
Donald Trump, presidente de EEUU, y Xi Jinping, presidente de China. Invertia 6i6d2z
Replantearse las represalias por los aranceles de Trump: ¿Se trata realmente de comercio? 3k6ut
¿Y si Estados Unidos no estuviera rompiendo las reglas del comercio global, sino tratando de restaurar el orden que considera que China ha modificado discretamente durante las últimas dos décadas?
Esta pregunta replantea lo que muchos aún definen como una "guerra comercial", y lo sitúa en un plano más profundo, en una corrección de desequilibrios estructurales.
En estos momentos, todo el mundo sabe que la istración estadounidense impuso un arancel base del 10% a todas las importaciones, acompañado de las denominadas tarifas "recíprocas" ajustadas en función de los déficits comerciales bilaterales. Para China, esto significó un arancel histórico del 145%, y esto, no se trata de una cifra simbólica.
Cuando Trump lanza su nueva doctrina arancelaria, no está improvisando. El conflicto actual no trata solo de aranceles, ni de exportaciones; es geopolítica.
Para contextualizar y comprender por qué China está en el centro de este reposicionamiento, es necesario volver a la fecha de su entrada en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en 2001.
Este fue un proceso culminó tras quince años de negociaciones complejas y tuvo lugar solo dos años después del bombardeo accidental de la embajada china en Belgrado por parte de la OTAN (1999), un episodio que generó una fuerte conmoción en la opinión pública china.
Según diversos análisis, algunas voces dentro del aparato militar chino habrían planteado en aquel momento respuestas más contundentes contra Washington, incluida una demostración de fuerza en el Estrecho de Taiwán. Sin embargo, la vía de respuesta escogida fue otra: apostar por la proyección económica como respuesta estratégica de largo plazo. En menos de dos años, China conseguía ingresar en la OMC.
Obviamente, aquella adhesión implicó reformas técnicas en materia de aranceles, propiedad intelectual y apertura de ciertos sectores. Sin embargo, en muchas capitales occidentales se asumía que esta integración promovería también una evolución progresiva del modelo económico e institucional chino, probablemente hacia estándares económicos más abiertos.
China, sin embargo, hizo un uso intensivo y estratégico de su al mercado global, pero sin alterar sus estructuras fundamentales, definidas especialmente por el control estatal del capital, de la producción y del aparato político. ¿Qué importancia tiene esto?
Entre 2001 y 2023, China multiplicó por cinco su participación en el comercio mundial. Solo en 2024, su superávit comercial con Estados Unidos superó los 295.000 millones de dólares. En sectores como los es solares, las baterías eléctricas o los componentes electrónicos, más del 60% de la producción china fue destinada al exterior, muchas veces a precios por debajo del mercado, sostenidos por políticas industriales, subsidios y acumulación estratégica de inventario derivadas de modelos de sobreproducción.
China opera hoy una de las arquitecturas de vigilancia tecnológica más avanzadas del mundo.
Esto no fue accidental; fue planificado, fabricando en exceso como estrategia, y utilizando su a la OMC para liberar stocks globalmente a precios que ninguna economía de mercado fue capaz de igualar. Este el detonante conceptual de los movimientos actuales de nearshoring, friendshoring y reindustrialización estratégica.
China aprovechó al máximo un marco que no exigía reciprocidad profunda, mientras que Occidente, y en particular EEUU, toleró e incluso incentivó esa lógica durante años (para beneficio de muchas de sus propias empresas) priorizando la eficiencia sobre la soberanía industrial.
Como resultado, según el Economic Policy Institute, entre 2001 y 2017 Estados Unidos perdió más de 3,7 millones de empleos industriales, un elemento que nos muestra que el enfoque actual de la istración estadounidense, por tanto, no responde a una suerte de nostalgia económica, o una acción descabellada, sino a una lógica de reconstrucción de autonomía industrial.
Este cambio en el modelo de comercio internacional no es un ruido temporal, sino una señal estructural de una transición de fondo.
Al mismo tiempo, se han excluido temporalmente de las tarifas productos clave como smartphones y semiconductores (valorados en más de 75.000 millones de dólares anuales) para evitar efectos inflacionarios inmediatos y permitir una reconfiguración gradual de las cadenas de suministro.
¿En qué punto nos encontramos ahora? Pues que la istración Trump considera que las pasadas istraciones fomentaron la industria y capacidades de defensa, mientras desatendía en incluso fomentaban una vulnerabilidad existencial que él está dispuesto a solventar.
La siguiente cuestión ahora es sobre si China realmente puede mantener el pulso.
Veamos. No cabe duda de que China ha conseguido unas cotas de progreso fabulosas, con un modelo que ha proyectado una imagen internacional de modernización acelerada, con ciudades inteligentes, avances en inteligencia artificial y liderazgo en tecnologías estratégicas.
Sin embargo, y sin negar los logros del modelo chino, no todo es tan reluciente. Según diversas fuentes, como nuestros propios estudios, o la OCDE o el China Labour Bulletin, el desempleo juvenil urbano superó el 17% en 2023, y la desigualdad entre regiones urbanas y zonas del interior se mantiene como un reto estructural. No vamos a centrarnos en muchos ejemplos, pero baste con entender que el sistema chino de registro de residencia (hukou) continúa limitando la movilidad y el igualitario a servicios públicos para millones de ciudadanos.
Más relevante aún es el nivel de control narrativo y tecnológico que ejerce el Estado. China opera hoy una de las arquitecturas de vigilancia tecnológica más avanzadas del mundo, con sistemas de reconocimiento facial, monitoreo en tiempo real, algoritmos predictivos y control de plataformas digitales. Cualquier conato de manifestación o disidencia es neutralizado en tiempo récord, como las protestas del "papel en blanco" en 2022, apagadas en menos de 72 horas. En este marco, la disidencia no es combatida, sino desactivada antes de adquirir forma.
El papel del presidente Xi Jinping es crucial para entender este modelo y el estado actual de cosas. Desde 2012, Xi Jinping ha centralizado el poder a niveles inéditos desde la era de Mao. Progresivamente ha eliminado los límites de su mandato, incorporó su propio pensamiento en la constitución de manera oficial, reforzando la verticalidad institucional. Su biografía política está marcada por la purga de su padre, Xi Zhongxun, durante la Revolución Cultural, lo que ha forjado una visión del poder basada no tanto en la ideología como en la memoria del "temor al caos".
Así, hoy, la narrativa oficial del Partido define la estabilidad como un bien supremo. Cualquier indicio de fragmentación o crítica inmediatamente son asociadas a esas experiencias traumáticas del pasado. Y ese relato justifica la excepcionalidad de los mecanismos de control, que incluyen a su moneda. El Banco Popular de China y el Gobierno mantienen estrictos controles sobre los flujos de capital.
A efectos prácticos esto implica que los inversores extranjeros no pueden mover libremente grandes volúmenes de capital dentro y fuera del país, por supuesto incompatible con la convertibilidad plena y la libre demanda de una moneda internacional. Así que la posibilidad de reemplazar al dólar como moneda reserva global, hace que las supuestas alternativas estén más lejanas de lo que parece.
Por eso, cuando Trump lanza su nueva doctrina arancelaria, no está improvisando. El conflicto actual no trata solo de aranceles, ni de exportaciones; es geopolítica. Es una confrontación entre modelos de legitimidad y entre visiones opuestas sobre cómo se debe ordenar el comercio y el al poder económico. La istración Trump entiende que Pekín opera desde una ventaja desequilibrada; además quiere reindustrializar Estados Unidos como un fundamento clave de 'Seguridad Nacional', como pilar estratégico de su autonomía en escenarios de tensión prolongada o conflictos mayores.
Desde la óptica geopolítica, los movimientos arancelarios del presidente Trump con el mundo, encajan con un patrón de negociación coercitiva estratégica, por cuanto que el presidente establece una posición negociadora a máximos, situando a sus interlocutores internacionales en una posición defensiva, para obtener ventajas intermedias vía negociación (principio geoeconómico de asimetría controlada).
Sin embargo, también para Trump esta táctica alberga limites estructurales en el rango de negociación, porque no hay que olvidar que la tensión (cuasi) permanente con el exterior legitima al presidente políticamente. Con respecto a China, el modelo es otro, muy diferenciado.
Desde Jose Parejo & Asociados, interpretamos este cambio no como un ruido temporal, sino como una señal estructural de una transición de fondo. Europa, y España con ella, necesitan comprender que neutralidad y pasividad no son equivalentes. La resiliencia exige lectura estratégica, no ideología. La resiliencia, en este nuevo entorno, no es una reacción, sino una arquitectura. Y esa arquitectura comienza por comprender dónde reside hoy el poder, cuando ha dejado de disimularse tras el lenguaje técnico.
*** José Parejo es socio fundador de José Parejo & Asociados, firma boutique de análisis geopolítico e inteligencia estratégica.