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Opinión

Diez principios para una España más libre y competitiva 6i3550

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El pasado sábado, mi irado Lorenzo Bernaldo de Quirós invitaba a “repensar la derecha” en una de sus columnas semanales y, los que abogamos por la construcción de una España que supere más de un lustro de empobrecimiento económico y moral provocado por Sánchez, estamos obligados a recoger el guante.

Durante demasiado tiempo, la centroderecha social se ha conformado con que se ejerciera el poder con la mentalidad del técnico: alguien que istraba sin incomodar, que gestionaba, pero sin transformar. Estaba satisfecho con corregir los excesos del colectivismo cuando la realidad económica nos ha estallado en la cara a consecuencia del socialismo, sin cuestionar nunca el marco ideológico que lo generaba.

Esa actitud reactiva ya no basta. Como pedía Bernaldo de Quirós, España necesita ideas claras, principios sólidos y mucho coraje político para vencer en las urnas a un Gobierno sin escrúpulos, ni límites. Una derecha liberal que no tema plantear una verdadera alternativa al intervencionismo que corroe nuestras instituciones, limita las posibilidades de crecimiento de nuestra economía y erosiona la libertad individual.

Como reflexión, propongo al lector diez principios básicos sobre los que descargar propuestas que inspiren y guíen ese proceso de reconstrucción nacional.

1. La libertad como principio fundacional

La libertad individual no es una nota a pie de página, ni tampoco una mera aspiración ética: es la condición previa de toda prosperidad duradera. Como advirtió Hayek, cuando se renuncia a los principios, se termina cediendo terreno al poder central, al estatismo. Hoy, el Estado Sanchista regula opiniones, impone lenguajes, moldea la educación y decide qué negocios pueden existir y cuáles no. Defender la autonomía y la libertad personal no es una opción, es una obligación moral y política. O se está con la libertad, o se está con el tutelaje estatal. No hay neutralidad posible, por lo que hay que volver a ondear esa bandera sin complejos.

2. Reducir el Estado y devolver el poder a los ciudadanos

El leviatán gubernamental español no para de engordar. La hiperregulación, la maraña istrativa y burocrática o la duplicidad de competencias han creado un entorno kafkiano para los ciudadanos y las empresas. La izquierda lo llama "Estado emprendedor", cuando en realidad es un sistema de “okupación institucional” al servicio de redes clientelares o intereses partidistas. Es prioritario evaluar la eficiencia del gasto público mediante una auditoría profunda que permita eliminar burocracia inútil y poner los recursos en las competencias básicas que necesitamos: educación, sanidad, justicia.

3. Igualdad ante la ley, sin privilegios ni chantajes

La democracia no puede sobrevivir donde hay ciudadanos de primera y de segunda, donde se crean legislaciones ad hoc para sostener un gobierno. Los indultos por afinidad, las amnistías encubiertas y los pactos con separatistas dinamitan el Estado de Derecho. Si el centro derecha no garantiza la aplicación universal de la ley, nadie lo hará. Eso exige despolitizar los órganos judiciales y blindar la independencia de los jueces frente a cualquier poder. La legalidad es el terreno de juego que hace posible la libertad y la convivencia.

4. Es el libre mercado, estúpido!

Proteger el libre mercado no es proteger a las grandes empresas, sino a los ciudadanos frente al abuso. Las políticas intervencionistas de Sánchez favorecen a los monopolios cercanos al poder, a empresas zombis mantenidas con subsidios o a sectores artificialmente protegidos. Cuando el Estado sustituye al mercado como asignador de recursos, no corrige fallos, los genera. Es a través del libre mercado como se castiga el privilegio, se premia la innovación y se ofrecen oportunidades a todos. Hay que decirlo claro: el intervencionismo perpetúa desigualdades, el libre mercado las combate. Lo contrario es retórica populista.

5. Servicios públicos pensados en el ciudadano

Un servicio público no tiene por qué ser sinónimo de monopolio estatal. Existen modelos de sanidad y educación donde el Estado garantiza el , pero no impone al proveedor, donde la libertad de elección mejora resultados y reduce costes. Hay que acabar con la demagogia de la izquierda: privatizar no es pecado y la colaboración público – privada no es traición. La clave está en proporcionar los mejores resultados para el ciudadano, ponerlo en el centro de las políticas y premiar la eficiencia. Acabemos con los dogmas estatistas disfrazados de equidad.

6. Reformar el estado del bienestar

El estado del bienestar debe proteger al vulnerable, no perpetuar su dependencia. Las políticas socialistas sólo generan pobreza, como explica Manuel Llamas en su libro “Socialismo, la ruina de España”. Muchas ayudas están diseñadas para generar fidelidades políticas, no para que los ciudadanos recuperen su autonomía. Se reparten subsidios sin contraprestación, se cronifican rentas mínimas y se penaliza el trabajo. Necesitamos una reforma integral que premie el talento, el esfuerzo, la formación, el valor de todo trabajo y el emprendimiento. Es muy sencillo: transitar de la lógica asistencial a la lógica de la libertad personal. No hay que tener miedo a repensar estas políticas, que deben ser temporales (porque los ciudadanos progresen y nos las necesiten), focalizadas y, sobre todo, evaluables.

7. Austeridad, justicia fiscal y disciplina presupuestaria

Con una deuda pública en máximos (1,667 billones de euros), superando el 103% del PIB y con un déficit estructural endémico, España necesita una revolución fiscal y volver al equilibrio presupuestario. La receta es sencilla, menos impuestos, menos gasto inútil, más libertad para invertir y crecer. Cada euro que no malgasta el Estado es un euro que se queda en manos de familias y empresas para generar actividad económica. La austeridad, la frugalidad, es la mayor forma de respeto al contribuyente. Hay mucho margen para implementar un modelo fiscal más simple, competitivo y estable.

8. La economía al servicio del esfuerzo, no del poder

La economía no es un laboratorio social ni una herramienta de ingeniería ideológica. Es el marco que permite prosperar a quienes trabajan, crean y arriesgan. El exceso regulatorio ahoga a pymes y autónomos, desincentiva la contratación e impone costes absurdos que frenan la inversión. Necesitamos simplificar normativas, proteger la propiedad privada y garantizar reglas del juego estables. Como muestra el Índice de Libertad Económica, cada punto ganado en desregulación implica más empleo, más innovación y más crecimiento real. El objetivo no es crecer por crecer, sino crecer bien y con fundamentos sólidos.

9. Reivindicar la seguridad jurídica como base de la libertad

Sin seguridad jurídica no hay libertad. Y sin autoridad legítima, no hay orden posible. Cumplir y hacer cumplir la ley, asegurar el cumplimiento de los contratos libremente establecidos entre los agentes económicos, proteger la propiedad y garantizar el respeto en el espacio público, paradójicamente, se han convertido en una actitud revolucionaria. A este lodazal nos ha arrastrado Sánchez. La colonización de organismos reguladores e instituciones independientes, en definitiva, la ausencia de contrapoderes, siempre perjudica al ciudadano común.

10. Liderazgo con ética, claridad y convicción

Necesitamos líderes que crean en lo que defienden, que hablen con claridad y actúen con decisión y coraje. No hay que competir con el populismo, hay que derrotarlo desde la integridad. La política debe recuperar su vocación de servicio, de ejemplaridad, de responsabilidad. No se trata de grabar vídeos con gestos grandilocuentes, sino de tener responsables públicos que tenga un ADN repleto de convicciones firmes. Parece claro que el futuro que necesita España exige principios.

Este decálogo es un marco liberal y reformista, un árbol del que puedan brotar ramas en formas de propuestas para una España de ciudadanos libres e iguales ante la ley, con un Estado eficaz, con impuestos bajos, sin privilegios territoriales y donde el éxito no sea penalizado, sino celebrado.

*** Santiago Sánchez López es economista.