella trabajaba de hostelera pero al final hizo las maletas y se fue a Andalucía (tiene raíces granadinas de manera que el sur siempre le tiraba mucho).

Para la madrileña, era su primera boda. Para Pepe, su segunda. Ella nunca ha tenido hijos. El de Málaga acumula tres: dos de 42 y 41 años de su primera esposa (Raquel y José) y otro de 19 (Jorge), de una relación posterior con la que no contrajo matrimonio. "A mí me regalaron mis hermanas el curso de supervivencia porque me iba la marcha y, aunque no había hecho supervivencia nunca, sabían que frecuentaban lugares no turísticos", añade Marisol.

José Andrés y Marisol, junto a la hamaca donde duermen.

José Andrés y Marisol, junto a la hamaca donde duermen. Cedida.

"'Algún día te matarás', me solían decir. Y entonces conocí a Pepe. A decir verdad, no fue amor a primera vista. Aquello fue creciendo poquito a poquito. Y así hasta el día de hoy. Si algo me ha enseñado es a tener la cabeza un poco más amueblada. Ahora cuando salgo me llevo mi agua y mi cuchillo y todo lo que necesito".

Como Ogalla está ya jubilado, la empresa de supervivencia está a nombre de Marisol Francés. Era la mejor manera de mantenerla a flote. Ella se ocupa de la contabilidad, del teléfono, de la publicidad y de todo. Todo lo que recaudan termina en el proyecto de ayuda humanitaria a los ribereños del Xingú.

¿Qué es lo que encontraríamos en ese lote de tierra si desembarcásemos ahora? "Pues un embarcadero pequeñito y dos lanchitas con motores de trece caballos. Allí no había nada salvo un pequeño desbroce con una casa que se había venido abajo. Fue allí donde construimos el pequeño dispensario de madera. Viven durante todo el año un guarda y su esposa. Compramos esas barcas para que puedan transportar a las personas que tengan una urgencia médica. De momento, no hay medicamentos porque deben estar refrigerados. Pero seguimos trabajando para poder llevar de nuevo a enfermeros y médicos".

Tras adquirir ese pedazo de Amazonía a una lugareña con raíces nativas llamada Roberta Neiva, Ogalla le entregó el diez por ciento de la propiedad para que su gente no se sintiera nunca en esa porción de jungla como en tierra extranjera. La isla de Marizó no fue nunca concebida como un capricho de aguas esmeralda para millonarios indolentes.