Quiso la casualidad que se estuviera celebrando el IV Congreso Tiempo de Arte en Santander los días 7 y 8 de mayo, cuando se dio a conocer el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025. Justo en la misma jornada en que comenzaba un encuentro que moviliza al entorno del mundo del arte y la empresa. 1b6r6l

Justo en un foro cuyo objetivo es poner en valor la trascendencia de la cultura y de las artes en la construcción de un mundo más humano, ricamente humano, en su afectación generalizada y, en particular, en el mundo corporativo.

No sabría decir el momento exacto en que se hizo público el galardón al pensador alemán de origen surcoreano Byung-Chul Han. Pero podría haber sido en el preciso instante en que el artista Daniel Canogar dialogaba con la comisaria Lorena Martínez de Corral.

Tal vez coincidente con una de aquellas frases concentradas en imágenes a través de las cuales explicaba su manera de crear. En una de esas en las que el artista se tornaba filósofo en su modo de incitar a pensar en un desarrollo diferente, de reflexión y transformación, lo que difícilmente encaja en un universo saturado de estímulos, incluso en el planeta de la cultura.

Puede que fuera también casualidad que la concesión del premio que otorga la Fundación Princesa de Asturias me sorprendiera con la lectura comenzada del libro más afamado del laureado, Vida contemplativa. En cualquier caso, no sería casualidad que me hiciera extraña, dada su popularidad avalada por la continua reedición de su obra.

Jugaban pues, en capas cuánticas, filósofo y artista. Porque ambos, a diferentes niveles, pero con similar contemporaneidad, abogan por la recuperación de la contemplación. No como quietud, sino como fórmula de resistencia en la existencia, frente a los dictámenes a veces autoritarios del rendimiento absoluto, de ese 'rindo luego existo' al que nos lanza la que podríamos denominar autoexplotación de y en la vida cotidiana.

Se intuye, no sé si tanto en el discurso, pero sí en la obra de Canogar, un cierto enfrentamiento a esa hiperactividad y constante búsqueda de la productividad, no solo de las personas, sino de las cosas, también sometidas a la exigencia de la rentabilidad permanente. Así se colige de su homenaje al desecho, a la cultura de la obsolescencia. Hay mucho de llamada a la contemplación de la vida de lo inerte. Hay mucho de llamada a la reflexión, de mirada crítica al entorno, pero también a nosotros mismos.

Mucho paralelismo entre filósofo y artista en su búsqueda de la esencia como material conductor hacia una vida plena y sostenible. ​

Como contó Canogar en el congreso celebrado en el Palacio de Festivales de Santander, "la sociedad necesita arte porque si no el alma muere". Él reinterpreta el alma. De las personas y de algunos objetos. Eso le ha llevado, por ejemplo, a crear instalaciones como Sikka Ingentium, compuesta por 2.400 DVDs (que la tecnología tenga en su gloria) reciclados. Con ellos crea mosaicos audiovisuales, reflexión sobre la obsolescencia y la memoria colectiva.

Como mostró, sus obras de arte no solo son eso, sino que inducen a quien las frecuenta, disfruta y contempla al cuestionamiento de los hábitos de consumo. Es el caso de su serie Small Data. Para su ejecución, ha utilizado dispositivos electrónicos descartados, como discos duros o placas base, sobre los que proyecta vídeos de quienes los grabaron o usaron, dotándolos de una nueva vida o una nueva apariencia de vida. ¿Quién habló de fugacidad?

Lo reflexionó en el congreso cántabro otro ista, también filósofo, el director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Valerio Rocco. Recordó el perpetuum mobile, esa hipotética máquina de movimiento continuo sin acción mecánica alguna, sin necesidad de energía externa adicional. De su escucha y de la lectura de Han se colige que esa es de alguna manera la máquina metafórica que moviliza en permanencia al ser humano de esta era, subido a una especie de rueda de hámster de la que tanto cuesta bajar.

Rodar y rodar, presos de un círculo nada virtuoso que podría ser un nuevo opio del pueblo contra el que se rebela Byung-Chul Han, que no es que defienda la contemplación como inactividad, sino como resistencia frente a esa movilización perpetua, que busca la producción también continua, cuando no la productividad. Por eso se sorprende de que incluso llenemos de actividad los momentos que no serían de tal, sino de festividad. ¿Quién habló de descanso?

Canogar propone recuperar objetos desechados que, parafraseando a Nuccio Ordine, reconocen la utilidad de lo aparentemente inútil. Chul Han, profesor de la Universidad de las Artes de Berlín, propone espacios de silencio y reflexión como herramientas para reconectar con la naturaleza y con nuestra esencia humana. Y ambos buscan el alejamiento del ruido constante de la información y el consumo. ​

Artista y filósofo formulan, cada cual con su técnica, la reflexión en torno a un crecimiento económico y a una productividad sin fin. Ese crecimiento insostenible que no solo ignora los llamados límites planetarios, sino también los humanos.​

Abren la reflexión hacia la durabilidad, hacia la esencialidad, en busca no de un tiempo perdido, sino de un futuro más equilibrado y humano, con una mirada en profundidad. Reclaman la reflexión hacia los otros y hacia ese otro interno, el nuestro, a veces despreciado por ignorado.​