
Néstor Martín-Fernández de la Torre: 'Poema de la tierra: La primavera'. Foto: Museo Néstor. Las Palmas de Gran Canaria k5n4e
Néstor, el príncipe olvidado del simbolismo español resucita a lo grande en el Museo Reina Sofía 6mj4l
Las polémicas acompañaron a este brillante artista cuya homosexualidad enturbió su entrada en la Historia del Arte. Ahora lo podemos disfrutar en todo su esplendor. 106o70
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Creo que fue George Orwell el autor de esa frase desengañada de que la historia la escriben los vencedores. Es indudable en términos militares, pero también en lo que se refiere a la historia del arte. Un canon estético, literario o artístico, es una poderosa herramienta de legitimación y otorga a los nombres que incluye poder, dinero y una variable ración de inmortalidad en forma de fama.
Quienes lo construyen son conscientes de que establecen un cierto relato que en adelante será la verdad. La historia del arte, la universal o la española, es una construcción de ese tipo y una de las características de nuestro tiempo es la disposición a revisarlo. Y ello porque los principios que cimentan ese canon están en cuestión, ya se trate de la belleza, la excelencia artística, la relación de los humanos con otros animales o los roles de género.
Cavilo sobre estos asuntos al salir de la exposición de Néstor (Néstor Martín-Fernández de la Torre, Las Palmas de Gran Canaria, 1887-1938), abrumado por la potencia creativa de un artista que no ocupa en el arte español de la primera mitad del siglo XX un papel a la altura de sus logros. Néstor (ese fue su nombre artístico) no es un artista desconocido y menos en Canarias, y en vida tuvo un reconocimiento amplio, aunque no exento de polémica, como veremos.
Mi reflexión apunta, como decía, a lo que la historiografía de finales del siglo XX evalúa como significativo y lo que no. Y ahí, el silencio es estruendoso. Desde la ortodoxia moderna, su filiación simbolista y decadentista le tachó de pintor decorativo –que lo era, pero no solo, y torpe–, pero en realidad sus figuras de rasgos excéntricos eran conscientemente ambiguas y disidentes.
Nacido en una familia acomodada, casi niño empezó a formarse con Eliseu Meifrén (notable impresionista catalán circunstancialmente en Las Palmas). Luego vivió en Madrid, en cuya Residencia de Estudiantes entabló amistad con Lorca y Dalí, y entre 1907 y 1913 en Barcelona, donde entró en o con el modernismo.

Néstor Martín-Fernández de la Torre: 'Epitalamio (o las bodas del príncipe Néstor)', 1909. Foto: Museo Néstor, Las Palmas de Gran Canaria
Una estancia en Londres resultó trascendental, tanto porque allí se impregnó de la estética prerrafaelista de Burne-Jones y Rossetti como porque seguramente supuso su iniciación en el esoterismo y la masonería. Influencias detectables son el dibujo alambicado de Audrey Beardsley y las escenas de oscuro simbolismo de Gustave Moreau, Knopff y Franz con Stuck.
Así, cuando configura tempranamente su estilo personal, ya en 1909, su pintura es anacrónica y está completamente al margen de las tendencias en boga, el realismo y el naturalismo, cuyos mejores exponentes hispanos eran Ramón Casas e Ignacio Zuloaga.
Sin embargo, sus personajes sensuales, refinados y sexualmente ambiguos no encuentran parangón en la pintura española de su tiempo (ni en épocas anteriores). El contraste era chirriante. No es de extrañar que el pintor Isidre Nonell, con una crueldad ejemplar, considerara su obra “un orinal con flores”.
También importa saber que pasó una década en París, donde pudo mantener una larga relación sentimental con el compositor Gustavo Durán y donde celebró en 1930 una exposición (en la Galería Charpentier) que le otorgó una amplia proyección internacional.

Néstor Martín-Fernández de la Torre: 'Poema del atlántico: Mar en reposo, 1923'. Foto: Museo Néstor. Las Palmas de Gran Canaria
La crisis económica de 1929 y la ruptura con su pareja le empujaron a regresar a Las Palmas en 1934. Una neumonía mal curada le causó prematuramente la muerte en 1934. Tras su fallecimiento, el escándalo que había acompañado muchas de sus obras provocó primero su ocultación y luego su olvido. El franquismo, por su parte, rescató su faceta más folclórica con fines de promoción turística.
Tras un recorrido por sus tanteos estilísticos, en la exposición tropezaremos con un cuadro imponente, Epitalamio o las bodas del príncipe Néstor (1909), en que los contrayentes son el propio artista y su versión feminizada. Al su lado les festejan unos jóvenes de atractivos desnudos medio cubiertos por una catarata de flores. Es la obra de un artista precoz y toda una declaración de principios. Abigarrada y equívoca, propone también una interpretación en clave alquímica, como la fusión de contrarios.
La muestra va a recorrer su trayectoria a través de 200 piezas y en ella encontramos sus trabajos como escenógrafo de vanguardia (para piezas de Falla, Albeniz y del propio Gustavo Durán), como muralista (con escenas recargadas hasta lo cursi o de sobrio regionalismo) y, finalmente, como promotor del paisaje y la arquitectura canaria.
Con perspectivas insólitas, Néstor prestó cuidadosa atención a la fauna y la flora autóctonas. Sin embargo, lo verdaderamente notable son dos series. Una es su inacabado Poema de los Elementos, con el que quería erigir una suerte de capilla dedicada a las cuatro estaciones y los cuatro momentos del día. A este proyecto pertenecen los lienzos del Poema del Atlántico, extraordinarias composiciones oníricas inflamadas de luz. Enormes peces se cruzan con cuerpos desnudos de erótica plenitud en un mundo subacuático.

Néstor Martín-Fernández de la Torre: 'Sátiro del valle de Hespérides', 1930. Foto: Museo Néstor. Las Palmas de Gran Canaria
Por su parte, los cuadros del Poema de la Tierra muestran parejas heterosexuales de exuberante carnalidad, que se abrazan y ruedan sobre flores y plantas. Es llamativa esa fusión con una naturaleza animal o vegetal perfectamente identificable (Néstor era un consumado ictiólogo).
La otra serie llamativa es la de Los sátiros. Esas divinidades campestres de la mitología griega ostentaban pezuñas y cornamenta como muestra de su carácter salvaje y lascivo. Néstor los pintó a lo largo de más de una década como retratos personalizados, pero siempre con labios carnosos y miradas concupiscentes que aún hoy nos inquietan desde las paredes.