
Francisco Umbral. Foto: Fundación Francisco Umbral 3y3b61
Francisco Umbral oyendo crecer a su hijo: 'Mortal y rosa' cumple cincuenta años 4l5q5k
El escritor comenzó a escribir su obra maestra en plena celebración tras el nacimiento de su vástago, pero la enfermedad y el posterior fallecimiento de éste transformó el texto abruptamente. 4k168
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Al contrario de lo que muchos aún creen, Francisco Umbral (Madrid, 1932 - Madrid, 2007) comenzó a escribir Mortal y rosa, el libro dedicado a su Pincho, cuando este aún no había contraído la leucemia que acabaría con su vida a los seis años. Pero "lo que iba a ser una escritura de celebración tuvo que mudarse en una escritura de aflicción", tal y como relata Santos Sanz Villanueva, crítico de El Cultural, en el prólogo correspondiente a la edición de Austral (Planeta) que conmemora los 50 años de la publicación de Mortal y rosa y que verá la luz el próximo 21 de mayo.
El crítico Miguel García-Posada aseguró que la obra fue redactada entre 1972 y 1974. Umbral no había obtenido aún el Premio Cervantes ni el Príncipe de Asturias de las Letras, además de otros reconocimientos con los que fue ungido a lo largo de su ancha trayectoria, pero sí acababa de consagrarse como uno de los grandes espadas de nuestra literatura. Apenas una década antes había aterrizado en Madrid, seducido por el mito de "la ciudad de los escritores", luego de que muriera su madre en Valladolid, la tierra que lo vio crecer y donde dio sus primeros pasos en la galaxia de las letras.
En la ciudad del Pisuerga se fragua el misterio de su identidad, desvelada al fin por el periodista Manuel Jabois en 2015, ocho años después de la muerte del autor de Las ninfas (1976, Premio Nadal). El periodista y escritor Daniel Ramírez reconstruye la historia de sus orígenes en Expediente Umbral, un pódcast de seis capítulos producido por la Fundación Juan March que se apoya en los testimonios de Pedro J. Ramírez y Juan Luis Cebrián, directores de El Mundo y El País en la época del Umbral columnista, el citado Jabois, Anna Caballé —su biógrafa— y María España —su esposa—, entre otras personalidades aledañas al autor.
Umbral logró una beca en la Fundación March con una identidad falsa gracias a la intervención de Miguel Delibes, a quien conoció en Valladolid en 1957 (su desembarco en Madrid también estuvo amparado por algunas cartas de recomendación del autor de Los santos inocentes). Francisco Alejandro Pérez Martín era su verdadero nombre. Los dos apellidos correspondían a su madre, que lo había criado soltera después de quedarse embarazada de Alejandro Urrutia —esta fue la incógnita que ni su propia biógrafa pudo despejar— cuando trabajaba a sus órdenes como secretaria en su empresa.
Hijo de madre soltera y fruto de un adulterio. Aquel fue uno de los traumas que planeó sobre su peripecia vital. Por eso no olvidó jamás al "niño que miraba a la fiesta y decía: estos hijos de puta…", según relató hacia el final de su vida en una entrevista con el escritor y especialista en su obra Eduardo Martínez Rico, de la que muchos fragmentos aparecen reproducidos en el soberbio documental Anatomía de un dandy (Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, 2020), dedicado a su figura.
La máscara de ogro 2l4y35
El caso es que "se reservó el papel de ogro para defenderse de las muchas cornadas que le dio la vida", como atina a expresar José Besteiro en la última biografía de Umbral publicada hasta la fecha: Manual de instrucciones (Renacimiento, 2024). "Se inventó una personalidad a su medida, una leyenda de corte y confección", añade el periodista, escritor y productor, consciente de que aquella impostura era el reverso del verdadero "manotazo duro", el "golpe helado" —para decirlo con Miguel Hernández—, esto es, la enfermedad y el posterior fallecimiento de su hijo.
Francisco Pérez Suárez, al que sus padres llamaban Pincho, pero también Pico y Picarito, nació el 14 de octubre de 1968 y fue al colegio Estilo, comandado por Josefina Aldecoa. Cuando Umbral tuvo noticia del estado de gestación de su esposa, escribió a Delibes con fingida suficiencia. "Yo no me siento nada padre de familia. A mí lo único que me tira es la literatura y la dolce vita esa, pero habrá que cumplir", decía la carta. Sin embargo, cuando Pincho entró en sus vidas comprendió lo que era, en realidad, "ser alguien", como dejó registrado en Diario de un escritor burgués (1977).

Francisco Pérez Suárez 'Pincho', hijo de Francisco Umbral y María España. Foto: Editorial Austral
"Le dejas que te coja de la mano y te lleva a mundos que no descubrirías nunca", escuchamos en Anatomía de un dandy. "Creía amar a muchos niños y he amado a uno distinto cada día", leemos en Mortal y rosa. "Pincho, amor, no corras demasiado, no te canses, no sudes, come bien y duerme mucho. ¿Juegas con tus primitas y tu primo? Sé bueno con todos y no te enfades", reza una de las cartas que envió a España, su esposa.
El libro que Umbral ya había empezado a escribir iba a llamarse inicialmente Estoy oyendo crecer a mi hijo. Obnubilado por su ternura y su comportamiento espontáneo, lo bañaba en carantoñas, le contaba cuentos, le hacía dibujos... Algunos de ellos, inéditos, aparecen en la edición de Austral mencionada. Pero más allá de su embeleso, el astuto narrador detectó en la paternidad un filón para su literatura, tan testimonial, tan lírica y verbosa. "Un tema de la hostia", como reconoció ante Martínez Rico en aquella entrevista citada.
Mucho más que una elegía 433e37
No dejó de serlo cuando Pincho enfermó, pero el libro, por circunstancias obvias, mudó su naturaleza. La alegría se tornó pesadumbre, la luz que desprendían los textos —separados por espacios en blanco, no por capítulos— se apagó para dar paso al quebranto, a la oscura introspección de un hombre ante el trance más severo de su vida. Mortal y rosa, por fortuna, conserva ambas coyunturas. "No es solo, como suele simplificarse, una elegía por el hijo", aclara Sanz Villanueva. El arranque, un autorretrato del autor, es una pasarela que conduce a los momentos hermosos junto a Pincho, revestidos de un lirismo exquisito: "El bosque juega con mi hijo como un tigre verde con un jilguero".
En este libro inclasificable, al que Umbral prefirió denominar "poema en prosa de unos graves meses de mi vida", tienen cabida los recuerdos de infancia y juventud, el diálogo con Pincho —"mi monólogo contigo"— y las reflexiones acerca de la salud, la fama, el amor, el sexo, el paso del tiempo o el futuro. "Estoy oyendo crecer a mi hijo y quisiera para él un mundo mejor, más justo; más libre", escribe en un pasaje. Contiene, además, poemas que posteriormente formaron parte de la antología Crímenes y baladas y relatos como La mecedora, publicado en Revista de Occidente poco antes, en 1971, y elegido como cierre de este libro.
"Sé, cómo sabía el poeta, que la vida no es noble ni buena ni sagrada", medita Umbral, ya sabedor de la tragedia que se avecinaba, a las puertas de un escepticismo que lo acompañaría de por vida. El duelo por la muerte de su hijo modifica para siempre su carácter, que se torna taciturno y airado. Pero "si en uno de sus libros se puede entrever la verdadera personalidad de Paco, es en ese. El resto de su vida creó un personaje para defenderse de la agresión, de la crueldad, de la violencia del mundo, de la gente. Fabricó esa frialdad, esa distancia, pero en Mortal y rosa se ve la verdad de Paco", explicó María España.
"El niño en la prisión blanca de la clínica, en manos del dolor, manipulado, pinchado, dolorido, el niño entre los niños que sufren", escribió Umbral en este libro único. El dolor —"el abismo rojo donde le pierdo"— alumbra hallazgos poéticos de enorme calado que desbordan el impacto propio de la aflicción: "Ensordecidos de tragedia, heridos de blancura, mortalmente vivos, diciéndote". No en vano, el título Mortal y rosa corresponde a los últimos versos de La voz a ti debida, de Pedro Salinas.

Hacia el final del libro, una luz redentora se enciende en mitad del sórdido túnel en el que está atrapado. "Gracias a este hijo tenido y perdido, habrá ya siempre para mí, en lo más puro de la luz, una criatura de oro", leemos. Umbral había conocido la vida y la muerte de su hijo, "la única verdad posible". "Y sin embargo he optado, o estoy optando, por el engaño, por el autoengaño, de modo que seré inauténtico para siempre. No creáis nada de lo que diga, nada de lo que escriba. Soy un farsante", escribe
Mortal y rosa, cuya primera edición vio la luz en la colección Áncora y Delfín de la editorial Destino en mayo de 1975, vendió muchos ejemplares, pero no tuvo gran acogida entre la crítica. Josep Pla señaló el "alarde de lirismo", mientras que Rafael Chirbes, mucho menos contemplativo, calificó de "tonterías" sus tentativas literarias de raíz sentimental y prácticamente lo acusó de vender la muerte de su hijo: "Permite que se ponga un precio", puntualizó en una reseña.
Su carrera, en cualquier caso, continuó imparable. Umbral deposita su "fe en la literatura como salvación personal", porque "algo hay que hacer cuando se tiene la vida con el eje roto ya para siempre", según le dijo a Delibes. "Por cobardía o por pura exigencia moral, decide uno seguir viviendo", añadiría.
Con la tragedia consumada, hizo a su esposa una propuesta que inevitablemente nos remite al sobrecogedor pasaje de El año del pensamiento mágico, libro en el que Joan Didion da cuenta del duelo por la muerte de su marido. La escritora no quiso deshacerse de sus botas por si regresaba y Umbral prefería no cambiar de barrio por si también a Pincho se le ocurría volver. El hijo de Umbral no ha vuelto, bien lo sabía el escritor, pero sigue presente —y vivo— gracias a Mortal y rosa, uno de los títulos más rotundos de nuestra literatura.