En un contexto protagonizado por fuerzas oscuras como el caos geopolítico, las guerras, la polarización, la emergencia climática y la fatiga global, es más sencillo imaginar un futuro distópico que uno compartido. También es más fácil culpar a otros que ponerse ante el espejo conscientemente y encontrar las debilidades. La UE ha sido valiente, se ha alejado de la distopía y se ha mirado de frente para encontrar su talón de Aquiles: la escalabilidad. 2j4a8

El problema de la escalabilidad es esencial. En esta Europa que produce el 27% de las patentes cleantech en el mundo, solo el 7% llegan al mercado como productos. Es decir, somos muy buenos creando, iniciando y lanzando, pero otros aprovechan nuestra innovación para escalar, crear empleo y riqueza. En sus territorios, claro.  Y así, pese a tener uno de los mayores mercados únicos del mundo con 45 millones de consumidores, el 77% de nuestros innovadores cleantech europeos apuntan a la fragmentación como principal barrera al escalado de su tecnología. Mientras, en este sprint para escalar, el año pasado China construyó en seis meses más fábricas que la UE en los últimos seis años.

Pero no todo está perdido. 2025 debe ser el año de la acción. Draghi lanzó un "grito de desesperación" hace una semana en el Parlamento Europeo, dirigiéndose a líderes políticos para que "hagan algo". "¿Están a favor de la deuda común?", preguntó.

La deuda común tiene una gran carga política y ese debate podría llevarnos a un punto muerto en la política europea. Lo que Draghi (y el reciente informe del FMI) también nos dice es que, si nos tomamos en serio lo de derribar barreras en el Mercado Único, si realmente ayudamos a las empresas innovadoras fomentando su demanda industrial y si trabajamos para desbloquear más capital de riesgo para las start-ups y las scale-ups, podemos generar un enorme crecimiento económico.

La tecnología limpia ofrece una oportunidad increíble de ampliar las cadenas de valor esenciales para nuestros esfuerzos de descarbonización y aprovechar la fantástica I+D que tenemos en Europa. Es decir, inversión de una magnitud de 620.000 millones de euros al año hasta 2030, empleo de calidad, duradero, más industria y, por lo tanto, más calidad de vida. Ya vimos como el Inflation Reduction Act estadounidense creó 100.000 nuevos empleos al año de su lanzamiento.

Y aunque Trump se empeñe ahora en derrumbar todo lo que creó Biden, abandonando incluso el Acuerdo de París, nada cambia radicalmente. La esencia del problema es la misma. Estamos en plena emergencia climática y el crecimiento de las tecnologías limpias –solar, eólica, baterías–, es ya exponencial, con un avance a gran velocidad. En el Sur Global avanza incluso más rápido que en los países industrializados.

Países como España y Portugal han superado el 50% de energía limpia en su mix energético y están cambiando los mapas industriales. España, de hecho, se ha consolidado como mejor gran economía europea, en parte gracias a las inversiones en energía limpia y los costes de electricidad competitivos, lo que está atrayendo a industrias con elevados consumos energéticos. Además, en 2024 la inversión de capital riesgo en tecnologías limpias de vanguardia aumentó un 37% respecto al año anterior, segundo año récord en el país.

Este contexto de tormenta perfecta puede ser una bendición encubierta, un momento make or break en el que Europa despierta. El Clean Industrial Deal es una respuesta contundente, ambiciosa, consciente y capaz de abrir un nuevo capítulo de la historia industrial europea. Su misión: devolver la competitividad al continente y transformarlo en la cuna de las tecnologías limpias para competir en la carrera global.

El pacto es rotundo en el fortalecimiento de nuestras capacidades industriales para crear un shock de demanda de tecnologías limpias, activando la fabricación made in Europe. También impulsa la movilización del capital privado con políticas públicas promoviendo la escalabilidad de las inversiones, traza una clara hoja de ruta para la "descarbonización inteligente" (Draghi) con alianzas comerciales, empleo y formación para las industrias del futuro, y cambia palos por zanahorias para los innovadores, simplificando su rígida burocracia (Ómnibus). Música para todos los oídos que resuena más allá del ruido.

La gran pregunta es: ¿será capaz la UE de mantenerse a la vanguardia frente a la competencia global en tiempos de cambios abruptos, aranceles y un mar de incertidumbres? No olvidemos que Europa fue quien dio el pistoletazo de salida a la carrera global, con su ambición de descarbonizar el continente hasta 2050. No es que Europa se haya quedado parada en la carrera tecnológica. Otros han sido más rápidos. Pero competitividad y transición hacia la economía cero emisiones van de la mano y mantenerse a la vanguardia es ahora condición sine qua non para sobrevivir en un mundo cambiante. 

El Clean Industrial Deal nos pone ante una nueva Europa: valiente, audaz y consciente. Una Europa que cambia el "no" por el "cómo", que vira el timón para hacerse más fuerte, aunque ello puede significar que los Estados le cedan de su soberanía. Una Europa que se asemeja a la diosa romana Fortuna, retratada con un cuchillo en la mano, cortando con el pasado, con alas en los pies y mirando sin dudas hacia el futuro. Es ahora o nunca.