Nadie es ajeno a la revolución digital y la introducción de dispositivos digitales dentro del ámbito educativo no es la excepción. Ante este nuevo contexto, el debate sobre el uso de pantallas y dispositivos digitales en las aulas se ha intensificado. Y es que, mientras algunos lo ven como un obstáculo y una distracción, otros lo consideran una herramienta más para favorecer el aprendizaje. En este debate: ¿qué postura es la correcta? 3f3s2s
Una cosa está clara: vivimos en una sociedad digital en la que la tecnología se ha convertido en parte esencial de nuestra vida cotidiana. Desde el trabajo hasta el ocio, pasando por la gestión de servicios públicos y la comunicación, la digitalización está presente en nuestro día a día. Resulta paradójico que, mientras fomentamos la transición digital en las empresas y la istración pública, defendamos la exclusión de las herramientas digitales en las aulas.
Y es que el problema no es la tecnología en sí, sino el modo en que se utiliza. Numerosos estudios han demostrado que el abuso de las pantallas puede afectar a la atención y al desarrollo cognitivo de niños y adolescentes. Sin embargo, también hay evidencia de que, cuando se emplean de manera adecuada, con una metodología bien diseñada y, sobre todo, bajo supervisión, los dispositivos digitales pueden mejorar la comprensión, fomentar el aprendizaje activo y personalizar la educación en función de las necesidades individuales de cada alumno.
No podemos educar a las futuras generaciones en una burbuja analógica. La tecnología no desaparecerá del mundo laboral ni de la vida diaria de los ciudadanos. Prohibir su uso en las aulas no solo sería un retroceso, sino que también supondría privar a los estudiantes de una preparación esencial para su futuro. Lo que necesitamos es un enfoque equilibrado: un modelo educativo en el que la tecnología se utilice con criterio, con docentes formados en su uso y con herramientas que realmente aporten valor al aprendizaje.
Sin embargo, nuestro sistema educativo actual no ha avanzado al ritmo que exige la transformación digital. La incorporación de herramientas tecnológicas en las aulas sigue siendo desigual, y en muchos casos, no va acompañada de una estrategia clara que garantice su uso eficaz. Si queremos preparar a los jóvenes para el mercado laboral del siglo XXI, es imprescindible integrar la tecnología de forma estructurada, asegurando que aporte un verdadero valor educativo.
Ante este reto, hay países que ya han integrado con éxito la tecnología en sus sistemas educativos. En Finlandia, por ejemplo, las aulas combinan el uso de dispositivos digitales con metodologías que promueven el pensamiento crítico, el trabajo en equipo y la resolución de problemas. En Estonia, la digitalización ha sido un pilar fundamental en la modernización del sistema educativo, preparando a sus estudiantes para una economía cada vez más tecnológica y convirtiéndose en un referente en este aspecto.
Pero, ¿qué nos impide construir un sistema educativo que realmente prepare a las futuras generaciones para una sociedad digital? La respuesta es clara: la falta de estabilidad y visión a largo plazo. En los últimos 15 años, España ha tenido tres leyes educativas distintas, con cambios constantes que han dificultado la consolidación de un modelo adaptado a los nuevos tiempos. Sin un consenso firme, cualquier avance en la modernización educativa corre el riesgo de quedar en papel mojado.
Por eso, desde AMETIC hemos impulsado una propuesta de "Pacto de Estado por la Transformación Integral de la Educación y el Talento", que se convertirá pronto en el octavo pacto de estado desde la democracia. Creemos que solo con un marco regulador estable y de consenso podremos diseñar un sistema educativo que no solo resuelva los retos actuales, sino que también se anticipe a los cambios tecnológicos y laborales que están por venir.
Para lograr una educación de calidad es fundamental que el debate sobre las pantallas en las aulas no se base en el miedo o en posiciones extremas. En lugar de prohibir su uso, debemos centrarnos en enseñar a los alumnos a utilizarlas de manera inteligente, responsable y segura. La solución no está en apartar la tecnología de la educación, sino en integrarla de forma que favorezca el desarrollo de habilidades y conocimientos imprescindibles en la era digital. Esto implica desarrollar programas de formación para el profesorado, asegurar el a dispositivos y conexión de calidad en todos los centros educativos y, sobre todo, definir estrategias pedagógicas que permitan utilizar la tecnología de forma eficaz.
Si queremos preparar a las nuevas generaciones para el mundo que les espera, no podemos dar la espalda a la realidad digital. El reto está en encontrar el equilibrio adecuado, garantizando que las pantallas sean aliadas del aprendizaje, no un obstáculo. En AMETIC estamos convencidos de que este es el camino para una educación de calidad y adaptada a una sociedad digitalizada.
***Pilar Roch es directora general de AMETIC.