Sednaya (Enviado especial)
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Cuando el general Dwight Eisenhower entró en el campo nazi de Ohrdruf (Turingia, Alemania), en 1945, pidió a sus subordinados que tomaran muestras físicas y cinematográficas de lo que allí encontraron. Y de lo que aquellos instrumentos e instalaciones, ahora vacías, sugerían sobre lo que allí había pasado.

"Dejen todo registrado, consigan las películas, encuentren a los testigos, porque en algún lugar a lo largo de la historia algún hijo de puta se levantará y dirá que esto nunca ocurrió".

Es jueves 16 de enero, y José Manuel Albares sale de visitar la cárcel de Sednaya. El centro penitenciario bautizado como "el matadero humano" no hace más de cinco semanas que fue liberado, al culminar con éxito, en muy pocos días, el levantamiento final de la larguísima guerra civil en Siria.

Vídeo | Visitamos Sednaya, cárcel de los horrores de Al Ásad de la que se liberó a miles de presos Edición de vídeo: Jose Verdugo

Un grupo de voluntarios de los Cascos Blancos, organización internacional de voluntarios sin vínculo ideológico alguno que trabaja en emergencias bélicas, sociales o naturales, lleva semanas trabajando en la prisión. Allí y en otros de los escenarios del horror, coordinan las labores de inspección y documentación de lo sucedido.

Son ellos los primeros que explican en qué consistía el tratamiento. Una especie de "circuito de la tortura" por el que pasaron todos y cada uno de los decenas de miles de detenidos. Desnudez, privaciones y todo tipo de tormentos pasivos o activos sin objetivo real. "Los guardias no buscaban confesiones, sino el terror de los prisioneros".

Pocos de los sometidos al tratamiento salieron vivos del matadero humano.  

Los trece años de guerra desde la fallida primavera árabe en Siria convirtieron una revolución liberadora en un infierno eterno. "Hay al menos dos generaciones de sirios que no conocen otra cosa", explica el jefe de la misión de los Cascos Blancos. "El país no está para empezar de cero, está mucho más abajo de cero".

Terrorismo, cabezas cortadas, revolución, represión con armas químicas, estampida de ocho millones de refugiados y bombardeos indiscriminados convirtieron el paisaje real de Siria en un escenario que resultaría increíble hasta para una serie apocalíptica de televisión.

Por eso, "parte de los fondos" de ayuda que anunció Albares en su visita a Siria de esta semana "están destinados a esto, a la rendición de cuentas, a que quede constancia de qué pasó aquí y haya una oportunidad de reconciliación", explica el ministro a preguntas del reportero.

"No vaya a ser que, algún día, alguien niegue las torturas, los desaparecidos, el hambre y el frío de la cárcel de Sednaya".

150.000 'desaparecidos' 3k5e1i

Albares tiene que irse rápido del matadero humano. En su agenda, le tocan sendas reuniones con minorías religiosas y mujeres de la sociedad civil, de vuelta en Damasco, para acabar su minigira por Líbano y Siria, que ha coincidido con el "esperadísimo" alto en fuego en Gaza.

Pero el periodista aún logra comentarle la coincidencia de su respuesta con la anécdota de Eisenhower, al espantarse del espectáculo del primer campo de detención nazi que pisaba, tras la liberación de Europa.

El equipo de seguridad insiste al ministro en que se suba al coche y salga rápido de ese escenario, testimonio del horror del régimen de Bachar Asad. Y a Albares sólo le da tiempo a levantar una ceja y sonreír a medias, cuando escucha lo del "hijo de puta" en labios del comandante supremo de las Fuerzas Aliadas en el frente occidental de la II Guerra Mundial.

Esa mueca del ministro es lo suficientemente diplomática para que al periodista se le quede la duda de si la evocación de Albares a Eisenhower había sido deliberada o una coincidencia del destino.

Pero en el fondo, da igual: lo que sí coinciden es la maldad intrínseca y un conocimiento profundo del dolor humano en las mentes de quienes diseñaron tanto los campos nazis como las prisiones de los Asad, padre e hijo, y 50 años de régimen brutal. 

Se calcula en 150.000 el número de personas hechas desaparecer en el medio siglo largo de dictadura, entre las atrocidades de Hafez (1971-2000) y la represión sistemática de Bachar (2000-2024).

Según el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, en 2022 se calculaba que 306.887 civiles habían resultado muertos desde el inicio del conflicto armado en el país.

En Sednaya también dejó de contarse hace años: los datos indican que entre el inicio de la revolución, en 2011, hasta 2018, los desaparecidos que entraron y no salieron de esta prisión de los horrores serían "unas 30.000 personas", entre hombres, mujeres y niños.

"Desde entonces, dejaron de contarlos", y no se sabe nada.

El día de la liberación, el 8 de diciembre, salieron del matadero "unos 2.000 prisioneros". La cárcel estaba preparada para albergar poco más de ese número de personas, "pero en 2020, llegó a hacinar a 15.000 reclusos a la vez", concluye el casco blanco.  

Las puertas de la prisión estaban llenas de fotos mal pegadas, amarilleadas por el paso del tiempo, con imágenes de los desaparecidos. Rostros, fechas... e incluso teléfonos a los que llamar.

Tal es el dolor acumulado del país, y tal era la desesperación de las familias que, bajo un régimen de terror "que trituraba, literalmente, a cualquier sospechoso", facilitaba a los agentes del régimen el trabajo de buscar más candidatos al tratamiento.

"Un día te paraban en la calle, o te visitaban en casa, o en el trabajo, te detenían las autoridades, y nunca más", explica Majad Hamdan, preso político que pasó por Sednaya con 21 años en 2011, y que, tras 14 años en nuestro país, es presidente de la Asociación Siria en España.

¿Por qué? "Porque sí, porque no le gustaras al soldado, o porque fueras de Zabadani, como yo. ¿Que en Zabadani el 90% son revolucionarios? Pues será uno de ellos, o su primo... y ya estás perdido".

Majad y un palmo de sangre 326f1t

Majad habla un español perfecto, tras una década en España. Sólo le delata el brillo en los ojos al hablar de su país, al que acaba de regresar por primera vez, "aprovechando la caída del régimen". Dice que tiene "una carta enviada al ministro", pero que no ha recibido respuesta y que, ya que coincidían en su país, "quería hablarle en persona".

Majad Hamdan lleva 14 años refugiado en España y preside la Asociación Siria en nuestro país. Suyo es el testimonio de las atrocidades de Sednaya, el 'matadero humano' de Bachar Asad.

Majad Hamdan lleva 14 años refugiado en España y preside la Asociación Siria en nuestro país. Suyo es el testimonio de las atrocidades de Sednaya, el 'matadero humano' de Bachar Asad. ADP Sednaya (Siria)

Ha subido hasta Sednaya, a unos 30 kilómetros de Damasco, junto a algunos amigos con los que se ha reencontrado en Siria, en la semana que se ha dado, 14 años después, para volver de visita y respirar el aire de su país liberado. "Ya lo has visto, aquí hace mucho frío, y desnudarnos nada más llegar era sólo el primer paso del tratamiento".

Cuenta Majad (aunque le falta el aire a tramos) que eso, el tratamiento, consistía en "tratar a los presos peor que a las ratas, porque a las ratas no se las tortura antes de matarlas". Y que eso, el tratamiento, es lo que pasó durante cinco años su tío, uno de los pocos que entró en Sednaya y salió en condiciones de contarlo. 

"Yo no estaba seguro de que ésta fuera una de las cárceles por las que me movieron los soldados, hasta que he llegado esta mañana", tras decidirse a subir a lo alto de este cerro macabro, al saber que venía Albares.

"Te movían como mercancía, con otros como tú, apretados en el remolque de una pick-up, y con los ojos tapados... a mí me llevaban a Al Jatib, en Damasco, donde las torturas eran aún peores, aunque a los muertos de allí los traían aquí, para..." y prefiere no seguir la frase.

"Pero aquel día, pude ver la entrada de la prisión por una rendija de las vendas. Y hoy, al llegar, lo he reconocido. Sí, yo pasé una noche aquí, en un traslado". A los guardias les dio tiempo de jugar con él: lo metieron en un neumático, lo colgaron del techo y lo apalearon "con los ojos vendados, claro, porque si se te movía la venda de los ojos y le veías la cara a uno de ellos, ahí es donde termina tu vida".

Antes de lograr huir, "en Al Jatib, un día me tocó ir a la sala de torturas a limpiar la sangre", explica. "Y me mareé porque, no sé como explicarte... me encontré como así [gesticula con la mano, abriendo casi un palmo] de sangre cubriendo todo el suelo, en una habitación de unos 50 metros cuadrados".

La recogió, limpió el suelo, y metió la sangre coagulada en bolsas.

Después de escapar, y en plena edad de combatir, evitó ser reclutado para ninguna de las facciones buscando refugio al otro lado de la frontera. "Tardé más de un mes en recorrer los cinco kilómetros de tierra de nadie entre Siria y Líbano". Una vez en el país de los cedros, logró ayuda de las ONG que atienden a los solicitantes de asilo y, a través de Acnur, acabó en España.

Hay 2,5 millones de sirios refugiados en Líbano, otros seis millones en Turquía, y casi un millón en Jordania. Entre los alrededor de dos millones de sirios que acabaron llegando a Europa, sobre todo durante lo que se llamó "la crisis de los refugiados" entre 2015 y 2016, él es sólo uno más.

Majad no va a volver, al menos, "de momento". Se quedará en España, donde trabaja como informático en una empresa cárnica de Zamora. Pero cree que otros sí lo harán. "Hay esperanza con este nuevo gobierno, si los israelíes dejan de matar a los nuestros, puede haber paz". 

El 'tratamiento' 548

Nada más llegar, a los presos se les desnudaba y se les metía, todos juntos, en unas estrechísimas celdas corredor, que recorren, a ambos lados, las paredes del pabellón de entrada. Ahí permanecían unas horas, "entre cuatro y cinco", asustados al ser informados de que habían llegado al matadero humano de Asad.

Después se les pasaba a unas celdas comunes, en el primer piso. Preparadas para 10 o 15 personas, se hacinaban en cada una alrededor de 70 prisioneros. "Pero había que permanecer en cuclillas detrás de una línea roja pintada en el suelo. El que la rebasaba era castigado, o ejecutado".

De esa celda, con un solo baño, no se salía. Ahí se vivía y se dormía y, cada mañana, el tratamiento incluía que los guardias despertaran a los presos al grito de "¡¿dónde están los fiambres?!". Porque "cada noche, morían uno o dos en cada celda y eran sacados a rastras" para eliminar los cadáveres.

En las cinco semanas transcurridas desde la liberación de los presos, el trabajo denodado de los cascos blancos no ha servido para hallar fosas comunes, a pesar de los trabajos de espeleología realizados en las destartaladas instalaciones. De momento, nada más que 40 cadáveres.

Se especula, según los testimonios recabados, con que los cuerpos fueran disueltos en ácido o quemados.

Lo más probable es lo primero, el uso de sustancias para hacer desaparecer las evidencias de muerte. Por la falta de rastro alguno hallado, y porque las plantas de químicos de Asad, para armas y otros menesteres, pueblan toda la geografía siria. Y porque el olor a cuerpos incinerados habría llamado la atención de los supervivientes. Y de eso no hay testimonios.

Los detenidos políticos sí cuentan cómo acababa el tratamiento. Quien salía vivo de las celdas comunales, pasaba al sótano.

En el sótano de la prisión de Sednaya, una gran sala de torturas, rodeada de celdas 'individuales'.

En el sótano de la prisión de Sednaya, una gran sala de torturas, rodeada de celdas 'individuales'. ADP

Allí, una sospechosa alfombra de barro frío y pegajoso, de unos cinco centímetros de espesor, recubre todavía el suelo de la enorme sala central. Allí era donde se sometía a todo tipo de tormentos, por turnos, a cada uno de los trasladados al tercer paso del "circuito de la tortura".

En los márgenes de la estancia, decenas de celdas "individuales" rodean, como palcos vip del terror, el escenario de los suplicios. Largas mesas metálicas, como camillas, hierros oxidados en el suelo, y grandes cubos, ahora desperdigados, estimulan una imaginación desasosegante de lo que allí ocurrió desde 1986, año de apertura de las instalaciones.

Aunque "individuales", las mazmorras se llenaban, cada una, con tres prisioneros. También aquí se les pintaba una raya en el suelo para que permanecieran tras ella.

Los castigos más leves por incumplir alguna norma, "o porque sí", consistían en ser encerrados horas, desnudos y a oscuras, en el pequeñísimo cubículo de la letrina. Los otros no eran castigos, sino parte del tratamiento.

"Todos tenían que pasar por la sala central", explica el casco blanco, "y todos, los demás, debían mirar la sesión de martirio". ¿Y después, tras acabar el ciclo? "Vuelta a empezar... en realidad, muchos, la mayoría, llegaban tan débiles a este punto que sobrevivir era sólo la antesala de acabar muriendo de frío y hambre".