
Vista general de la exposición. Foto: Yolanda Tabanera 3w333p
Yolanda Tabanera, la artista mágica y surrealista que brilla sobre la chimenea 6q3ag
El Palacio de Quintanar de Segovia acoge una especial exposición de una surrealista contemporánea que no ha recibido la atención que merece. 6d4834
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En la segunda planta de un caserón segoviano del siglo XV se suceden varias estancias cuya delicada decoración contrasta con la reciedumbre del edificio. Una chimenea de mármol blanco, techos con rosetones y paredes cubiertas con escenas en jardines neoclásicos. Son papeles pintados de origen francés, instalados en los primeros años del siglo XIX, una de las primeras veces que se utilizaron en nuestro país. Son pues salones, definitivamente. En ellos se presenta la obra de Yolanda Tabanera, que justifica sobradamente la segunda parte del título.
Salvaje es lo no domesticado, lo que preserva su origen natural. Y, efectivamente, la obra de Tabanera tiene mucho de orgánico, de primitivo y de onírico (eso pertenece a nuestro lado benditamente salvaje, todavía). Un ámbito en que las palabras arte y artesanía no significan, no están separados lo sagrado y lo profano y ni siquiera lo desagradable y lo hermoso. Por eso asociamos estas piezas a las culturas antiguas, en cuyos ritos podrían desempeñar perfectamente un papel.
La exposición es un corto recorrido salteado de su trayectoria, y en ella se recogen los materiales con que ha trabajado: esparto, vidrio soplado, metal, raíces… Yolanda Tabanera (Madrid, 1965), formada como artista en Madrid y en Múnich, empezó a presentar sus creaciones a mediados de los noventa y desde entonces ha expuesto individualmente de forma regular en España y Alemania.
Creo que no ha recibido la atención que en mi opinión merece, probablemente porque hasta la reciente revalorización del surrealismo, una obra que parece invocar la magia en cada una de sus apariciones quedaba al margen de la moda. Aunque en la actualidad puedes hacer carrera como artista si te especializas en horror pop, esto parece más serio y por tanto menos aceptable.
Pero no he mencionado “surrealismo” en vano. El único cuadro de la muestra tiene ecos de Eugenio Granell (de él y de su mujer, Amparo Segarra, fue amiga Yolanda tras regresar del exilio). Y no olvidemos el interés del surrealismo por ese lado salvaje de lo humano, sin el cual tampoco seriamos humanos.

Vista general de la exposición en el Palacio de Quintanar. Foto: Yolanda Tabanera
En estos salones encontraremos poderosas esculturas confeccionadas con esparto y vidrio, que recuerdan animales o deidades, impresión que refuerzan las “potencias” (esos rayos de pan de oro que rodean muchas imágenes de nuestras iglesias).
También vemos pegados a la pared una suerte de medallones realizados con aluminio, nitrato de plata y bronce, cuya congelada maleabilidad evoca un magma primordial o las lágrimas de un monstruo.
Si hay un denominador común de la muestra es la fascinación por el cuerpo y sus órganos: los ojos sin rostro que nos miran desde una vitrina, la desmesurada mandíbula, el exvoto de cabello, la mesa y su surtido de cráneos. Uno de ellos, forrado de astracán, podría colocarse junto al Juego de desayuno de piel de Meret Oppenheim.
Pocas veces he visto adquirir al vidrio tanta calidez y semejante fuerza. Si quieren viajar a un lugar tan lejano que está dentro de cada uno, donde sus miedos y sus esperanzas, visiten esta exposición.